Una posible respuesta, pero retórica, sería decir que Costa Rica es del pueblo, pues, si bien la democracia ha dado mucho como forma de gobierno, también es cierto que la economía política que se practica desde hace varios lustros por parte de los gobiernos ha ido despedazando la igualdad de los ciudadanos y la calidad de vida.

¿Por qué? Porque los gobiernos de turno ven con normalidad manipular la opinión con desinformación como recurso político para suprimir cualquier amenaza a su poder (beneficios).  El mensaje es claro: el país lo gobiernan los dueños (adinerados), sin importar qué partido político esté en el poder momentáneamente.  Es decir, si el poder económico está concentrado y las necesidades básicas están más allá del control democrático, los dueños del país son aquellos que lo gobiernan, y la mayoría simplemente ha jugado a la democracia cada cuatro años para legitimarlos.  La dominación se justifica desde un saber blando, la política, por parte de los administradores, centralizando cada vez más una economía corporativa (empresas), más el poder estatal y las instituciones ideológicas (educación pública y privada).

¿Por qué una minoría política (multipartidista) y empresarial debería gobernar a la mayoría?  Una razón que podría argüir esta minoría sería que ella tiene en sus manos el uso de los votos y el uso legítimo de la violencia estatal (educación, leyes y policía). Otra razón es el manejo de la opinión, con lo cual el sometimiento resultaría voluntario por parte de la mayoría, y las masas de votantes no intervendrían en los asuntos públicos —que no son de su competencia— más que votando meteóricamente cada cuatro años.  Ambas son maneras de reducir a la mayoría a la pasividad, pues la mayoría introyecta la pasividad en el plano de las creencias políticas.

En resumen, el poder económico privado condiciona las acciones de los gobiernos y los partidos políticos y, en general, piensan como un único partido sobre los negocios. Resultaría elegante que las personas con privilegios dieran el ejemplo, y no que se escondieran detrás del status que ostentan y, menos, detrás del Estado.  Ya nadie cree que nuestros políticos son filántropos.

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