Todo lo que brota del Nuevo Testamento, desde los textos afines hasta los heréticos, es interesado, pues pretende que, tanto lectores como oyentes, entre otras cosas, se conviertan. En ese sentido, resulta pertinente diferenciar dos figuras: una, Jesús el Nazareno, el ser humano de carne y hueso, y la otra, Jesucristo el Dios teológico.

Jesucristo es un Dios teológico que fue presentado por tradiciones rivales desde antiguo: la ortodoxia oriental, el catolicismo romano, los protestantismos normativos (luteranismo y calvinismo) y las nuevas sectas, en su mayoría norteamericanas (pentecostalismo).

En cuanto al catolicismo, la Trinidad es una “estructura sublimemente problemática” (H. Bloom), pues separa el concepto de persona del de sustancia y, además, porque propone al Espíritu Santo como una tercera persona junto al Padre y al Hijo, y sobre lo cual el Nuevo Testamento ofrece escasos testimonios. Y aunque uno podría pensar que la Encarnación y la Resurrección tienen que ver con Jesús el Nazareno, eso tiene muy poca relación con Pablo de Tarso, si seguimos la teología de sus cartas, pues a Pablo solamente le importa la Resurrección. Nada más ajeno al ser humano Jesús (histórico) que ser un dios que muere y revive –esto hace añicos la Tanakh— la Torá, los Profetas y los Escritos, así como la tradición oral judía. Si Jesús y Yahvé (Padre) son uno, el suicidio de Yahvé está muy lejos del hebraísmo. El Jesús real existió, pero no se puede hallar completamente, y tampoco hace falta, pues la construcción teológica hecha durante dos mil años prácticamente enterró al Jesús real.

La descomunal superestructura teológica que sepultó al Jesús real es un espejo cóncavo: únicamente notamos las distorsiones en que se han ido convirtiendo los creyentes. Desde Filón de Alejandría, todos los teólogos son alegoristas, pues la alegorización es un modo de interpretar cualquier texto, por ejemplo del Antiguo Testamento, diciendo que los teólogos católicos tienen en sus manos el verdadero sentido del texto bíblico desde sus previos dogmas de fe y, por supuesto, esto es un a priori. Lo irónico con Jesús es él fue un judío fiel a la Alianza y que sus seguidos tardíos los usaran para sustituir la Alianza de Yahvé por la Nueva Alianza.

Fue gracias a Flavio Josefo que se tiene memoria de que Jesús fue una figura periférica del siglo I, cuyo siglo culminó finalmente con la destrucción romana del Templo de Yahvé en el año 70 d.C. (Y además aparece el hermano de Jesús, Santiago el Justo, como un auténtico discípulo, como se observa en la Epístola de Santiago, compuesta por uno de los ebionitas, o cristianos judíos, que probablemente sobrevivieron al asesinato legal de Santiago y a la destrucción y saqueo de Jerusalén.)

La Nueva Alianza se debe necesariamente a una lectura errónea de la Biblia hebrea. Fue a finales del siglo I que los creyentes consideraban a Jesús el artífice de una Nueva Alianza, pero, a partir de lo señalado más arriba en este texto, es más que probable que la razón fundamental de esta consideración fuera la confusión del mensajero (Jesús) con el mensaje (Reino de Dios) de Yahvé, y resulta más que improbable que Jesús se comportara como un hijo resentido con Yahvé como para hacer casa aparte, es decir, fundar una nueva alianza.

Para ajustar los textos judíos a sus intereses, los autores del Nuevo Testamento reorganizaron la Torá y los Profetas, pues su atención la centran en su Mesías: desde el Génesis hasta los Reyes, y también en todos los mensajeros, desde Moisés a Malaquías pasando por Elías. Reordenar el Tanakh para que finalizara en Malaquías y no con el libro Segundo de las Crónicas fue una primera revisión. Los cristianos salvaron su Antiguo Testamento (AT) con el fin de que el Nuevo pareciera el cumplimiento mesiánico en Jesucristo.

Se observa la razón por la cual los cristianos concluyeron el Tanakh con 2 Crónicas: la exhortación de aliento a 'subir' a Jerusalén para reconstruir el Templo de Yahvé (2 Crónicas 36, 22-23). En el siglo XXI, lo anterior sería un gravísimo problema político-religioso porque la mezquita de Al-Aqsa está emplazada sobre el Templo de Salomón, y por supuesto hay que respetarla. En contraposición, los cristianos concluyen el AT con Malaquías, este último proclama más bien el regreso (Mal 4, 5-6) de Elías, ya que en el Evangelio de Mateo (Mt 1,2 y 3 caps.) se asocia a Juan el Bautista bajo la figura de Elías.

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