Las alarmas se encendieron. El anuncio de nuevos aranceles por parte del presidente Donald Trump a productos tecnológicos fabricados fuera de Estados Unidos no solo sacudió los mercados globales, sino que impactó de lleno en uno de los sectores que se perfilaba como motor de crecimiento y empleo en los próximos años. En efecto, la declaratoria de interés público para la industria de semiconductores en Costa Rica se formalizó mediante un decreto presidencial en marzo de 2024, y busca consolidar al país como un hub regional en esta industria.

Un año y medio después de dicho anuncio gubernamental, asistimos a un escenario que no se tenía previsto. Empresas como Intel y Qorvo ya habían anunciado el traslado de sus operaciones de manufactura fuera del país, erosionando nuestras aspiraciones de convertirnos en un nodo regional para esta industria. A esto se suma un entorno internacional incierto y competitivo, en el que Estados Unidos impulsa una diplomacia coercitiva, liderando un combinado de beneficios y sanciones para influir en el comportamiento de otros Estados. La pregunta inevitable es: ¿cuál es el escenario previsible?

Talento como activo estratégico

Aunque la pérdida de operaciones industriales es dolorosa, Costa Rica puede —y debe—  capitalizar un activo aún más valioso: su gente. La revolución tecnológica no se gana solo con fábricas, sino con ideas, servicios, innovación y talento distribuido tanto geográfica como temporalmente.

En lugar de enfocarnos únicamente en atraer ensambladoras, el país tiene una enorme oportunidad de posicionarse como un proveedor global de servicios tecnológicos basados en conocimiento: desarrollo de software, análisis de datos, experiencia de usuario, ciberseguridad e inteligencia artificial (IA). Este ecosistema no requiere grandes naves industriales, sino cerebros bien entrenados, conectividad digital y marcos regulatorios flexibles.

La otra industria exportadora

Costa Rica ha avanzado exitosamente en la atracción de empresas que hoy operan con solidez, desde centros de servicios financieros avanzados hasta empresas locales que desarrollan soluciones de IA entrenadas en múltiples idiomas. El país ha demostrado que puede exportar mucho más que bienes físicos, pero el desafío está en escalar, especializar y diversificar la oferta empresarial.

Además, la tendencia global favorece este giro: la pandemia aceleró la digitalización, las empresas valoran cada vez más el trabajo remoto y los países buscan talento confiable y culturalmente compatible. Ahí es donde Costa Rica tiene capacidad de sobresalir.

Ante este escenario, se proponen tres áreas de intervención y enfoque estratégico:

  1. Inversión en formación digital especializada: no solo programación, sino pensamiento computacional, diseño de servicios, modelado de lenguaje, ciencia de datos, así como incursionar en desarrollos en la nueva generación de inteligencia artificial (agentes o algoritmos que automatizan tareas y funciones).
  2. Políticas agresivas para atraer centros de innovación: incubadoras, hubs o nodos regionales, alianzas universidad-empresa e incentivos a startups tecnológicas.
  3. Diversificación de mercados y socios tecnológicos: ampliar la mirada hacia Europa, Asia y América Latina, generando redes de colaboración científica y comercial fuera del eje Estados Unidos-China.

Si bien es cierto la economía local resiente la salida de las grandes empresas de manufactura, ello no debe constituirse en el fin del sueño tecnológico costarricense. Por el contrario, nos coloca en la antesala de un escenario más audaz: convertirnos en una nación que exporta soluciones, creatividad y servicios digitales de alto valor. El futuro no se fabrica solo con chips, sino también con talento.

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