Es simple. Sin la inversión en el momento y lugares correctos, no se lograrán los objetivos globales para detener el cambio climático y evitar superar un aumento de 1,5 grados centígrados en la temperatura global. La acción climática requiere importantes inversiones financieras dirigidas a mitigar emisiones, impulsar adaptación a los impactos climáticos, crear capacidades y resiliencia. Estas son inversiones que, en efecto, son realmente altas. Sin embargo, la inacción climática definitivamente será mucho más costosa.

Las conferencias climáticas, entre ellas la Cumbre Anual que realiza la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, han permitido llegar a acuerdos globales, tanto de metas por país, así como de financiamiento climático global. Los acuerdos se han enfocado en el financiamiento proporcionado por los países desarrollados a los países en desarrollo para apoyar sus esfuerzos para abordar el cambio climático y sus impactos. No obstante, hasta el día de hoy, cada año ha existido una brecha sustancial entre lo acordado y necesario, con lo que realmente es invertido. Los números no calzan.

Un ejemplo de estos acuerdos se da en la cumbre COP 15, celebrada en Copenhague en el 2009, en la cual se insta a las naciones desarrolladas a movilizar 100 mil millones de dólares por año para el año 2020 a los países en desarrollo para acciones climáticas (UNFCC, 2009). A pesar del acuerdo, informes han identificado, más de una década después, que la meta no ha sido cumplida (OCDE, 2017). El no cumplimiento de este y otros objetivos acordados de financiamiento afecta el nivel de confianza que las naciones en desarrollo tienen en los países desarrollados. Los países desarrollados, incluidos Estados Unidos, Canadá, Japón y gran parte de Europa occidental, representan solo el 12% de la población mundial en la actualidad, pero son responsables del 50% de todos los gases de efecto invernadero que calientan el planeta emitido por los combustibles fósiles y la industria en el pasado. 170 años (Global Carbon Project, 2021).

El planeta enfrenta un objetivo global, donde se pide a los países en desarrollo la reducción de emisiones futuras mientras se sufren los efectos del cambio climático del que no son responsables. No obstante, muchos países en desarrollo carecen de los recursos y la tecnología para hacerlo. Por lo tanto, fondos de cooperación internacional son fundamentales para hacer frente al cambio climático y evitar acrecentar las brechas y desigualdad que ha impulsado el modelo de desarrollo económico hasta el día de hoy.

En Costa Rica, se nos ha reconocido mundialmente por acciones para reducir emisiones y tener un desarrollo responsable (protección de bosques, energía renovable, biodiversidad…), pero fue hasta el mes de abril del presente año, cuando fue presentado el primer Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático. Esto me hizo analizar el tema de financiamiento como un todo y la complejidad para los países en desarrollo, pensemos en toda Latinoamérica, para dirigir fondos hacia acciones de mitigación, adaptación y resiliencia, aunado a un contexto de limitación económica como el que predomina en toda la región. ¿Cómo priorizar? ¿Cómo tomar decisiones? ¿Qué es más importante?

Pongámoslo en contexto. Pensemos por ejemplo en el sector agro del país, un sector altamente vulnerable al cambio climático y a sus variaciones de temperatura, de fenómenos climáticos, de fitopatologías, y muchas más. ¿Tenemos recursos para lograr evolucionar el sector hacia modelos cero emisiones como lo exige el mercado, al mismo tiempo que fortalecemos su adaptación a los climas extremos y fortalecemos su resiliencia? La respuesta más probable y realista es no. El país, no tiene los recursos para invertir en adaptación, mitigación y resiliencia de manera paralela, por ello la cooperación internacional se vuelve necesaria e indispensable.

Sobre simplificando un tema altamente complejo, cada país debe guiar el financiamiento climático, tanto local, nacional como de cooperación internacional bajo una guía que responda a su identidad. Una estrategia que permita dar herramientas a los más vulnerables, pero que abra dentro de este nuevo panorama global espacios de desarrollo económico. Una proyección difícil de definir, pero cuya claridad llevará a mayor facilidad de captación de fondos y financiamiento climático.

Ante este desafío, pienso que los países en desarrollo como Costa Rica deben moverse en dos direcciones. Un primer eje prioritario para “no dejar a nadie atrás” (tal como lo indican los ODS), invirtiendo en adaptación de los sectores y temas que son fundamento de su estabilidad económica, social y ambiental, para permitir que los impactos presentes y de las próximas décadas no acrecienten la desigualdad y problemas de los países en desarrollo. Y en paralelo, un esfuerzo por encontrar en las acciones de mitigación oportunidades que puedan volverse nuevas herramientas de desarrollo económico. Batallas estratégicas que permitan alcanzar metas nacionales dirigidas a bajar emisiones, al mismo tiempo que son espacios para seguir creando empleo de calidad para los habitantes en las nuevas tendencias y mercados dentro del nuevo panorama. En otras palabras, un enfoque empresarial ante la mitigación.

¿Adaptación, mitigación, o resiliencia? Este dilema debe ser motivación por iniciar una conversación crítica, complementario al análisis por sectores, territorios o temáticas distintas. Una conversación que de manera realista entienda las finanzas climáticas del país como un todo, y permita tomar decisiones inteligentes y responsables. Decisiones y análisis que solo serán posibles de la mano con datos e información actualizada, una mirada que tome en cuenta las particularidades, pero también la visión macro del país.

Una crisis climática que es multiescalar, consecuentemente provoca un panorama de finanzas climáticas igualmente multidimensional y en evolución. Complejidad que no debe de frenar a países en desarrollo como el nuestro de estrategizar sus prioridades, de sentar la pauta para los fondos de cooperación internacional, y de potenciar finanzas climáticas desde una perspectiva de bien común. Tarea nada sencilla.

La lucha global sobre la responsabilidad de las naciones desarrolladas de compensar por los daños causados ​​por el aumento de las temperaturas en los países en desarrollo, seguirán. Sin importar los cambios impulsados en las próximas décadas, el impacto en los países más pobres será enorme. Un panorama claro, una estrategia definida, y datos que acompañen a los países en desarrollo serán vitales para alcanzar una responsabilidad histórica materializada en financiamiento climático para las naciones y personas que más lo necesitan.

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