Hemorragias, cesáreas, canales vaginales, gritos, cocaína y malas palabras. Muchas malas palabras. Posiblemente esa sería la forma más simple para describir Dead Ringers, la nueva serie producida y actuada por Rachel Weisz.
Sería una forma correcta, aunque muy corta. Así que probemos ir un poco más profundo. Beverly es una ginecobstetra que sueña con darle a las madres un lugar seguro para sus partos, un lugar que no sea como un hospital, porque "el embarazo no es una enfermedad". Beverly es idealista, pausada, introspectiva, directa y muy fuerte de carácter.
Elliot, por su parte, desea un laboratorio para trabajar la fecundación in vitro. Lejos (muy lejos) del control de las leyes y de la comunidad médica. Es pasional, agresiva, práctica, directa y muy fuerte de carácter. En esto último se parece mucho a Beverly.
En eso y en su físico; son gemelas idénticas. Beverly y Elliot son iguales, pero diferentes. Pero aún así iguales.
La serie, de seis capítulos, se basa en la idea de la película homónima de 1988, dirigida por David Cronenberg (que a su vez se inspira en el libro Twins de Bari Wood y Jack Geasland). Sin embargo, esta nueva Dead Ringers tiene vida propia. A pesar de que la misma Weisz dijo que la película se grabó en su memoria desde el día en que la vio.
Las gemelas Mantle, como las conocen en su oficio, son las mejores en recibir bebés y en hacer que quienes no pueden, logren igualmente su objetivo. Viven su vida de forma habitual (para ellas habitual no es sinónimo de tranquilo), desarrollando su ciencia, pero todo da un fuerte giro cuando consiguen una benefactora que pueda financiar su proyecto. Así, cuando reciben la inversión para su hospital-laboratorio, sus problemas van a estar muy lejos de resolverse.
Como si fuera una droga (con el historial de las Mantle, la metáfora no es casual), su nuevo acceso las lleva a vivir momentos más tensos de los que ya se habían presenciado. Su sueño poco a poco va tomando la forma de pesadilla.
La creación de Weisz está cargada con una clave cromática en la que destaca el rojo sangre (en muchos casos, literalmente es sangre) y los diálogos son, casi siempre, políticamente incorrectos. Disecciona, magistralmente y a cuatro manos, el mundo de la maternidad, el feminismo, la sexualidad, la familia, el derecho personal sobre el cuerpo propio, la modernidad farmacéutica y las ciencias médicas.
La estructura del hospital, similar a una nave espacial, las doctoras con sus batas y guantes de color rojo (que asemejan más al hábito de alguna religión futurista que a un uniforme médico), sumado al ambiente compuesto de oscuridad y cristal (en casi idénticas proporciones), los embriones de cordero en úteros artificiales y la atmósfera (que se mueve entre los matices de lo onírico hasta llegar al delirio) crean una estética que bien podría haber imaginado el artista H.R. Giger.
Weisz, con sus personajes, crea un juego de espejos que se vuelve más y más acelerado, hasta hacer que el espectador no pueda tener certeza de si está frente a Elliot, a Beverly, o si es alguna de las dos simulando a la otra.
Las gemelas obstetras están rodeadas de dolor y muerte, aunque su función sea dar y recibir vida. Sin embargo, se mantienen unidas ya que están dispuestas a morir una por la otra, en una forma de sororidad que es transparente pero bizarra al mismo tiempo (no queda claro cuáles son las fronteras que marcan los límites psicológicos ni físicos de cada una).
Así, en esta vertiginosa locura que se desata alrededor de las Mantle, la subsistencia se volverá inmanejable, primitiva y animal, por lo que solo se podrá resolver con matar o morir. O incluso, ambas cosas.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.