Costa Rica tiene unas cincuenta representaciones diplomáticas alrededor del mundo. Algunos países desarrollados con una agenda geopolítica más robusta poseen cien o más. Llama la atención la gestión diplomática de Singapur, un país que, a pesar del altísimo producto interno bruto (PIB) per cápita, cuenta con apenas veinte misiones diplomáticas, pero realiza una ágil gestión inteligente y su personal se moviliza de país en país identificando mejores prácticas en política pública que podría adoptar para el desarrollo de la nación, del estado y de la economía singapurenses.

La movida más inteligente que ha hecho Costa Rica en materia diplomática es quizás el ingreso a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), luego de los esfuerzos sostenidos de las últimas tres Administraciones. Es un proyecto-país fecundo en posibilidades para desarrollarnos a la vuelta de un par de décadas. Esto quiere decir que mi generación la tiene más cerca que ninguna otra en 200 años de vida republicana y soberana para alcanzar el desarrollo, algo que jamás lograríamos con el tradicional “nadadito de perro” que ha caracterizado nuestros avances en el último medio siglo. En la OCDE, los 38 países miembros comparten mejores prácticas en política pública para estimular el mutuo desarrollo del músculo estatal y así mejorar el bienestar de las personas, la eficiencia económica de los mercados, la conservación medioambiental y el desarrollo del capital natural de los países. Sobre esto último, por cierto, Costa Rica tiene mucho que aportarles a los demás miembros.

La tarea de decidir en qué dirección querríamos mejorar como país requiere de un ejercicio doméstico que nos permita elaborar una visión de máxima ambición de ese sueño realizable de la Costa más Rica que podamos imaginar. Esta es una invitación para soñar con el Estado más eficaz y eficiente que se requiera para incubar y acelerar el crecimiento de la próxima economía. El planeta está sufriendo las consecuencias del cambio climático y la civilización debe transformar, tan rápido como pueda, las dinámicas económicas que han causado el problema. Mucha de esa transformación debe parecerse lo antes posible a lo ya logrado por Costa Rica: más de 130 años de educación pública, gratuita, obligatoria y costeada por el Estado; 80 años de seguridad social universal; casi 75 años de cultura desmilitarizada; más de 65 años generando electricidad de fuentes limpias y renovables; casi 50 años de conservación de ecosistemas de altísimo valor natural y belleza escénica; casi 30 años de apertura comercial y promoción del turismo orientado hacia la naturaleza.

Lamentablemente, los logros del pasado no nos alcanzarán para el futuro. Entonces requerimos una agenda política que nos permita, como nación, provocar las transformaciones que construyan el próximo Estado en todos los temas mencionados en el párrafo anterior, y varios más. Por ejemplo, entre los países de la OCDE, Costa Rica es el que invierte el mayor porcentaje de su PIB en educación pública. Sin embargo, en términos del impacto de ese gasto, es el peor de todos los países miembros. Más bien, Israel, que no gasta un porcentaje tan alto como nosotros, tiene el mayor impacto socioeconómico como resultado de su inversión en educación. Si nuestro gasto público en educación tuviera el impacto que tiene Israel, desarrollaríamos talento humano capaz de abrir una Embajada en Marte.

Está claro que no lo digo en sentido literal: quizás faltan varias décadas antes de que un país tenga una representación diplomática en Marte. Pero sí es absolutamente posible que, en el transcurso de esta década, una misión tecnológica viaje a Marte a realizar un sinfín de experimentos relacionados con la capacidad de albergar e incubar vida en el planeta rojo. Costa Rica ya cuenta con una Agencia Espacial de reciente creación. Además, cuenta con una abundancia de biodiversidad y de talento humano preparado para experimentar e innovar diferentes productos y materiales que podrían ser utilizados en misiones y estaciones en Marte en un futuro no muy distante. Nada, absolutamente nada, impide que el sello costarricense se suba a bordo de esas primeras gestas que irán a Marte a experimentar con biomateriales y soluciones basadas en naturaleza.

Está claro que estas visiones de máxima ambición requieren estímulos, facilitación, liderazgo, inversión, y aliados estratégicos, entre otros recursos. Sobre todo, requieren que múltiples piezas del rompecabezas estatal funcionen a la altura: educación y salud pública, ciencia y tecnología, investigación y desarrollo para la innovación, capital de riesgo público-privado, un medio ambiente robusto, sano y conservado, entre otras. Nos serviría echar mano al pensamiento exponencial para imaginar en grande y luego comprender qué sería necesario para llegar allá en términos de esfuerzos. El pensamiento lineal es al que estamos acostumbrados en nuestra cotidianidad: si damos 30 pasos de un metro cada uno, avanzaremos 30 metros. Pero si diéramos 30 pasos exponenciales, donde cada paso duplicara la distancia del paso anterior, cubriríamos la distancia de aquí a la Luna.

La humanidad prospera en la incertidumbre. Cientos de generaciones de nuestra especie fueron capaces de caminar desde África hasta Argentina sin conocer qué había más allá de lo que se podía ver con el ojo humano. Fuimos avanzando, aventurándonos, innovando, adaptándonos al entorno, construyendo tecnología para la supervivencia hasta que lo logramos. Vamos para Marte. Es más, como humanidad, ya estamos allá. Soñemos con la visión de llevar a Costa Rica a Marte. Alcanzar esa meta nos desarrollará.

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