El título de este artículo puede sonar confuso, pesimista e incluso sumamente fatalista, pero soy un firme defensor de la idea de que la vida carece de un sentido inherente, y que, paradójicamente, eso resulta maravilloso y gratificante.

Es intrínseco al ser humano buscar un sentido a su vida, tener un propósito para su existencia. Para responder a la pregunta “¿Por qué y para qué existimos?”, muchas figuras a lo largo de la historia han intentado dar respuestas a esta cuestión que lleva sobrevolando desde el inicio de nuestra especie. Sin duda, una de mis respuestas preferidas a esta interrogante es la que postulaba el genial escritor y filósofo Albert Camus.

En su obra, El Mito de Sísifo, el autor sostiene que nuestra existencia no tiene un propósito dentro del universo, además de resultarle indiferente, por lo que buscar una respuesta concreta e incuestionable al sentido de la vida es perder el tiempo. En palabras del propio escritor argelino:

Para un hombre, comprender el mundo es reducirlo a lo humano, marcarlo con su sello. El universo del gato no es el universo del oso hormiguero. La perogrullada «todo pensamiento es antropomórfico» no tiene otro sentido Del mismo modo, el espíritu que trata de comprender la realidad no puede considerarse satisfecho salvo si la reduce a términos de pensamiento. Si el hombre reconociese que también el universo puede amar y sufrir, se reconciliaría”.

Además, también plantea que:

Lo absurdo nace de esa confrontación entre el llamamiento humano y el silencio irrazonable del mundo. Eso es lo que no hay que olvidar. A eso hay que aferrarse, pues toda la consecuencia de una vida puede nacer de ello. Lo irracional, la nostalgia humana y lo absurdo que surge de su cara a cara, he aquí los tres personajes del drama que debe terminar necesariamente con toda la lógica de que es capaz una existencia”.

Camus recurre a la figura de Sísifo, personaje de la mitología griega, para simbolizar el absurdo de la existencia humana.

Sísifo, condenado por los dioses a empujar eternamente una roca hasta la cima de una montaña, ve cómo la piedra cae una y otra vez, obligándolo a empezar de nuevo. Esto es una alegoría a nuestra propia existencia. Cada día, nos levantamos para seguir una determinada rutina, que nos puede hacer sentir atrapados en un ciclo sin fin, y en ocasiones hasta sentir que eso no nos lleva a ningún lado, como si pusiéramos la vida en modo automático.

Sin embargo, el filósofo sostiene que, aunque la vida carezca de un sentido universal o preexistente, eso no significa que no valga la pena vivirla. Camus no sugiere que la vida sea fútil, sino que su significado depende de nuestra capacidad de encontrar alegría en el acto de vivir, en los momentos cotidianos y en la lucha misma por seguir adelante.

El que vivir no tenga una verdad absoluta o un significado grandilocuente sugiere que está en nosotros darle nuestro propio sentido a la vida que vivimos. Es más, aceptar el absurdismo de la existencia es una forma de liberación que nos permite afrontar la vida con una actitud entregada, ya que no vivimos sometidos bajo el yugo invisible que puede oprimirnos, coartando nuestra libertad. Aceptar que la vida es un completo sinsentido y convivir con ello, es un acto de rebeldía.  

Con todo este telón de fondo, debemos recordar que la vida es finita y que, inevitablemente, un día terminará, convirtiéndonos en una pequeña gota del gigante océano que es la propia historia humana y la eternidad del universo. Por eso, es esencial comprender que nuestra vida nos pertenece y no debe tener mayor importancia ni imposición que la propia. En última instancia, afrontar el absurdismo nos invita a vivir con plenitud, conscientes de la belleza efímera de nuestra existencia. Al final del día, somos el resultado de nuestras vivencias y de lo que construimos a lo largo del camino.

Es cierto que la incertidumbre de la vida nos reta y a veces nos golpea, haciendo que muchas veces no sea como queremos, llevándonos a conocer el dolor, como lo explicaba Camus: “Vivir, naturalmente, nunca es fácil”. Pero eso no significa que debamos quedarnos con los brazos cruzados, que no encontremos una forma de continuar nuestra batalla en el acto de vivir. Al contrario, ser conscientes del absurdismo y desafiarlo es un acto de valentía.

Por ello, los invito a tomar partido en su existencia, dándole un significado y sello propio, que, como postulaba Aristóteles, nos lleve a concluir al final de nuestro trayecto en la vida que fuimos felices, tal como Camus nos sugería: imaginar a Sísifo feliz.

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