Pareciera que fue ayer cuando en el 2007 Daniel Ortega llegó al poder democráticamente. Esto ya hace 14 años, en los cuales, poco a poco y con la ayuda de muchos (incluida la Iglesia Católica) y con el pueblo como mayor enemigo político, se llegó a convertir en la antítesis de aquel que luchó décadas antes contra la dictadura de los Somoza. Volviendo Nicaragua a ser sentenciada a revivir años de opresión, asesinatos y pobreza extrema.

Si bien es cierto que la región nunca se ha considerado como pacífica o próspera, en las últimas décadas han habido avances. Sin embargo, el problema continúa, esta vez con Nayib Bukele, quien ejerciendo cargos como alcalde logró alcanzar la presidencia de forma democrática y prometió finalmente traer la paz a un país tan dividido y amenazado por la violencia como lo es El Salvador.

Bukele llega al poder como la alternativa a los partidos conservadores y tradicionales tanto de izquierda como de derecha, generando esperanza en la población. Pero es a pocos meses de su presidencia que Bukele mandó al ejército y la policía a tomar la Asamblea Legislativa y amenazó con disolverla. Bukele no sólo convocó al ejército, también concentró a miles de simpatizantes para exigirle a los diputados a que cedieran a su presión y autorizaran la negociación de un préstamo para seguir con sus planes de gobierno.

Ante la presión internacional el plan fracasó, y por medio de plataformas como Twitter, el presidente se retractó de sus actos casi tiranos. A diferencia de Costa Rica, en el El Salvador las elecciones presidenciales no son al mismo tiempo que las legislativas, por lo que no fue hasta hace pocos meses, en febrero de 2021, cuando ganó la mayoría en las elecciones legislativas, que contaría con el apoyo absoluto en este órgano.

En menos de 24 horas, el presidente destituyó a todos los magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, que años antes representaban un contrapeso a su ansias de cambiar la Constitución para posicionarse en el poder indefinidamente. Esto ya lo hemos visto en países a lo largo del continente, como es el caso de Venezuela, y parecería irónico ya que Bukele considera a Maduro como dictador y hasta expulsó a los diplomáticos venezolanos de El Salvador. Por supuesto, Bukele no ha escatimado su odio público hacia el cuarto poder, la prensa, de la cual como todo dictador, busca poco a poco estrangularla hasta lograr su silencio, no solo con intimidación en sus mensajes a la nación, sino con acoso fiscal del Ministerio de Hacienda.

Ya sea de corte liberal o conservador, de derecha o izquierda, todo individuo o grupo de individuos que no respetan la división de poderes, es un dictador, déspota y totalitarista. Este tipo de inestabilidad a nivel regional se traduce en menos inversión extranjera, menos trabajo, más pobreza, más migración irregular, menos derechos humanos y por lo tanto, menos proceso social para la región.

El fin no justifica los medios, y nunca lo hará. Ya en las pasadas elecciones vimos el alto precio que Costa Rica tuvo que pagar por un voto radical, sin educación, lo que dio como resultado una Asamblea llena de novatos, incapaz de enfocarse en los verdaderos problemas que retrasan el progreso del país. Bien lo dice el dicho: nadie escarmienta por cabeza ajena, pero Costa Rica está a meses de una vez más elegir entre la opción populista radical o seguir defendiendo el título de la democracia más longeva de Latinoamérica.

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