La desigualdad de ingresos se define como la diferencia en el monto de ingresos que reciben las personas, que provoca que un segmento de la población reciba una fracción relativamente pequeña del ingreso en relación con otro segmento que concentra una proporción grande. Esta desigualdad surge como resultado de fuerzas económicas, culturales y sociales, al tiempo que genera consecuencias en esas esferas. Por esta razón, medir la desigualdad es de gran interés para los gobiernos y tomadores de decisiones, pues esta proporciona un indicador de la justicia en la distribución  del ingreso.

La medida de la desigualdad más comúnmente utilizada es el coeficiente de Gini: un indicador calculado a partir de los datos de la distribución del ingreso que toma valores entre 0 y 1, y que cuanto mayor sea, significa que una mayor proporción del ingreso total lo acumula una proporción más pequeña de la población. En otras palabras, entre mayor sea el coeficiente de Gini, existe una mayor desigualdad: un grupo grande de personas que reciben un ingreso relativamente bajo, y un grupo pequeño de personas que reciben altos ingresos.

El coeficiente de Gini es valioso porque sintetiza toda la información disponible sobre los ingresos en un único número que representa el grado de desigualdad. Además permite hacer comparaciones entre países, o para un mismo país a lo largo del tiempo. Para el caso de Costa Rica, en 2020 este indicador se ubica en 0,519 y su evolución refleja que ha ocurrido un crecimiento de la desigualdad durante las últimas décadas.

Sin embargo, el coeficiente de Gini tiene características que hacen que se deba ser cauteloso en su interpretación. En primer lugar, no brinda información sobre el nivel de vida de la población, sino que refleja una medida relativa de la desigualdad sin una referencia clara a los valores absolutos de ingreso que le dan sustento. Por ejemplo, es posible un caso extremo en que la desigualdad medida por el Gini sea tan baja como se quiera, pero que gran parte o toda la población viva en situación de pobreza. También es posible que coexista una alta concentración del ingreso con baja pobreza. En otras palabras, no es posible afirmar nada sobre el bienestar que disfruta la población considerando únicamente el coeficiente de Gini.

Una segunda característica es que existen muchas posibles distribuciones de ingreso, diferentes entre sí, que pueden generar el mismo valor del coeficiente. En otras palabras, si a lo largo del tiempo se observa que el Gini de un país se mantiene estable, esto puede deberse a que en efecto la distribución del ingreso sea casi la misma cada año, o a que está ocurriendo una redistribución del ingreso tal que los efectos se compensen a lo interno de la distribución. El coeficiente de Gini no permite distinguir una dinámica de la otra.

Ante estas limitaciones, vale la pena complementar el coeficiente de Gini con indicadores adicionales que brinden más información sobre la distribución del ingreso. Más allá de las medidas tradicionales (medidas de tendencia central y de variabilidad), se ha demostrado que para cualquier distribución de ingreso existe un valor de referencia o benchmark tal que, manteniendo todo lo demás constante, si se aumenta el ingreso a personas cuyo ingreso es menor que el benchmark, el índice de Gini disminuirá (es decir, la desigualdad disminuirá). Asimismo, si se aumenta el ingreso a personas que ya reciben montos mayores que el benchmark, el índice de Gini aumentará.

Un trabajo reciente estudia la distribución de ingreso de un grupo de diez países (Nórdicos, Anglo-sajones y BRICS), y sus resultados indican que dicho benchmark suele ser mayor a lo que uno imaginaría. En particular, el ingreso de referencia suele ubicarse entre los percentiles 60 y 80 de la distribución de ingreso, con montos muy superiores a la mediana y mucho más aún que la línea de pobreza oficial de cada país.

Al tomar datos de la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO) que elabora el INEC, se determina que este valor de referencia para Costa Rica en el 2020 se ubicó en ₡341.577 de ingreso mensual total por persona neto. Es decir, manteniendo lo demás constante, la desigualdad sería menor con cualquier incremento del ingreso a alguna persona que reciba menos de ese monto, y sería mayor con cualquier incremento del ingreso a alguien que reciba más. Este monto se encuentra en el percentil 76 de la distribución de ingreso.

Los mismos datos nos muestran que la incidencia de la pobreza según línea de pobreza en el país para el año 2020 alcanzó el 30% de las personas. El costo de la canasta básica que determina este nivel de pobreza es de ₡112.266 mensuales por persona en zona urbana, y de ₡86.353 en zona rural. Montos mucho menores que el benchmark discutido anteriormente.

La implicación de este resultado es que una política o cualquier evento que incremente el ingreso de sectores medios de la población (en particular, de los percentiles 30 a 76) podría reducir la desigualdad pero sin reducir la pobreza, mostrando una vez más que la desigualdad y la pobreza son fenómenos distintos. Una política que genere este resultado está lejos de ser la más beneficiosa, pues la desigualdad per se poco dice sobre el bienestar de la población, siendo más bien la pobreza el flagelo que como sociedad debiéramos aspirar a eliminar.

Es propicio repensar la manera en la cual pensamos en la desigualdad y la pobreza, y hacerlo con base en los datos y la información que tenemos disponible. Este cálculo del benchmark de ingreso es solo una herramienta más que puede contribuir al mejor estudio y comprensión de ambos fenómenos. En la siguiente tabla se muestra los resultados de los indicadores aquí comentados para el período comprendido entre 2010 y 2020:

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