Tiquicia inaugura presidente cada cuatro años, sabemos. Cuatro años políticos en nuestro país son unos 1.460 días. No es así en otros países. Francia, por ejemplo, tendrá a Macron de presidente por una década. Alemania tuvo a Merkel de Canciller por dieciséis años y Estados Unidos tuvo por ocho años a Obama. Y aun así en Costa Rica estos cuatro años crean gran expectación. ¿Cómo calibrar nuestras expectativas para un ciclo tan corto?
Ya conocemos el ritual: el 8 de mayo, cada cuatro años, oiremos que inicia algo que promete ser música diferente. Cambia la personalidad y el plan del “conductor” —el o la presidente—y se anuncia la nueva orquesta. Cambian las caras, cambia el estilo. Es humano que esto genere sentimientos encontrados. Porque también es parte del ritual tico tener acaloradas disputas entre quienes defienden al nuevo conductor de la orquesta y quienes encuentran su música insoportable. Hay recriminaciones que pueden romper amistades. Pero esa aceptación de los resultados es la democracia. Somos personas afortunadas de ver cambios de orquesta de forma pacífica contrariamente a otros países.
Pero cuatro años es poco tiempo ¿qué cambiará, realmente?
Los ojos recaen sobre esa nueva persona (con una excepción, ha sido siempre un hombre en traje entero oscuro con una banda presidencial tricolor) que jura lealtad a la República. Ese nuevo conductor de orquesta nos dirá que Costa Rica tiene grandes problemas, pero en cuatro años, sí, en sus años de gobierno decisivo, lograrán construirnos un nuevo futuro.
¿Cómo gestar futuros en 1.460 días? Independientemente de quien llegue al poder, son muy pocas semanas y meses. No lo digo con el derrotismo del “todos son iguales y nada cambiará”. No, ese derrotismo es exasperante. Más bien miro este calendario que vemos tan normal pero que es insólito. Y pienso que solo con frialdad pragmática es que se pueden calibrar las expectativas. Ni se nos deben prometer milagros, ni debemos esperarlos.
No cambiarán las instituciones ni las personas que trabajan en Ministerios ni en las empresas ni en los periódicos. Ni muchas leyes. Ni la inercia. Aunque haya proyectos políticos diferentes, en el interior de cada sector sea la construcción, turismo o agricultura, los procesos y reglas no escritas serán las mismas. Muchas municipalidades serán las mismas. Así como las ONGs, los sindicatos y las cámaras empresariales. Sin duda, la Iglesia Católica y las iglesias evangélicas también serán las mismas.
Mucha gente insiste en lo agridulce:
voté por Fulano-de-tal porque el sí va a arreglar Costa Rica; porque el gobierno de Mengano-de-tal ha sido lo peor que nos ha podido pasar. ¡Lo peor de lo peor!”.
Esa amargura y lamento por los cuatro años se mezcla con ilusión por la victoria del candidato, ese Superman político, que le arreglará la economía en cuatro años.
Claro, mucha gente ya no cree que Superman (ni Wonder Woman) llegará a Zapote. Muchas personas saben (y sabemos) que también es vital cambiar la sociedad desde la ciudadanía, la comunidad, desde una empresa, o un incluso un barrio. Que esto se aprecie menos en Costa Rica es tema para otro día.
¿Qué esperar en 1.460 días?
Si vamos atrás, recordaremos que por 1.460 días entre 2010 y 2014, lo que hiciera, dijera u omitiera Laura Chinchilla, dominaba la conversación, los titulares y la psicología tica. Luego vino Luis Guillermo Solís en 2014 y por cuatro años pasó lo mismo. Luego Carlos Alvarado y parecido (aunque en un contexto pandémico y furioso). Vemos un patrón: Todo fue culpa de Laura. No, de Luis Guillermo. No, de Carlos Alvarado. Todo fue culpa del PLN. Todo fue culpa del PAC. En cuatro años ¿será todo culpa del gobierno que hoy empieza? Es altamente probable.
No sé ustedes, pero es cansado pensar así. No podemos vivir, sentir, respirar Costa Rica en ciclos de 4 años. Quizás por trabajar en temas climáticos, por ser inquieta y tener un pie aquí y otro afuera, para mi Costa Rica es más que el quehacer de cuatro años de un gobierno. La ciencia no trabaja en cuatro años. Ni los océanos, ni los pájaros, ni las pandemias.
Ir más allá de la promesa cotidiana
Es sano pellizcarnos: la energía vital costarricense no puede y debe reducirse a ciclos, debates o psicologías de tan solo cuatro años. Muchos retos requieren trabajo y construir puentes más allá de esa cuenta regresiva de 1.460 días.
Costa Rica está inserta en un rompecabezas global que afectará a la gente incluso si la gente no lo sabe. El cambio climático (que quedó fuera del discurso presidencial de este mayo ¿no?) afectará al país, sin duda.
Pensemos en una ciudadana que le pide al gobierno bajar los precios de lo que compra en el supermercado. Esa debe ser la prioridad dice ella, llamémosla Mayela Fallas, y pensémosla herediana y breteadora. Paga su casa propia, y como tiene dificultades para pagar no se le puede exigir que le pida al presidente que haga del cambio climático una ‘prioridad’ de Zapote. Y, sin embargo, el hecho de que ella no lo pida como prioridad en estos cuatro años no significa que no deba ser una prioridad política. Que Mayela no vea reflejado (aún) el costo del clima extremo en su vida, en la caja del supermercado a la hora de pagar, no significa que no le saldrá caro a ella y al país el no prepararnos para este shock externo. Una inundación extrema que le dañaría su casa o la empresa donde trabaja le afectará su vida.
El clima extremo dañaría el turismo, la agricultura y la infraestructura. Un deslizamiento extremo matará personas.
En otras palabras, claro que hay que priorizar el ataque a la inflación para que doña Mayela tenga un respiro, pero es también deber de gobierno, empresa privada, congreso, municipalidades y ciudadanía activa —si es que un día vamos a transformar el país—complementar lo urgente con lo importante. La crisis climática y ecológica del planeta en que el que nació y vive doña Mayela, por más abstracto que parezca, es tan real como la subida del precio de la canasta básica.
La oportunidad de esta década es —justamente— que los planes políticos, sean de centro, izquierda o derecha, protejan vidas de los shocks extremos, como la crisis climática. Nos puede obligar a cambiar para bien. Si no somos tercos, o rígidos ideológicamente, nos puede hacer prosperar de forma más limpia y resiliente. A tomar más en serio la ciencia, nuestros bosques y océanos, a innovar, por ejemplo, nuevos materiales para la economía cero emisiones.
En cuatro años no hay tiempo para resetear todo. Ya hay caminos recorridos en Costa Rica en energías renovables, en transporte cero emisiones, protección de parques. El Plan de Descarbonización de Costa Rica es, en esencia, una propuesta para limpiar la economía tica en tres etapas. Es como una partitura. La nueva orquesta puede y debe aprovecharla y darle su estilo propio. Ajustar esa partitura, mejorarla incluso. Pero sería un error desecharla solo por el hecho de que la ‘partitura’ fue escrita por los que ya se fueron.
El nuevo equipo, la nueva Asamblea querrán tocar su propia música. Es lo legítimo y se les desea lo mejor porque no es fácil. Esa tarea dejará mayor legado si hay también la humildad y el pragmatismo de reconocer que hay una realidad no-tica, como la crisis climática global, la transición energética, la protección de ecosistemas terrestres y marinos que requiere construir sobre lo que ya existe en el país. No hay tiempo que perder. Lo bueno es que esa apuesta por una economía más innovadora, más verde y azul será una en la que Mayela Fallas vivirá mejor.
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