La relación Estado-Política es tema antiguo, pues su intento de comprensión lleva varios siglos. Sin embargo, las dos vertientes de peso son las iniciadas por: Inmanuel Kant, ubicado en el mundo de los valores como determinante de lo real, y con quien se inaugura una connotación moral de la política, al punto que este autor entiende que la política se encuentra supeditada al derecho y a la moral. El otro Nicolás Maquiavelo, ubicado en el mundo paralelo de lo fáctico histórico.

Sabemos que la modernidad, cuya forma política correspondiente es el estado de derecho, depende de un equilibrio entre los factores de lo fáctico y lo axiológico, demonios ambos que debemos mantener unidos, aunque sea por lazos invisibles pues su separación es causa de totalitarismos.

Maquiavelo nos expone el Estado como un escenario de lucha empírica en donde lo único inválido es perder (el poder). Dice en El Príncipe:

(…) al apoderarse de un estado, todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día y, al no verse en esa necesidad, puede conquistar a los hombres a fuerza de beneficios.”

Kant por su parte se acerca al asunto con otro foco. Para el filósofo prusiano, el Estado debe ser un punto de unión entre moral y política. Nos refiere Kant:

La política dice: “sed astutos como la serpiente”. La moral añade (como condición limitativa): “y cándidos como las palomas”. Si no pueden existir ambos en un mismo precepto, hay realmente un choque entre política y la moral; pero si se unen, resulta absurdo el concepto de contrario y no puede plantear como un problema la resolución del conflicto entre la moral y la política. Aunque la proposición la honradez es la mejor política encierra una teoría que la practica lamentablemente contradice con frecuencia, la proposición , igualmente teórica, de la honradez es mejor que toda política, infinitamente por encima de toda objeción , es la condición ineludible de aquella primera (…) Es claro que si no hay libertad ni ley moral basada en ella, sino que todo lo que ocurre o puede ocurrir es simple mecanismo de la naturaleza, la política es toda la sabiduría practica (como el arte de utilizar el mecanismo natural para la gobernación de los hombres) y el concepto de derecho deviene un pensamiento vacío. Pero si se cree necesario vincular el concepto de derecho a la política y elevarlo incluso a condición limitativa de ésta, debe ser posible entonces un acuerdo entre ambas".

Estamos aquí en presencia del componente moderno esencial del Estado de derecho: la «juridificación» de la política. La política sometida y limitada por el derecho, cuyo máximo corolario es la existencia de un Tribunal Constitucional.

Al estar la política limitada y delimitada por normas jurídicas, de suyo generales y abstractas, tenemos como consecuencia la protección de los derechos individuales por medio de un poder político coactivo y la actuación del gobierno limitada por los derechos ciudadanos. La figura superior que garantiza esos derechos es el pacto o contrato social originario o fundamental (Constitución Política), concebida como ley fundamental cuyos principios velan por la libertad de los ciudadanos, y permite que ellos mismos persigan la realización de sus propios fines, sin “sacerdotes de lo político” que les digan cómo deben pensar y menos cómo deben actuar. El ideal griego de la ausencia de diferencia entre gobernante y gobernado, que son lo mismo (al punto de que la elección en algunos momentos podía ser por sorteo), se realiza en el estado de derecho por vía de un control de legalidad y de moralidad de las actuaciones de la autoridad.

Actuemos entonces de conformidad los simples ciudadanos y no le dejemos la política a los políticos pues a diferencia del ideal griego, el ciudadano es socializado para mantener la moral, pero el político tradicional para saltársela.

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