En el 2018, en un programa de radio, un ex federativo aseguró que, en el 2014, al término del mundial Brasil 2014, tres jugadores de la Selección Nacional habían pedido la salida de Jorge Luis Pinto, y presuntamente habían manifestado que, de continuar, perderían partidos. Los tres jugadores, Keylor Navas, Celso Borges y Bryan Ruiz desmintieron categóricamente esas declaraciones difundidas y presentaron una demanda el 26 de marzo de 2019 contra dos ex federativos. El 16 de marzo del presente año se retomó el juicio y el resultado se dictó el 26 de marzo.
Por decisión unánime, los jueces concluyeron que los exmundialistas no dijeron lo que se les había atribuido. Si bien, los ex federativos resultaron absueltos, se condenó el daño moral ocasionado y deberán pagar 3 millones de colones a los demandantes. El tema estuvo durante semanas en la opinión pública. Llamó la atención que, a nivel mediático, en general, hubo posturas con connotaciones negativas hacia los querellantes y muy poco se comentó sobre los querellados. Aunque la demanda por difamación era contra los ex federativos, se convirtió en una pugna entre Pinto y los jugadores, y en esas direcciones iban las “porras”.
Más allá del fútbol, es necesario analizar los discursos que surgieron en redes sociales y medios. En la gradería popular, el apoyo hacia los ex federativos, se vertió en la figura de Pinto y en el escarnio de los tres jugadores demandantes. En un sector, una peculiar fauna masculina, representante de la cultura machista y homófoba centró sus esfuerzos en la degradación de la imagen de los futbolistas. En otro sector, ciertos discursos feministas extremos generalizaban que el fútbol era un deporte de hombres agresores, abusadores, violadores. Hoy, está extendida la idea de que el concepto del honor es una construcción social tóxica y patriarcal.
También circuló la idea de que eran individuos privilegiados por sus grandes recursos económicos, así, no necesitaban demandar. Es interesante que el sistema haya convertido el concepto de “los privilegiados” en un comodín para usar a su conveniencia. No se aplica cuando se trata de la evasión fiscal de poderosos grupos empresariales, pero sí cuando alguna persona famosa desea defender su nombre. Evidentemente, es más difícil para una persona sin recursos defender su imagen y las consecuencias serán muchísimo más devastadoras. Pero en la cultura de la cancelación nadie se salva, famoso, anónimo, rico o pobre.
Este juicio reveló visiones entroncadas en la sociedad tica que ponen en contradicción las llamadas posturas “progresistas” y refuerzan las posturas conservadoras. La división de la sociedad en sectas de afinidad, han alimentado las divisiones. Dentro de la chota hacia los jugadores redundó la idea de que “los hombres no lloran”. Algunas posturas feministas extremas expresaron que los hombres solo lloran por razones futbolísticas o las “lágrimas de cocodrilo” después de agredir a una mujer. Sí, existen hombres así. Pero, existen otros, que lloran por otras situaciones.
¿En qué situaciones lloran algunos hombres? Lloran de frustración ante la adversidad laboral, de impotencia económica al no poder hacer frente a las necesidades de sus hijos, de agotamiento físico, psicológico y moral por el acoso de un jefe o jefa en el trabajo. Este juicio, en vez de juzgarse a la ligera, como “telenovela de machos tóxicos”, ojalá sirviera para abrir un diálogo más sensible sobre los roles de género impuestos por la sociedad. En el caso de los hombres, la exigencia de la invulnerabilidad, la represión de sentimientos y el mandato social de soportar malos tratos aun en situaciones laborales.
Esto nos lleva un segundo tema oculto entre la burla y descalificación y que afecta tanto a hombres como a mujeres. La cultura costarricense se vanagloria pacífica, no violenta. Sin embargo, reina en la cotidianidad la violencia simbólica, coloquialmente, llamada violencia agazapada, rastrera. El discurso de paz también ha servido para justificar la violación sistemática de los algunos derechos fundamentales, entre ellos, la naturalización del acoso laboral y la difamación. Esto, unido a la cultura machista explica el porqué de muchos de los discursos que afloraron al calor del juicio.
En este contexto, es natural que la decisión de los futbolistas haya sido atacada y no se comprenda la defensa del honor. En general, parece que la sociedad costarricense, no tiene conciencia de sus derechos humanos más básicos. Frases como “en un trabajo se aguanta todo como hombrecito” es reveladora de un fenómeno muy invisibilizado en la sociedad costarricense, el mobbing, es decir, acoso, agresión, ataque y maltrato en ambientes laborales, normalmente en situaciones de desbalance de poder entre el acosador y la víctima.
Por encima del juicio, es imperativo explorar temáticas sociales que se desprenden; además de los mandatos estructurales de género de la cultura patriarcal, es urgente hablar sobre la difamación y el acoso laboral. Este último, es un fenómeno común en Costa Rica, “sin embargo, representa una cifra negra ya que muchos no denuncian su situación por temor al despido y continúan soportando el maltrato del que son víctimas”. Se presenta en los sectores privado y público, incluso ha llegado a ser parte de la cultura organizacional. Sobre las denuncias interpuestas, el mayor porcentaje corresponde al sector servicios, 65,2% y los sectores agropecuario y construcción, con los porcentajes más bajos.
En todos los sectores, los métodos son los mismos “la infravaloración de las capacidades del trabajador, hasta su desbordamiento por la asignación de tareas irrealizables, agresiones como la ocultación de información, la difamación o el trato vejatorio”. Así, se lleva al individuo al límite, la desesperación, la renuncia, la precarización económica y en casos muy extremos, al suicidio. Las víctimas pueden ser albañiles, operarios, técnicos, profesionales de servicios, académicos universitarios, empleados municipales, profesionales de la salud, entre muchísimos otros. De tal manera que, no importa el nivel social, educativo o el género, es un fenómeno sufrido por todo tipo de personas.
En términos futbolísticos, el sistema nos está ganando por goleada. Dentro y fuera del estadio, la afición está polarizada en cientos de grupos. En las afueras, los eslóganes gritan que los hombres machistas de ciertos sectores no tienen derecho a la palabra, la protesta o la defensa porque son tóxicos; desde los palcos, altisonantes y arrogantes voces señalan a los jugadores privilegiados; mientras en sol y sombra, las bulliciosas canciones repiten hasta aturdir que, un hombre que denuncie el acoso laboral es un maricón en la doble acepción costarricense, afeminado y llorón. Necesitamos urgentemente remontar el marcador, a pesar de las arbitrariedades del “Fair play”. ¿Cuál será el sistema de juego que permita hacerlo de la mejor y más justa manera?
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