Woke es el pasado del verbo wake y se traduce en español como desperté. Desde la década de los 30 del siglo pasado fue usado por comunidades afroamericanas en Estados Unidos como un llamado a mantenerse despierto frente a la opresión y la injusticia.
Durante el gobierno del presidente Obama grupos progresistas insatisfechos con los avances que se estaban logrando, adquirieron una fuerte convicción sobre la superioridad moral de sus posiciones económicas, políticas y culturales para denunciar la injusticia social, la discriminación, la desigualdad de ingresos, de oportunidades y de trato por la sociedad y las instituciones públicas.
Se trata de la defensa de los derechos de minorías raciales, de orientación sexual o de planteamientos económicos socialistas, e incluso incluye algunos movimientos feministas.
Los planteamientos woke originaron un enfrentamiento radical con grupos conservadores extremistas, que podríamos por facilidad llamar anti-woke.
En nuestro medio este debate se da de una manera similar entre los grupos políticos que se autodenominan progresistas, y grupos conservadores que en muchos casos consisten en movimientos con fuerte uso de motivos religiosos. Sus adversarios se refieren a ellos como progres y retrógrados.
En el debate contemporáneo, los movimientos 'woke' y 'anti-woke' representan dos visiones enfrentadas sobre cómo abordar la justicia social y la igualdad.
Los defensores del movimiento 'woke' buscan visibilizar y corregir desigualdades históricas, enfocándose en la protección de los derechos de minorías y en la implementación de políticas que aborden las disparidades. No obstante, sus críticos señalan que estas medidas específicas pueden generar resentimientos de los grupos mayoritarios tradicionales por la percepción de que se les margina en el proceso.
Por otro lado, el movimiento 'anti-woke' aboga por una aplicación estricta de las leyes generales y se opone a lo que perciben como un enfoque excesivo en identidades específicas. Argumentan que la ley debe ser neutral y aplicarse de igual manera para todos, sin otorgar privilegios o medidas especiales.
Sin embargo, esta postura a menudo oculta o minimiza realidades de segregación, discriminación y maltrato hacia minorías que persisten en muchas comunidades. Al centrarse exclusivamente en una igualdad formal, el movimiento 'anti-woke' puede perpetuar injusticias estructurales y desviar la atención de las necesidades urgentes de aquellos que sufren marginalización. En lugar de abordar y resolver estos problemas, esta postura tiende a proteger los intereses de una mayoría, dejando a las minorías en una situación de vulnerabilidad y silencio.
El anti-woke es tan divisivo para la sociedad como el woke. Ambos son extremos. Uno pretende confrontar las diferencias y hacer derechos específicos para cada grupo lo que destruye el Estado de Derecho y el otro pretende ocultar la discriminación y no aplicar las reglas generales del estado de derecho en favor de las minorías.
Ambos dificultan avanzar en la construcción de una sociedad más justa, donde no solo las normas jurídicas y las políticas públicas, sino también su aplicación y las costumbres informales vayan logrando igualdad de trato y de oportunidades para todos, respeto a las diferencias y una convivencia amable en una cultura del encuentro, como la que nos ha llamado a establecer el papa Francisco.
Para avanzar hacia una sociedad más justa, es crucial reconocer las limitaciones de ambos enfoques y buscar un equilibrio que garantice la igualdad de oportunidades, sin ignorar las realidades históricas y las desigualdades persistentes. Solo así se podrá construir una convivencia más armónica y equitativa para todos.
Claro que es una tarea nunca concluida, con avances y retrocesos, pues navegamos en el mar de nuestra ignorancia construyendo la red de normas generales de buena conducta que permitan eliminar las segregaciones oficiales, promover la inclusión y la fraternidad entre las personas, y promover el acceso de todos a oportunidades de superación. Y además de construir la normativa, debemos permanentemente velar por su cumplimiento universal y no solo en favor de las mayorías.
Tareas que se tornan más demandantes cuando —como hoy— atraen y se propagan tendencias del populismo autoritario que fortalece visiones extremistas, antagónicas y contrarias a los equilibrios y a la moderación.
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