¿Cuántas veces hemos oído hablar a nuestros líderes políticos sobre crecimiento económico, producción o incluso consumo? Estas tres esferas han dominado el discurso político en prácticamente todas las sociedades occidentales, estableciendo que dicho “fundamentalismo económico” es la base esencial para consolidar ese bienestar social asociado con dinero.

Mientras las cámaras de empresarios, partidos políticos y demás actores sociales nos alientan a “crecer y producir”, nuestras conciencias pueden llegar a asumir que dicho consumo conllevaría a un incremento en los niveles de felicidad, a pesar de que en la mayoría de los casos consumimos cosas que verdaderamente no necesitamos.
Lo mismo ocurre cuando oímos discursos políticos que giran en torno al concepto de “desarrollo”, como objetivo país, a través de una competición desesperada por crear nuevas “necesidades”, producir más, conseguir más demanda y generar crecimiento que, supuestamente, beneficia a todo el mundo. También han omitido ocultarnos la realidad en torno al consumismo: cuanto mayor sea nuestro consumo, mayor será nuestra utilización de energía, minerales, agua y tierra, y que genera cantidades ingentes de residuos.

El decrecimiento como teoría se ha convertido en una alternativa ante corrientes que defienden un nuevo escenario post-capitalista. Dicho de forma simple, el decrecimiento es mucho más que una teoría que abogue simplemente por decrecer nuestra economía y modelo de producción. Invoca un cambio sustancial tanto a nivel individual como social que busca enfocarse en elementos tan dispares como complejos.

A nivel español encontramos diferentes escritores que promulgan los ideales decrecentistas de manera continua. Uno de ellos es Carlos Taibo, economista madrileño que define las reclamaciones del decrecimiento como un “sinfín de terrenos precisos como la sanidad y la educación, el mundo rural y el sindicalismo, las ciudades y las migraciones”. Por ello, el decrecimiento intuye primeramente un cambio en la vida cotidiana de las personas que vaya asociado con un modo de vida amigable con el medio ambiente y con una perspectiva que busca resolver aquello que los ideales del crecimiento económico han abandonado.

El decrecimiento se empeña en restarle importancia al discurso dominante, al que basa en ese “modo de vida esclavo obsesionado con la generación de capital”, a través de la incorporación práctica de lo que muchas veces cargamos en nuestra conciencia. Incorporar elementos emocionales que se asocien a nuestra vida cotidiana y que contesten a la lógica neoliberal que intuye que entre más trabajemos, más dinero tengamos y mayor cantidad de bienes materiales consigamos consumir más felices seremos.

Serge Latouche, economista francés y uno de los principales promotores del decrecimiento analiza las razones por las cuales el modelo neoliberal se ha asentado en nuestras sociedades. Latouche habla principalmente de tres procesos que impulsan nuestro “ser capitalista”: El primero, la publicidad, que impulsa a los individuos a comprar objetos que a veces no necesitamos. Segundo, el crédito, el cual facilita conseguir dinero para comprar aquello que en términos objetivos no precisamos. Y por último, la caducidad, que va asociado al uso o la vida funcional de los objetos que se adquieren, y que en un periodo de tiempo dejan de funcionar, lo cual nos obliga a comprar de nuevo.

Los pilares de Latouche nos invocan un despertar de conciencia que nos recuerda que los ideales del crecimiento económico no buscan resolver todas aquellas causas que han sido participes del escenario actual de policrisis y efectos del cambio climático. Incluso, el llamado “capitalismo verde” ha aprovechado el despertar de conciencia sobre la crisis ambiental ofertándonos que consumamos productos “amigables con el ambiente” tales como los vehículos eléctricos, los cuales ciertamente no emiten emisiones de CO2, y eso lo asumen como un gran logro, a pesar de que dichos componentes utilizan una serie de minerales aún más escasos que los derivados del petróleo, tales como el litio, el cobalto, el níquel o el grafito o las llamadas tierras raras (minerales con características muy apreciadas de conductividad y magnetismo).

A pesar de la escasez de estos metales y el impacto de los métodos de obtención, como en el caso del litio en que la trituración de rocas o separación en lagos salados, exige grandes cantidades de energía y de químicos para su purificación; la diversidad de países que contienen estos escasos minerales es diversa y conflictiva. Las mayores reservas de litio están en el triángulo que forman Bolivia, Argentina y Chile. También en China. El mayor productor de níquel hoy en día es Filipinas. La fuente más grande de cobalto es la República Democrática del Congo, país que se ha convertido en un campo de batalla por el control del cobalto.

El decrecimiento intuye que el capitalismo y sus ideales de crecimiento económico no asumen que tenemos que disminuir nuestros niveles de consumo para seguir teniendo un planeta habitable, y con ello disminuir los efectos del cambio climático. Por ello ante dicho escenario, el decrecimiento nos invita a replantear el neoliberalismo desde una perspectiva asumible a nuestra conciencia a través de un cambio en la vida cotidiana de las personas que vaya asociado con un modo de vida amigable con el medio ambiente y con una perspectiva que busca resolver todo aquello que ha sido abandonado por los ideales del crecimiento económico.

Es fundamental enfatizar que los ideales del decrecimiento no abogan por una apología a la pobreza económica, sino a la sobriedad. Su distinción sobre la verdadera definición del término consumo, distinguiéndolo de consumismo, busca introducir un cambio austero en nuestro modo de vida que refleje lo que verdaderamente necesitamos.

La perspectiva decrecentista se empeña en restarle importancia al discurso dominante, al que basa en ese «modo de vida esclavo obsesionado con la generación de capital». Por ello el decrecimiento considera esencial la incorporación de elementos emocionales que se asocien a nuestra vida cotidiana como punto de enfoque de atracción hacia los valores que muchas veces cargamos en nuestra conciencia.

Un ejemplo de ello es el trabajo. Para el decrecimiento el trabajo se ha convertido en una herramienta fundamental para satisfacer las necesidades de consumo que nos ha impregnado el actual modelo económico. Esas necesidades creadas nos han apartado de elementos tan fundamentales para el bienestar de los individuos como lo es el tiempo libre. Si abandonáramos o simplemente disminuyésemos la lógica de la productividad y competitividad, decreciendo en ese sentido, no solo tendríamos más tiempo para dedicarnos a aquellas actividades, sean familiares o de ocio, por las cuales trabajamos, sino que también reduciríamos considerablemente las emisiones de dióxido de carbono en nuestra atmósfera.

La disminución de la productividad y la jornada laboral traería consigo solamente la disminución de las horas de trabajo. Al reducir la jornada de trabajo dispondríamos de más oportunidades laborales para los individuos que han sido excluidos por la lógica capitalista, y que en la actualidad se encuentran en el paro. Con ello el reparto del trabajo en la propuesta decrecentista va asociado fundamentalmente a la reducción de la producción y por ende del consumismo.

La reducción de la producción masiva y el consumo en la lógica decrecentista promueve la cancelación de segmentos enteros de la economía que van asociados al imparable crecimiento de los niveles de contaminación que afectan el medio ambiente. Esto ciertamente podría producir un aumento considerable en los niveles de desempleo. Por ello diferentes decrecentistas, entre ellos Taibo, suponen que hay propiciar primeramente el desarrollo de aquellas actividades económicas que guardan relación con la atención de las necesidades sociales insatisfechas y con el respeto del medio natural; y segundo, la necesidad de repartir el trabajo en los segmentos de la economía convencional que inevitablemente seguirán existiendo.

El decrecimiento no solo responde a las falacias del modelo de desarrollo tradicional, promueve todo un cambio radical en todas las esferas de la sociedad. Su perspectiva crítica del orden existente, caracterizada por ser antipatriarcal, auto gestionada e internacionalista, es fundamental dado a la introducción de valores sociales equitativos, que recuperen el sentido de comunidad que el capitalismo nos ha hecho perder, dado al continuo individualismo insaciable que promueve. Esto a su vez viene acompañado por la fuerza que tiene el decrecimiento, dado a que combina lo individual y lo colectivo en la búsqueda de un cambio en la vida cotidiana de las personas que recupere de cierta manera elementos de la vida rural.

Debemos considerar que el decrecimiento, como corriente de cambio, busca generar primeramente una conciencialización sobre el impacto tanto social como ecológico, que el actual modelo de desarrollo a través de su corriente política de neoliberalismo, ha tenido en nuestro planeta. Seguidamente, tenemos que repensar la estructura educativa que responde esencialmente a la lógica del capital, la cual fomenta un ideal de que los trabajadores se adapten a la jerarquía y autoridad, aceptando las reglas del juego del sistema y primordialmente comportarse como consumidores meramente.

El decrecimiento no es ajeno a nuestra conciencia y nuestra “voz interior”. Por ello, la incorporación de elementos decrecentistas en nuestra sociedad como la solidaridad, cooperación o apoyo mutuo, no son ajenas al espíritu humano ni a nuestra vida. Son la respuesta de nuestra conciencia a aquello que hemos percibido como injusto y ruin. El decrecimiento lucha por la construcción de escenarios positivos y sanos para las generaciones venideras, respetando al medio ambiente, la diversidad cultural a través de una reorientalización de la actividad económica que abandone el crecimiento individual ilimitado por uno social que sea mesurado para que simplemente otros puedan vivir.

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