Hace dos semanas me encontraba escribiendo una escena específica para mi siguiente novela. Por más que tenía en mi mente las imágenes que necesitaba, no lograba transmitir con palabras lo que sentía que el lector requería para envolverse en ese entorno que visualizaba. Me sentía sumamente frustrado y pasé un par de días volviendo al mismo párrafo una y otra vez. Decidí entonces darme un día de descanso, refrescar mi mente e intentar descubrir, paso a paso, palabra por palabra, qué me hacía sentir que el párrafo no era perfecto, sin lograr ningún resultado.
Terminé entonces leyendo un libro sin relación alguna, que trata sobre psicología organizacional, y me topé con un término que me puso a reflexionar. El término en sí es wabi-sabi. No, no es wasabi, pero, irónicamente, me enchiló de la misma forma, porque fue un cambio de paradigma.
El wabi-sabi habla de abrazar la imperfección y buscar la simplicidad y la modestia. Existe todo un trasfondo espiritual y de conexión que me obligó a replantear lo que, hasta ese día, conocía como perfeccionismo. Y conste: me declaro una persona perfeccionista, que siempre busca el más alto estándar en todo lo que hace y que, al mismo tiempo, lidia con la ansiedad que provoca una autocrítica casi destructiva.
El término nipón me ayudó a desarrollar una nueva filosofía de vida en la que me relajo y aprendo a apreciar aquellas cosas de la vida que son imperfectas. Existe una belleza en valorar la fugacidad y la imperfección que, hasta el día en que encontré el término, no había sabido apreciar. Además, encontré libertad: descubrí que no necesito perfección, sino excelencia, y que estar contento con lo que soy y donde estoy es, en sí mismo, ser feliz.
Luego de esto, volví al texto que me tenía bloqueado mentalmente y pude verlo con otros ojos. Unos más relajados, que me permitieron entrar en una sintonía diferente, desde la cual aprecié las imperfecciones que tenía, pero que, definitivamente, me ayudaron a transmitir lo que quería comunicar. Esa es la belleza del arte: la flexibilidad que nos ofrece para poder ver las mismas cosas desde puntos de vista distintos.
Les invito a aplicar el wabi-sabi en sus vidas y abrazar esas imperfecciones. Al final de cuentas, nosotros también somos imperfectos y estamos en constante cambio, por lo que vale la pena dejar de ser tan duros con nosotros mismos.