En el momento que escribo esto, mediados de junio del 2025, la cifra de gazatíes asesinados por el ejército israelí, desde el 7 de octubre de 2023, asciende a 54.677; de los cuales más de 17.000 son niños y niñas asesinados. Ahora bien, The Economist publicó, el 15 de junio, una investigación donde estiman que pueden haber muerto hasta 109.000 gazatíes por heridas traumáticas, es decir, disparos, decapitaciones, golpes, producto del armamento israelí. Esa consideración no contabiliza los cuerpos de las personas que están debajo de los escombros, ni los muertos por inanición o enfermedades; si se contemplarán esos números, se proyecta, al menos, unas 300.000 personas muertas por la ocupación y el asedio militar israelí de los últimos meses. Lo anterior, también ha sido respaldado por estudios publicados en The Lancet.
A esta altura del horror, no cabe duda que estamos presenciando “un genocidio en directo”, como lo calificó Amnistía Internacional: crímenes de guerra, bloqueo de alimentos y de agua, la destrucción total de los sistemas de salud, bombardeo indiscriminados, el desplazamiento de 2.000.000 de personas y la matanza sistemática de niños, niñas, mujer y hombre civiles inocentes. Ante estas atrocidades, es imposible que alguna persona pudiera tener un ápice de duda de la campaña criminal de Israel, o un distanciamiento ante la masacre. Podríamos asumir que denunciar el genocidio palestino a manos del Estado de Israel es, cuanto menos, un deber de cualquier persona con una mínima noción de moral o ética. Esta coyuntura trasciende el ambidiestrismo político.
Pero, el silencio cómplice del genocidio aún ocupa lugar en el imaginario de un sector de la población. Grupos que padecen de un sesgo teológico que les impide, siquiera, indignarse por la masacre de palestinos. Hago referencia a un presupuesto religioso-teológico del sionismo cristiano que les hace fantasear con que el actual Estado Israelí es el renacimiento del Israel bíblico, una nación elegida y protegía por el Yahvé del Antiguo Testamento: el pueblo elegido de Dios (así, con mayúscula). Este discurso condiciona, especialmente, a los cristianos evangélicos conservadores.
Quiero ser categórico: la formación del Estado de Israel poco tiene que ver con intervenciones de Yahvés míticos o profecías veterotestamentarias cumplidas: su origen es más prosaico y responde a la geopolítica del norte global. La formación del actual Estado sionista de Israel es producto de los proyectos etnonacionalistas (racistas, colonialistas y supremacistas), que se forjaron en el siglo XIX en Europa; además del afán geoestratégico de occidente, como bien dijera Biden en 1986: “si no existiera Israel, inventaríamos uno para proteger nuestros intereses en la región”. De esto se ha escrito mucho, no quiero extenderme en temas que mejores plumas han expuesto.
La religión es un proyecto político
Todo discurso religioso (sistema más o menos organizado para vincularse con un ser trascendental, espiritualidad, relación con Dios, fe bíblica, ¡cómo le quieran decir!), es un proyecto político: toda manifestación religiosa implica una forma para establecer y organizar la sociedad a través de normas, métodos de legitimación, instrumentos que instauran un régimen de verdad, etc. La religión nunca fue, no es, ni será algo privado: es social y político. El argumento es obvio: desde que decreto que mi libro gordo es la verdad revelada, inalterable, axiomática, categórica y normativa, esa verdad se vuelve un discurso que pretende organizar a una sociedad, ¡esto es política!
Y este es el problema: toda religión, fundamentalista, que categoriza en su imaginación niveles de moralidad, catalogará la virtud de las personas acorde a la aceptación de los dogmas o a la afinidad religiosa. Si no creen, se les considera moralmente deficientes y condenadas a tal cual o cual destino. ¡El juicio divino es implacable!, valga el sarcasmo. Evidentemente, la fe da una ilusión de certeza, una convicción de verdad. Un discurso tan demoledor que lleva a los creyentes a aceptar tales postulados de condena y muerte.
Este sesgo teológico ha sido instrumentalizado por el aparato propagandístico israelí para legitimar su ocupación y su proceder genocida: apelando a sus “amigos en occidente”, con los cuales comparten ese pasado “mítico”.
Netanyahu, oportunamente, ha dicho en repetidas ocasiones, que no tienen mejores amigos que los evangélicos. Una relación de amistad que es recíproca: "los evangélicos no tienen mejor amigo que el Estado de Israel", dijo el primer ministro israelí en un encuentro con líderes evangélicos en Río de Janeiro, antes de asistir a la toma de posesión de Bolsonaro en el 2018. Lo anterior no es inocente: los “amigos” son útiles para justificar su ocupación ilegítima y sus empresas militares genocidas.
La miopía teológica del sionismo cristiano
¿Cómo es posible que un sector de los evangélicos ignore, o peor aún, justifique el genocidio palestino a manos del Estado sionista? En una gran parte de las comunidades evangélicas de Latinoamérica, está difundida una la teología evangélica-sionista donde la imagen de Israel como el reloj de Dios, está presente gracias a una escato-ficción, nublando así la posibilidad de posicionarse en la actualidad de forma crítica y objetiva. Esta postura teológica fantástica lleva a estas comunidades a interpretar su fe, y su libro-revelación, desde una sistema que no resiste el escrutinio exegético crítico: el premilenialismo dispensacionalista pretribulacional.
Este sistema teológico es, fundamentalmente, literalista en su exégesis, y dogmática en su hermenéutica. Huelga decir que, en su mundo narrado, cada evento, sacado de su contexto, funciona como una conveniente pieza de un rompecabezas que da sentido a su historia de la salvación.
Me gustaría explicar, brevemente, en qué consiste el trabalenguas que anoté arriba: Premilenialismo dispensacionalista pretribulacional: el principal sesgo que ha llevado a las comunidades evangélicas conservadoras a ser cómplices, con su silencio, del genocidio palestino. Claro está, existen precedentes históricos y teológicos de esta lectura, pero no tengo espacio para extenderme más.
Teología de escato-ficción
Primero, este sistema teológico es premilenial, con esto me refiero a la idea de que el mesías del Nuevo Testamento regresará, físicamente, previo a la instauración de su reino milenial. En segundo lugar, es dispensacional. Ese término hace referencia a un sistema de interpretación bíblica que imagina que la historia de la salvación está regida por 9 pactos y 7 dispensaciones. Estas, son periodos particulares donde la gracia divina se manifiesta de forma particular. En las 7 dispensaciones, la ascendencia y descendencia de Jacob (Israel), tomará un protagonismo en la historia de la salvación, que llevará al nacimiento del mesías, Jesús, y a la culminación de los tiempos con “los cielos nuevos y tierra nueva”. Ahora bien, este Mesías, descendiente del linaje de davídico, cumple, con su muerte vicaria, el Nuevo Pacto. Con esto, comienza la dispensación de la Gracia; y acá viene lo relevante para este texto: la ideología sionista cristiana, le impregnó, a la escatología dispensacional, la esperanza de que la nación de Dios (Israel) se convertiría al Mesías, después de la dispensación la Gracia, y en el momento previo a la instauración del Reino. Claro está, antes debe haber cataclismos, guerras, y el colapso mundial (por lo anterior esta teología es aceleracionista de la crisis civilizatoria y planetaria, y atenta contra cualquier noción de mitigar o evitar las diferentes crisis: prefieren decir: ¡Sí ven pronto Señor! Que asumir su responsabilidad en el planeta, como sí lo hacen otras teologías comprometidas; pero es esto otro tema). El tercer elemento es el pretribulacionismos: idea que plantea, interpretando un versículo de 1 Tesalonicenses, que Jesuscristo raptara a su Iglesia antes de que comiencen los 7 años de tribulación.
Retomando la idea de Israel como el reloj de Dios, dentro de ese sistema teológico, la existencia de un Estado Israelí es fundamental para la concreción de su escato-ficción: ellos imaginan que las profecías del Antiguo Testamento, las cuales el Nuevo reinterpreta a la luz de las creencias forjadas en el primer siglo en ese incipiente cristianismo judío sincrético, se cumplirán en un futuro Reino Milenial, de forma literal, donde Israel (como nación), será el centro mundo, y Jesuscristo reinará en el mundo. Existen otras teologías cristianas que no conciben su historia de la salvación de ese modo. Pero, esta que describí, es paradigmática de muchas de las misiones estadounidenses evangélicas que colonizaron, perdón, evangelizaron Latinoamérica desde mediados del siglo XIX.
Esta teología se convierte, en la práctica, en un “arma ideológica de la muerte” (le tomo prestado a Hinkelammert el término), ya que ha permitido establecer a Israel, en el imaginario de los sectores evangélicos, como un Estado con impunidad por derecho divino. El fanatismo que inocula a estas poblaciones y los llevan, de una forma oscura, a aceptar tácitamente la masacre de niños, mujeres y civiles palestinos, es porque el pueblo de Dios está cumpliendo su designio; y Dios, su juicio, que es inescrutable, misterioso y velado a los mortales. Yahveh, y el Dios Padre, pactan con sangre y sacrificio. En todo caso no es nuevo, recordemos que el Yahveh de El Antiguo Testamento (véase Levítico, Deuteronomio, Josué, Jueces…) demandaba a su pueblo genocidios, saqueos y violaciones contra las naciones enemigas. Tiene coherencia, para estos grupos, que la invocación a la masacre de Amalec o “los carros de Gedeón” sea parte del discurso del “Pueblo de Dios”: el genocidio palestino no es algo nuevo para un Dios que exige la aniquilación de los pueblos vecinos. ¡Esto es perverso!
Caos exegético instrumental
Con lo anterior, vemos parte de un caos exegético instrumentalizado para exculpar a un Estado ilegítimo desde su fundación.
El que fuera mi amigo, Juan Stam, escribió un análisis sobre la presunta legitimidad divina de la ocupación israelí concluyendo que “bien analizado, ni el AT da base para un derecho divino de Israel a determinado territorio hoy, ni mucho menos la da el NT. Ese error sólo entorpece el análisis del problema (…) ese conflicto debe analizarse, como cualquier otro conflicto político, por los mismos factores históricos, sociales, económicos y éticos, en términos de justicia y promoción de la vida”. De igual manera, el especialista en estudio bíblico, David Castillo, después de una revisión exhaustiva del caso, es categórico en “afirmar que el origen de la justificación bíblica del derecho a la posesión de la tierra por parte del moderno Israel es el producto de una interpretación ideológica e interesada del texto, y no de una promesa divina perpetua en favor de Israel”. Estas lecturas contextuales, críticas, que sí le hacen justicia al texto bíblico, deberían ser las que priman en las conversaciones de las comunidades cristianas, para que así puedan ser consecuentes con sus, presuntos, compromisos éticos y espirituales.
Al final, este texto buscó ser un alegato por la secularización radical del los conflicto sociales y políticos: quitar la máscara la narrativa religiosa servil del poder, y en este caso, el discurso cómplice, inhumano, de las comunidades de fe que silencian, exculpan o quieren creer que el Estado sionista de Israel procede acorde un designio divino. Para estos grupos, aún es tiempo de replantear esos marcos teológicos, y abrazar teologías que sí reivindican la justicia y la vida.
Gaza es la última trinchera de la humanidad. El último capital de dignidad, virtud y bondad que nos queda. Con la aniquilación, o el exilio pleno, del pueblo palestino, perdemos todo significado, y tendremos que reconstruir de las ruinas nuestra humanidad arrebatada…
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