Los seres humanos somos creativos por naturaleza y esa máxima hace que a lo largo de la historia de la humanidad no necesitemos en todos los casos incentivos o leyes específicas para generar creaciones e invenciones. Por ello ante una necesidad, los humanos utilizamos nuestro ingenio para buscar la solución.
Ahora bien, es cierto a su vez, que muchas personas a lo largo de la historia hayan tratado de sacar partida personal mediante la copia o apropiación de ideas de otros. Esta situación ha generado que existan leyes de propiedad intelectual que tutelen esos derechos y eviten un uso ilegítimo.
A partir de la misma creación de la imprenta y luego la revolución industrial, los procesos manuales se escalaron a otra dimensión que requirió una intervención de la sociedad en su pacto social para poder generar mecanismos que garanticen la titularidad y defensa de los derechos intelectuales asociados a esas creaciones o invenciones.
Probablemente, desde esos sucesos y la popularización de la Internet, quizás no hemos visto algo tan revolucionario como lo que está sucediendo actualmente con la inteligencia artificial.
Muchas personas, intelectuales, empresas y hasta gobiernos han alzado su voz para indicar la necesidad de legislar y proteger la integridad de la información, así como la titularidad de derechos de propiedad intelectual.
Tal y como sucedió en antaño con la promulgación de acuerdos normativos internacionales como el Convenios de Berna y el Convenio de París para proteger las obras e invenciones después de la imprenta y la revolución industrial; e inclusive como sucedió recientemente con otros tantos convenios que surgieron a partir del nacimiento y uso del Internet y creaciones digitales como el Digital Millenium Act de los Estados Unidos entre otros, no cabe duda que se actualizará y generará normativa que regule el uso de la inteligencia artificial.
Sin perjuicio de ello, quisiera dar otro enfoque a la situación y es precisamente el ético para el cual idealmente no es necesario tener una normativa específica. El ethos en la concepción griega tradicional que hace referencia al espíritu que permea a un grupo social, un conjunto de actitudes y valores, de hábitos arraigados en dicho grupo requiere que todos tengamos un mismo entendimiento sobre un aspecto particular. Para el caso de la propiedad intelectual, ese ethos debería ser precisamente el respeto a la titularidad sobre la creación y a la consciencia de cada uno de no apropiarnos de ideas que no son nuestras.
Esto no surge solamente de una concepción abstracta, sino que requiere que como sociedad eduquemos a nuestros niños y jóvenes en lo que consideramos es un comportamiento correcto. Específicamente es indispensable que desde los primeros estadios de la educación se cree consciencia sobre la importancia de la generación, protección y defensa de la propiedad intelectual, plasmada desde aspectos relativamente simples como la autoría de respuestas en exámenes de desarrollo, así como invenciones complejas en aulas universitarias.
En el momento en que como sociedad respetemos y entendamos el verdadero valor de la protección de la propiedad intelectual, no importará si surge la imprenta, la revolución industrial, la web 3.0 o bien la inteligencia artificial, pues todos sabremos que atendiendo a los principios básicos y fundamentales del respeto ya daremos por sentado un uso correcto y apropiado de nuestras ideas y lo que ellas materialicen.
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