Cuando las condiciones de la pandemia por COVID-19  permitieron el regreso paulatino a la presencialidad, en algunos países desarrollados se empezó a hablar del fenómeno llamado quiet quitting. En este escenario, los trabajadores se limitan hacer apenas lo mínimo necesario que requiere su trabajo, dentro de su horario, sin llevarse a casa trabajo pendiente y sin trabajar los fines de semana.

Esta conducta está lejos de ser producto exclusivo de los países desarrollados. La versión local y tropicalizada del fenómeno también existe, marcada por esa pasivo-agresividad  que siempre parece estar presente en las relaciones interpersonales.

Lo vemos en ese trabajador que, no quiere asumir cambios, entrenamientos, movimientos o actividades. Se niega a firmar memorándums, acciones disciplinarias, comunicaciones, adenda. No contesta correos o mensajes. Le habla mal a todo el mundo, todo lo discute, siempre encuentra una mosca en la sopa, critica a la empresa, a sus compañeros y a cualquiera que tenga a mano. Nunca está de acuerdo con nada, ni con las políticas, las decisiones, su evaluación anual, o la retroalimentación que recibe. De todo se queja y, en muchos casos, arma discusiones sin motivo que atrasan las labores de todos los demás y los deja alterados. Es, definitivamente, una persona difícil.

Suele asumir al patrono como enemigo. Al igual que en la versión extranjera, hace el mínimo necesario o incurre en tortuguismo. Le dice a sus compañeros que no vale la pena ir más allá, les habla mal del patrono, nunca puede ni quiere quedarse más allá de sus horas de trabajo, se burla de los eventos de motivación o team buidling y dentro de sus frases favoritas encontramos: Eso a mí no me toca o Así soy yo, salados y, por supuesto Yo no tengo que ponerme ninguna camiseta ni me pagan por dar la milla extra. Cuando alguien le pregunta si le pasa algo, aunque está visiblemente molesto, siempre responde que no.  Pero sus actos (y sus omisiones) lo delatan.

Es poco usual que alguien lo confronte. Se asume que es una persona incómoda y conflictiva, sin posibilidad de cambio o mejora. Cuando ya es inmanejable, se opta por pasarla de puesto en puesto cuando o simplemente decirle a los demás que no se metan con él, que eviten un problema. Que lo ignoren. Es decir, el centro de trabajo ajustándose a las imposiciones injustificadas de un insolente. Una solución tan útil como ponerle una curita a una gotera. La situación empeora.

También es cierto es que difícil poner el dedo exactamente en porqué la conducta del trabajador es una falta sus obligaciones laborales. Porque, a ver: gente así hay en todas partes.  La procesión va por dentro. No sabemos si está pasando por una situación difícil. Su trabajo como tal es impecable. A nadie podemos obligar a firmar documentos. La gente tiene derecho a disentir. No es pecado ser amargado. Mucho menos motivo de despido.  El mensaje subliminal es uno de los matices del pobrecito: impunidad total.

Y mientras tanto, el problema sigue creciendo. Las quejas individuales de sus compañeros pueden pasar por comentarios infantiles: Me dice groserías, cosas feas. No me saluda. Casi siempre que pasa a la par mía, me empuja. Critica mi trabajo. Me trata horrible.   Pero cuando es todos los días, todo el tiempo, durante muchos meses, el efecto negativo es innegable. No basta con responderles que el centro de trabajo no es un kinder y que deben aprender a llevarse bien entre todos. ¿Cómo se lleva bien uno con una persona hostil o agresiva?

Cuando finalmente el Patrono lo confronta, con un detalle de todo lo que ha pasado, declaraciones de testigos, videos, audios; el trabajador asume la posición de víctima, todo lo niega y reclama que eso es producto de envidias y cuentas pendientes, reales o inventadas y otra vez se queda en nada; porque nadie tiene la paciencia de investigar el tema, de lidiar con esa persona y es mejor dejarlo quieto.

A veces pareciera que la única opción es un despido con responsabilidad, un premio inmerecido a una persona que todos han soportado por mucho tiempo.  O prender velitas para que cometa una falta grave que permita despedirlo sin responsabilidad. Mientras tanto, a seguir aguantando.

No hay porqué resignarse o esperar un milagro. A nivel legal, ya hay esperanza para salir del martirio: donde se confirma la posibilidad que tiene el patrono de despedir a esa persona que, sencillamente, disfruta eso de estar jodiendo.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.