Se está acabando el tiempo y las decisiones que tomemos hoy van a definir nuestro futuro. Con esta frase se podría resumir el más reciente informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, IPCC, dado a conocer el pasado lunes 20 de marzo.
Tenemos encima los impactos del cambio climático cada vez con más frecuencia e intensidad, pero el mundo también cuenta con la tecnología y los recursos, incluyendo los financieros, para enfrentar estos impactos y disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, su acceso es desigual a nivel de regiones, países, grupos sociales y hasta por género, porque las mujeres se llevan la peor parte.
Como funciona el mundo tal y como lo conocemos es insostenible, no solo desde el punto de vista ambiental, sino también social, económico y hasta cultural, porque la transformación que demanda el cambio que se necesita, por fuerza tiene que ser colectiva e implica otra mentalidad y una valoración distinta de lo que tradicionalmente se ha considerado desarrollo y calidad de vida.
El Informe de Síntesis del IPCC es una radiografía de eso: nos dice que si no reducimos las emisiones planetarias a cerca de la mitad en la presente década, no cumpliremos la meta del Acuerdo de París de limitar el calentamiento global a 1,5 °C, número que no fue puesto al azar, es el umbral de lo que significa evitar o no los impactos más drásticos del cambio climático. De este número nos estamos alejando cada vez más y de forma acelerada. Las medidas y planes actuales no son suficientes, no alcanzan. Y estamos hablando de temas álgidos para la humanidad como salud, seguridad alimentaria y disponibilidad de agua.
No todo resulta consecuencia del cambio climático tampoco, pero sí agrava lo que tiene muchísimo tiempo de no estar bien, como la altísima vulnerabilidad social, la inequidad y el agotamiento de los recursos naturales.
Esto provoca lo que el IPCC llama efecto cascada, porque los impactos del cambio climático son mayores en aquellos sitios más deprimidos desde el punto de vista social y ambiental y además son diferenciados, porque golpean con más fuerza a quienes no tienen los medios para enfrentarlos y son los que menos han contribuido al problema.
Como humanidad, nos hemos acostumbrado y tolerado tanto esta insostenibilidad, que ahora resulta ser una bomba de tiempo a punto de estallar.
Para atender este enorme desafío, hace rato que ya no funciona la política tradicional con su visión cortoplacista, ni el business as usual que no logra ver por encima del negocio, o el estilo de consumo que agota los recursos más allá de la capacidad que tiene el planeta de regenerarse, debido a la gula de unos pocos, los mismos a los que no les conviene que las cosas se hagan de forma distinta, como dejar la lucrativa producción de combustibles fósiles. Estos siguen siendo la mayor fuente de emisiones de gases de efecto invernadero en el planeta, aun cuando las energías renovables son cada vez más rentables y tecnológicamente accesibles, como lo señala el mismo informe.
La solución tampoco se alcanza con un proyecto por aquí y otro por allá, con discursos políticos o con los lentos avances de las conferencias mundiales, donde hay que lidiar con egoísmos y grandes intereses. Las transformaciones, según el IPCC, deben ser rápidas, profundas y sostenidas a todo nivel, en todos los sectores y con una cooperación mucho más amplia para sacar la tarea. Pero, ante todo, con el convencimiento y la voluntad necesarios para demandar y ejecutar el cambio radical que se requiere.
El desafío más grande está en eso, porque se sabe de sobra lo que hay que hacer y la ciencia sólo lo ratifica. Ya lo dice el IPCC en su informe: se genera más bienestar descarbonizándonos y haciéndonos más resilientes, que, yéndonos, como vamos, hacia el precipicio. ¿Cuál camino, entonces, estamos dispuestos a tomar?
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