¿Cómo escribir sobre el posible colapso de la democracia cuando es un tema tan complejo y, además, aún no ha sucedido completamente? No puedo escribir sobre todo el bloque de Europa del Este, solo puedo escribir sobre mi pasado, mi hogar, una tierra donde se encuentran dos pueblos, un lugar único que me hizo quien soy, Transilvania. Mis dos pueblos, húngaro y rumano por igual, están rechazando lentamente la democracia, y un número mayor opta por alejarse de los valores por los que luchamos y morimos en 1956 y 1989 respectivamente. Me pregunto por qué y también, crucialmente, cómo.

Así es como yo lo veo; esta es mi historia y por medio de un ramo hecho de experiencias vividas trataré de explicar; mi querido lector, cómo llegamos aquí, y a un colapso que está a punto de suceder.

En este artículo, me gustaría concentrarme en la generación que vivió el comunismo, ya que es su actitud la que más me desconcierta y escribiré sobre los orígenes del colapso tal como lo veo, “los años 90”.

Después de la caída de la utopía del comunismo todos los países del antiguo Bloque del Este eligieron su propio camino hacia adelante. Aun así, varios aspectos de mi historia pueden resonar en su gente y sus experiencias.

La primera parte de esta saga fue el comunismo, una tragedia por derecho propio. Pero, he escrito sobre ello antes y puedes leer mis pensamientos al respecto cuando quieras. Esta historia trata sobre lo que sucedió después de la caída del comunismo, en los años noventa. Muchos de ustedes recuerdan los años noventa como parte de su propia historia personal. Yo también los recuerdo. Recuerdo la crisis, las bolsas llenas de dinero sin valor, la falta de bienes, las humillaciones, el engaño, la confusión, los tanques y los soldados con sus chocolates estadounidenses. Lo recuerdo todo. Fueron mis noventa, y pasé por ellos cuando era niña en esa parte única del mundo, Transilvania. Por supuesto, mi infancia tiene muchos puntos brillantes también, pero no traen aprendizaje consigo para hoy.

Todo comenzó con los tanques pasando por las calles de mi pueblo, un lugar fronterizo que siempre ha visto acción cada vez que los vientos de cambio soplan en nuestra dirección.

Nota al margen: en el pasado, los nazis trajeron sus propios chocolates para los niños cuando entraron a Europa del Este con sus tanques. Estas fueron historias recurrentes que nuestros abuelos nos contaron. El chocolate era una distracción, una mentira para cubrir los horrores venideros que traerían consigo. Entonces, cuando estos nuevos soldados del oeste aparecieron con sus nuevos y brillantes tanques arrojando chocolate hacia todas partes, mis padres nos dijeron que no tomáramos los chocolates porque nunca se podía saber lo que había en ellos. Podrían haber sido mezclados con veneno o inyectados con algo dañino. No lo estaban, por supuesto, pero ¿cómo se suponía que iban a saber que estos no eran como los nazis quienes quitaron la juventud a sus propios padres?

Siguiendo los tanques y los chocolates, íbamos todos, incluyéndome a mí, temiendo por el futuro. Yo en particular, tenía miedo de perder a mi padre. Él era un verdadero creyente en el comunismo y tenía una posición baja en el gobierno en el momento en que ocurrió la Revolución de 1989. Escuchábamos rumores de que las nuevas personas a cargo estaban matando comunistas o enviándolos a celdas de tortura. Esto fue lo que los nazis hicieron con la posible oposición durante la guerra o lo que los estalinistas hicieron después de la 2ª Guerra Mundial. Todavía recuerdo las historias de mi padre sobre personas colgadas en plazas públicas en mi pueblo natal después de la 2ª Guerra Mundial. Entonces, ¿por qué no iban a hacerlo, el nuevo gobierno, comenzar a matar de nuevo? Después de todo, mataron a Ceausescu sin un juicio o una pizca de decencia.

Verán, esperamos a que Occidente viniera y nos salvará después de la 2ª Guerra Mundial, esperamos a que vinieran a alimentarnos cuando nos moríamos de hambre en medio de la brutal colectivización de Stalin, esperamos a que nos liberaran en 1956 hasta que dejamos de esperarlos y decidimos que esto era todo. Esta era nuestra vida y era mejor que sobreviviéramos. Nos convertimos en comunistas.

Occidente nunca llegó, Occidente no nos salvó. Los miles de manifestantes en Bucarest y en otros lugares en el helado invierno de 1989 y, tal vez, de alguna manera Gorbachov, con sus reformas, lo hicieron. Nos liberamos. ¿O realmente lo hicimos? Esta es una pregunta persistente que he estado tratando de responder durante décadas. Creo que fuimos engañados; Nuestra revolución fue secuestrada por un nuevo y fresco grupo de líderes codiciosos que no hicieron más que decepcionar, engañar y llevarnos a la crisis de los años noventa.

Imagínese un país en Europa, tan cerrado, con un líder paranoico, sin libre mercado, la Corea del Norte de Europa en los años 80. Entonces, el brusco cambio hacia el capitalismo fue un shock. No sabíamos qué hacer con nuestro recién descubierto país capitalista. Sin embargo, nuestros nuevos líderes sí lo sabían. Decidieron privatizar todo, embolsarse las ganancias de todas las ventas y dejar que el país y sus millones de habitantes se pudrieran y lucharan por la supervivencia de nuevo. Así es como un nuevo grupo de los llamados oligarcas o barones como los llamábamos llegó al poder, muchos de ellos bien conectados dentro de la antigua policía secreta que todavía controlaba gran parte de lo que estaba sucediendo en el país. Muchas, demasiadas personas abandonaron el país después de la exaltación inicial, decepcionadas y disgustadas con la ruta que estaba tomando nuestra nueva democracia.

Recuerdo la angustia de mis padres en los años noventa. Había muy pocos trabajos, a veces no se les pagaba o se les pagaba en especie. Pero eran sobrevivientes. Su generación sabía cómo sobrevivir, crecieron en tiempos de colectivización. Cultivaban alimentos en sus jardines, criaban pollos y cerdos y hacían trueques. Esta vez todo esto fue legal. Esta vez pudimos sobrevivir legalmente, lo que, como pueden imaginar, fue definitivamente una mejora.

Hicimos trueques porque el dinero no valía nada e incluso si las tiendas tenían bienes, muchas veces, no teníamos suficiente dinero para comprar lo que estaban vendiendo. Comprábamos en el mercado local o conseguíamos productos de contrabando. Tampoco podíamos permitirnos la ropa que nos vendían en las nuevas tiendas departamentales. En cambio, continuamos comprando ropa en el mercado local o comprando telas para hacer nuestra propia ropa.

Recuerdo específicamente un episodio en el que mi padre decidió darnos una sorpresa y, en lugar de comprar combustible para el auto, nos compró a mi hermana y a mí un chocolate Snickers. Vimos tantos comerciales de varios tipos de productos que ni soñábamos con probar, que tener algo que también estaba en la televisión, era especial. Sin embargo, sabía cuánto sacrificó mi padre. Probablemente necesitaba recortar gastos, para comprarnos un chocolate cortado por la mitad para que ambas pudiéramos tener un pedazo. Esa fue la última vez que me importaron los comerciales. Hicieron que mi padre se sintiera pobre. Ya no quería nada de lo que vendían.

Por primera vez pudimos viajar al extranjero con relativa libertad. Aun en este momento era un proceso arduo ya que necesitábamos mucho papeleo, pero las cosas fueron un poco mejores esta vez. Sin embargo, cuando salíamos de nuestro pequeño rincón, a menudo nos humillaban, se reían de nosotros o nos maltrataban por nuestra falta general de conocimiento de la modernidad o nuestra ropa hecha a mano, entre otras cosas. La burla fue dolorosa, para mí al menos. No era solo que no nos comprendían, no entendían tampoco lo que habíamos pasado. Nos encontraban asquerosos. Fuimos juzgados como ladrones o criminales sin haber cometido un crimen. Declarados culpables sin haber tenido un juicio. Tengo tantas historias de tales casos, pero hay uno en particular que me enoja hasta el día de hoy.

Estábamos en Viena, un grupo de escolares con nuestros maestros, visitando sitios turísticos y alojándonos en un dormitorio. Un par de nuestras habitaciones, con varias literas alineadas en ellas, estaban infestadas de chinches. Estaba alojada en una de ellas. Llegamos por la noche y nos dijeron que el interruptor de la luz de la habitación no funcionaba. Sentimos piquetes por todas partes y, una vez que alguien encontró una linterna, descubrimos que la habitación tenía diferentes tipos de insectos por todas partes. La infestación estaba tan extendida que podíamos ver los pequeños puntos negros en toda la habitación, incluso en las paredes. Nos quejamos, por supuesto. Recibimos risas y burlas a cambio. Los niños de nuestro grupo que hablaban alemán escucharon a los empleados hablar entre ellos de que no deberíamos quejarnos, éramos rumanos sucios de todos modos y debíamos estar acostumbrados a tales condiciones.

Éramos niños, descubriendo un mundo nuevo, una especie de La Meca que nos dijeron que existía, pero que no habíamos tenido la oportunidad de conocer antes. Y así fue como La Meca nos dio la bienvenida, una y otra vez, hasta que comenzamos a creer que en realidad había algo mal con nosotros, que necesitábamos ocultar quiénes éramos para que no se rieran de nosotros, no nos ignoraran o algo peor. Nuestros padres nos dieron sus ahorros para que pudiéramos ver y experimentar un mundo que estaba prohibido para ellos. Ahora se sentían completamente decepcionados y desilusionados con el nuevo mundo y el lugar donde finalmente quedamos. Al menos durante el comunismo se lo esperaban, conocían las reglas.

¿Cómo te sentirías si te hicieran esto? ¿Sentirías ira, consternación, tristeza, impotencia? Recuerda este sentimiento, esta irá, la próxima vez que sientas la necesidad de degradar a alguien que puede no haber tenido las mismas oportunidades que vos en la vida. Deja que los sentimientos de tristeza y compasión cambien tu forma de actuar.

Nuestro sistema de salud, nuestro sistema educativo, entre otras cosas, estaban colapsando. Creo que mis padres debieron haber sentido que el mundo entero se derrumbaba sobre sus hombros porque ellos se llevaron la peor parte. Fueron la generación del sacrificio, como tan a menudo les decían los mismos funcionarios del gobierno que se embolsaban toda la riqueza del país. Tenían que resistir para que nuestras vidas, las vidas de sus hijos, fueran mejores y pudieran florecer.

Entonces, resistieron. Sabían cómo. Tenían práctica. Pero se les dijo, no, se les prometió que, si resistían, la vida de sus hijos sería increíble. Ahora, se sienten engañados. Muchos sienten que sacrificaron su juventud para nada. El sistema de salud o el sistema educativo todavía están en ruinas. Algunas partes han sido mejoradas y funcionan como deberían, pero el sistema en sí no se ha logrado recuperar y ahora es evidente, que es en gran parte, debido a estos mismos funcionarios corruptos que pidieron a la generación de nuestros padres que sacrificaran sus vidas mientras ellos mismos se enriquecían.

La desilusión en un sistema que sigue siendo corrupto, a pesar de todo su sacrificio, está empujando a más personas a alejarse de la democracia y ven en el populismo una ilusión de libertad o de justicia. Apoyan cualquier promesa de corregir el sistema, incluso si eso significa un retorno a la autocracia. La gente quiere sentir que su sacrificio valió algo, que sus vidas no fueron vividas en vano. Las autocracias prometen protección, un retorno a una vida más simple despojada de la complicación de la elección y responsabilidad individual.

Al menos así es como yo lo veo. Estoy tratando de darle sentido al presente, empezando en el pasado como siempre. En este bello país también recojo señales de agitación. No tan profundas como en mi tierra natal, pero aun así existen. Hay una advertencia en mi historia para vos también, mi querido lector. Las autocracias caen fácilmente en totalitarismos y, por mucha protección o espejismo de las mismas, con que estos regímenes puedan seducirte, siempre, sin excepción, terminan en miseria para todos.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.