La inteligencia artificial (IA) generativa funciona como una especie de asistente que transforma lo que le pedimos (eso se llama input) en una respuesta o resultado (llamado output).
Por ejemplo, si escribes una instrucción o pregunta (denominado prompt) como: “Elabórame una receta saludable utilizando fresa, banano y avena”. La IA analiza ese pedido, busca patrones probabilísticos y matemáticos en todo lo que ha aprendido previamente, y genera una respuesta presuntamente coherente como una receta completa paso a paso.
¿Qué indican las políticas de uso de ChatGPT sobre a quién pertenecen los resultados generados? Explorando y navegando en la sección de “Condiciones de Uso” es posible encontrar el siguiente texto que indica lo siguiente:
En lo que respecta a usted y a OpenAI, y en la medida permitida por la legislación aplicable, usted (a) conservará sus derechos de propiedad sobre el Input y (b) será propietario del Output. En virtud de las presentes Condiciones cedemos a su favor la plena propiedad, intereses y todos los derechos que tengamos, en su caso, sobre el Output”.
La redacción de cierto modo resulta amigable, no confrontativa y hasta a favor del usuario. Sin embargo, no todo pinta a ser color de rosas. Cuando hablamos de IA, siempre va a ser una caja de pandora, porque si exploramos solo un poco más también es posible encontrar este texto:
Dada la naturaleza de nuestros Servicios y de la inteligencia artificial en general, puede que el output no sea único y que otros usuarios reciban output similar a través de nuestros Servicios. La cesión prevista anteriormente no se extiende al output de otros usuarios ni al Output de Terceros”.
Básicamente, de una cesión de derechos sobre el output, pasamos a que ahora existe la posibilidad de que los resultados que en este caso arroja ChatGPT podrían duplicarse; poniendo en jaque los derechos de propiedad que tendría el usuario. Esto abre la puerta a posibles y múltiples plagios sobre distintas creaciones.
Entendiendo los alcances de creación que puede tener la inteligencia artificial, se vale reflexionar sobre si es correcto o tan siquiera posible asignarle derechos intelectuales a un creador sin rostro ni inteligencia propia, como lo es ChatGPT o similares.
En este sentido es esencial recordar que los derechos de propiedad intelectual en el mundo están regulados por la legislación que les aplique, según la jurisdicción (país) donde se registren. En Costa Rica, por ejemplo, existen la Ley de Marcas y la Ley de Derechos de Autor. Aunque estas leyes no exigen expresamente que quien registre un derecho intelectual sea una persona humana, sí establecen que debe tener personalidad jurídica. Esto significa que solo alguien -persona física o jurídica- con capacidad legal, creatividad e intelecto propio, puede obtener derechos reales sobre creaciones artísticas.
Cuando hablamos de los derechos de autor (conocidos en inglés como copyright), el tema se torna todavía más complejo. Es fundamental entender que cada sistema de IA es entrenado con un set de datos predefinidos, los cuales se actualizan cada cierto tiempo según la fase en la que se encuentre el modelo. Lo más preocupante es que actualmente OpenAI (empresa creadora de ChatGPT) enfrenta demandas por violación de derechos de autor al entrenar sus modelos de IA.
Tanto OpenAI como Google enfatizan las preocupaciones del desarrollo de IA, advirtiendo que si las leyes de derechos de autor resultan excesivamente restrictivas, podrían permitir que China supere las capacidades tecnológicas de Estados Unidos. Inclusive, OpenAI ha enfatizado en que utilizar obras protegidas para entrenar sus modelos de IA es un uso “razonable” y “justo” (catalogado como fair use ante los tribunales americanos).
La finalidad de las leyes de protección al derecho de autor, es que estas siempre han tenido como objetivo premiar, proteger, e incentivar la originalidad y creatividad humana. Si bien las leyes nunca previeron especificar que la autoría debía estar ligada a un ser humano, ahora más que nunca es una discusión que no se puede omitir y nos genera replantearnos nuevas posibilidades y zonas grises como coautoría intelectual parcial o completa entre una persona y su asistente de IA.
ChatGPT está en la capacidad de brindar mejoras de redacción, ideas, o párrafos nuevos completos, siempre y cuando exista intervención humana sobre el input. En pocas palabras, podríamos ver párrafos razonados completamente por la IA en nuevas obras literarias y ni siquiera tendríamos la posibilidad de verificar si existe o no autenticidad creativa y humana. Incluso, la IA puede replicar estilos de escritura característicos de autores reconocidos.
Otra pregunta que vale la pena hacer es: ¿las imágenes generadas por IA son 100% originales? Si le consultas esto al propio ChatGPT te va a decir que no necesariamente son nuevas imágenes y en este caso, no se equivoca. El modelo de IA aprende de obras protegidas, fotografías de personas reales u otros elementos con protección legal. Si una imagen “nueva” generada de una instrucción resulta ser similar a una obra existente (una pintura, logo o ilustración) o parecerse a una persona real (celebridades, figuras públicas o personas comunes), podrían existir violaciones a derechos de autor y de imagen.
A raíz de este breve análisis, se puede concluir que todavía existe mucha tela que cortar, pero sobre todo, muchos aspectos que regular y analizar. No es un secreto que el derecho nunca evoluciona al ritmo que evoluciona la sociedad. La IA ha dejado ver como algunas leyes empiezan a quedarse obsoletas si no se modifican pronto.
Mientras las iniciativas legislativas intentan alcanzar el ritmo del desarrollo de la inteligencia artificial, la interpretación jurídica por parte de tribunales nacionales e internacionales será clave para definir un marco ético y legal de uso.
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