En la homilía pronunciada el pasado 2 de agosto por el obispo auxiliar de San José, el señor Daniel Blanco, se hizo un llamado a que los candidatos no polarizaran las elecciones presidenciales del próximo año. Esto claramente fue un fenómeno visible y decisivo de los anteriores comicios, donde la población se vio dividida en si se apoyaba (o no) el matrimonio igualitario, involucrando argumentos que iban desde el principio de igualdad como disposición constitucional, pasando por la teología y aterrizando en la más baja y llana homofobia.
Al ser así, lo que resulta importante es cuestionarse cuál es la razón por la que cada cuatro años este país se pone de cabeza y parece que es habitado por personas que son enemigas entre sí. Esto no es solo una preocupación de la Iglesia Católica; sin embargo, es una que debería de estar en las mentes de todos los habitantes, quienes recibiendo insumos de los diferentes sectores interesados en gobernar y utilizando los medios como una herramienta para crear “opinología”, son parte elemental de los conflictos que en tiempos electorales parecen no terminar y, más preocupante aún, parecen definir las elecciones.
Ahora bien, es claro que los mitos fundacionales del Estado-Nación, que parecían crear una cierta cohesión social hace unos años, existen cada vez menos. Esto no deja de ser positivo, puesto que basar la idiosincrasia costarricense en el ser blanquiticos, catoliticos, pura vida y eternamente pacíficos no está nada más que alejado de la realidad y la diversidad de un país como el nuestro. Tal y como indica el filósofo nacional Alexander Jiménez “este país se ha imaginado a sí mismo, casi desde siempre, como el lugar adonde vienen los dioses a acampar.”, lo que provoca que cuando las ideas de otro sector aparecen en la colectividad, el sentimiento de afectación al imaginario social se vuelve ineludible y causa polarización.[1]
Esta fragilidad social, materializada en la falta de cohesión, no es un tema secundario, ya que cuando esta se encuentra presente en el colectivo, la rapidez con la que pueden aparecer los conflictos y los comentarios en redes es casi inmediata. Esto es lógico porque al igual que sucede en una familia, los intentos por conciliar antes de enojarse y no hablarse por un par de días son mayores. Y si no sucede así, por lo menos la empatía y la escucha activa con la que se aborda la situación y el intercambio de ideas es mayor y no avanza de manera tan desenfrenada hacia el antagonismo.
Sin embargo, encontrar cohesión social en una sociedad tan fragmentada por la desigualdad y que ya no siente pertenecer a un proyecto común de país no es algo que se arregla de la noche a la mañana. De esta manera, aunque las condiciones actuales no parecen haber cambiado desde las elecciones pasadas y el terreno está preparado para una eventual polarización, y con esta, una afectación al núcleo del colectivo; es importante hacer un llamado a realizar un análisis sesudo cada vez que una aseveración parece entrar al terreno insalvable de la polémica inútil que inunda las redes sociales. Esto con el fin de ser juiciosos y discernir si determinado argumento no tiene más que una intención de generar conflicto, lo cual no hay que confundir con mantener una pasividad dañina, puesto que el intercambio de ideas y el ataque de argumentos (no de personas) son parte fundamental de la política electoral.
[1] Jiménez Matarrita, Alexander. La vida en otra parte. Migraciones y cambios culturales en Costa Rica-2nda ed.– San José, C. R.: Editorial Arlekín, 2018.
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