Si alguna vez llega el fin de la civilización, El Eternauta nos puede guiar en cómo proceder. Principalmente si el fin de la civilización ocurre en Argentina. Y a cómo van las cosas… pues no es improbable.

Después de todo, ya anunciaron que se retiran de la OMS. Así como quien se da de baja de un grupo de WhatsApp. Y es que, cuando una nación (que viene arrastrando crisis económica desde hace varios años, si no décadas) se desvincula del sistema de salud global en medio de pandemias, problemas ecológicos y virus que mutan, pues empieza a sonar mucho al inicio de una historia de ciencia ficción. O de tragedia.

Y justo ahí, en medio de ese clima apocalíptico, reaparece El Eternauta. Bueno, reaparece para algunos conocedores, para muchos es algo completamente nuevo. Y surge no como simple serie de Netflix, sino como una advertencia con historia: es una adaptación del cómic creado en 1957 por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, un cómic considerado por muchos la obra cumbre de la historieta latinoamericana. Uno que no solo hablaba de extraterrestres, sino de poder, de resistencia, de memoria, de patriotismo, y que fue escrito en tiempos convulsos… lo suficiente como para que su autor desapareciera en la dictadura. Sí, literalmente, desaparecido (“porque no todos somos iguales”).

El cómic original ya planteaba una idea revolucionaria para su época: el verdadero héroe no es un individuo solitario, sino el grupo, la comunidad, los que luchan juntos. Algo que hoy, en tiempos de individualismo y algoritmos que nos aíslan, suena casi radical.

La serie, protagonizada por Ricardo Darín, toma ese legado de hace casi 70 años y lo actualiza con toda la potencia visual y emocional que permite una gran producción. Y es que Darín es el caballo de batalla de este audiovisual, porque con esa mirada suya —que lo dice todo—, encarna a Juan Salvo de una forma que parece salida directamente de las viñetas de Oesterheld; con “la mirada de un hombre que ha visto tanto que ha llegado a comprenderlo todo”. Aunque algunos piensan que solamente es “Darín haciendo de Darín”, pero bueno, es que haters hay para todo.

Él no es un superhéroe, no tiene capa. Tiene miedo, tiene una familia que salvar. Y tiene la terca obstinación de no rendirse. Esa obstinación que, cuando comienza a caer la nieve —una nieve letal que anuncia que el mundo ya no es el mismo—, se convierte en la única forma de resistencia.

La dirección de Bruno Stagnaro no se queda solo en lo espectacular: construye una Buenos Aires sitiada, desierta, rota… Stagnaro (que hace varias décadas se lució con Okupas) crea una megaproducción latinoamericana. No importa cuántos efectos especiales o escenarios digitales haya: lo que más pesa es la sensación de encierro, de pérdida, de sociedad improvisada. Porque El Eternauta no trata solo de invasiones o apocalipsis. Trata de lo que pasa cuando lo que entendíamos como normal desaparece, de cómo sobrevivir a una nueva normalidad (después del covid ya lo vemos menos ficticio).

Y trata también del poder. El Eternauta no es solo ciencia ficción. Es historia política. Es memoria en forma de nevada mortal. Y es, también, una señal de que no todo está perdido mientras haya alguien dispuesto a resistir. Aunque ese alguien tenga canas y arrugas. Muchos de los protagonistas de esta historia son personas mayores de 50. Gente con pasado, con memoria, con cicatrices. Una generación que en muchas narrativas queda fuera del foco, pero que aquí lidera la resistencia y demuestra que “lo viejo funciona”.

Porque, como decía el cómic, y como repite ahora la serie: nadie se salva solo.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.