Había pasado algún tiempo desde la última vez que visité San José. Volver como visitante a mi propia ciudad me permitió recorrerla con una calma renovada, dedicar más tiempo a reflexionar sobre lo que leo y me entero sobre ella a través de noticias, índices y demás fuentes, y compararla con lo que veo en realidad. Es justamente esa reflexión, marcada por esos contrastes, la que quiero compartir en este artículo.

Contrastes

Acompañé a mi hermana, una mujer emprendedora en sus treintas cuyo pequeño negocio va bastante bien, a un evento en el centro de San José, un martes a media mañana. Su éxito no deja de sorprenderme más no es casualidad: es producto de una década de perseverancia pero también gracias al respaldo de programas estatales como Conape, que le permitió abrirse camino en su carrera. Sin embargo, mientras íbamos de camino, observé con asombro un alto número de habitantes de calle durmiendo en las aceras, algunos consumiendo. La mayoría, jóvenes. Esa escena me puso triste y contrariado, la verdad. ¿Cómo es posible que en un país con tantas oportunidades para algunas personas aún haya tantos atrapados en la exclusión? Según la Municipalidad de San José, más del 30% de las personas en situación de calle habitan en la capital.

También visité a algunos amigos y conocí sus apartamentos que han adquirido recientemente: modernos, bien ubicados y con buenas amenidades. Su éxito también tiene, en gran parte, raíces en el sistema público: la educación superior gratuita y de calidad, y buenos empleos gracias a la atracción de inversión extranjera. Sin embargo, desde las azoteas de esas torres, la vista se extendía hasta los asentamientos urbanos alrededor, recordándome que para muchos el sueño de una vivienda digna sigue siendo solo eso. De acuerdo con el Centro de Estudios del Negocio Financiero e Inmobiliario (Cenfi), el acceso a vivienda propia es especialmente difícil para los jóvenes: el 38,6% de los hogares con jefes menores de 39 años optan por el alquiler debido a limitaciones de ingresos y acceso a financiamiento habitacional.

Algo que me llenó de esperanza fue ver a la Caja cumpliendo, a pesar de sus problemas ya conocidos. En esos días, llevé a mi abuela de 91 años al Hospital Blanco Cervantes a sus citas de control, en donde el servicio recibido es comparable con el de países con excelentes sistemas de salud. Aunque sé que la experiencia no es igual de positiva para todas las personas, lamentablemente, esto me recordó que, con todo y todo, algunas de nuestras instituciones fundamentales siguen dando la talla.

En medio de estos contrastes, también observé avances. Un ejemplo de ello es la Circunvalación Norte, que refleja cómo el país puede desarrollar infraestructura de alto valor cuando existe voluntad y planificación. Sin embargo, en más de una ocasión me encontré atrapado en largas filas para salir de ella, compartiendo carriles con una sorprendente cantidad de vehículos, muchos de ellos eléctricos. Aunque me alegró ver tantos autos eléctricos, la realidad es que esta solución solo aborda una parte del problema, pero genera otro: seguimos atrapados en el tráfico. No en vano, el FMI ubicó a Costa Rica en 2022 como uno de los países con el tránsito vehicular más lento de América Latina y el mundo.

Más allá de la percepción

Los contrastes de los que he hablado también están presentes en las cifras. En 2025 han sido publicados al menos tres rankings internacionales de alta reputación, en los que Costa Rica figura favorablemente. The Global Democracy Index 2025 (The Economist) ubica al país como la democracia número 18 del mundo, compartiendo además podio con Canadá y Uruguay como las únicas democracias plenas de América. The World Happiness Report 2025 (Universidad de Oxford) nos ubica como el sexto país más feliz del mundo, por la percepción de nuestra calidad de vida. Y, el Índice de Progreso Social 2025, nos coloca en el puesto número 39, con una puntuación prácticamente idéntica a la de Chile y Uruguay, como los tres mejores de América Latina.

No obstante, estos éxitos en el papel nos plantean una responsabilidad mayor. ¿De qué sirve ser la democracia número 18 cuando enfrentamos enormes retos en democracia económica? ¿Qué significa ser el sexto país más feliz cuando miles de costarricenses pasan horas atrapados en el tráfico cada día, o mucho peor aún, duermen en las calles?  Esto sin mencionar otros problemas como la inseguridad ciudadana, que afortunadamente no tuve que experimentar personalmente.

Esta paradoja entre esos índices internacionales y nuestra realidad cotidiana debe llamar nuestra atención y reflexión. Los números contrastan con lo que vemos día a día, y esto no es casualidad. Son el resultado de decisiones —o la falta de ellas— que como sociedad hemos tomado. Necesitamos un país que no solo se enorgullezca de sus índices internacionales, sino que trabaje incansablemente por transformar esas cifras en bienestar tangible para todas las personas.

Al reflexionar sobre todo esto, volver a San José me recordó que Costa Rica sigue siendo un país de posibilidades, pero también de profundos pendientes. Es posible que la próxima vez que regrese, ya habremos elegido un nuevo gobierno. Espero que en esa transición podamos entablar un diálogo nacional honesto, donde reconozcamos tanto nuestros logros como nuestras deudas históricas. El verdadero progreso comenzará cuando nuestros contrastes sean parte del pasado, no la definición de nuestro presente

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.