Cien años parecerán mucho a quién no tenga noción histórica. Hace cien años se reconstruía Europa después de la Primera Guerra Mundial, y se encaminaba con paso firme hacia la Segunda. Durante este siglo el transporte, el dinero, la familia y sociedad han cambiado; por lo menos las formas en que las materializamos actualmente, pues las ideas detrás son las mismas. Cien años son la mitad de la vida independiente del país, así tal cual lo confirmara el Acta de los Nublados. Así, sin lucharlo mucho, nos llegó la independencia, hace 200 años. Pero vuelvo a los cien, que siguen sonando inacabables.

Allá en Nicoya, una de la zonas de mayor longevidad del mundo, habrán personas que, aunque tal vez no se informaron sincrónicamente de los eventos, vivieron la recomposición del poder europeo entre los grandes conflictos armados que en ese continente llaman mundiales. Esas y esos nicoyanos vivieron la liberación social, liderada por los movimientos sociales en Estados Unidos, pero con paralelos en Latinoamérica, Asia y África. Más importante, en el plano local, estas personas vivieron el gran conflicto armado de nuestra nación, el que aún hoy determina históricamente la institucionalidad del país. Tal vez algunos lo tengan aún presente en sus memorias, vividas o relatadas.

Es justo ese evento, y su posterior resolución, el que da pie a nuestra llamada excepcionalidad democrática. El país se liberó de las sulfurantes amarras del ejército, y dio letras, artes y ciencias a una mayoría antes alienada en el campo. Complementariamente, dio participación política a una población históricamente excluida: las mujeres. Porque, a pesar de ser la mitad de las voces, hasta ese momento no contaban con ningún voto. Claro está, de lo formal a lo real “hay otros cien pesos”.

No deja de ser sorprendente el hecho que, de los 200 años de vida republicana independiente, poco más de setenta sean los que verdaderamente representan una democracia más completa. Es decir, durante casi dos tercios de la historia democrática costarricense las mujeres fueron excluida de la toma de decisiones; decisiones que las afectaron directa o indirectamente, pues regulaban su entorno y sus posibilidades.

Lo formal se transformó lentamente en lo real a partir de las primeras representaciones políticas de mujeres, por ejemplo, en la Asamblea Legislativa. Allí, desde 1953 – hace 68 años – la representación de mujeres se ha dado de manera ininterrumpida hasta la actualidad. No obstante, no fue sino hasta hace dos décadas (una décima parte de la historia independiente de Costa Rica) que la representación de diputadas logró superar los veinte escaños. Esos “cien pesos” se cobraron en el último siglo; desde la acción de la Liga Feminista de Costa Rica, la instauración del voto femenino hasta la efectiva representación de las mujeres en espacios políticos. Por ejemplo, lo formal se volvió real en tanto una sola diputación femenina en 1962 dio paso a 25 en 2018.

De 200 años de vida republicana independiente, la segunda mitad ha sido la más significativa en asuntos de representatividad; de ellos, de lo formal a lo real, los últimos sesenta han sido los que han materializado una democracia más completa. No obstante, vestigios de tiempos pasados existen aún, incluso allí donde las decisiones para unas o las otras personas se toman. Algunos parecieran renegar de este desarrollo institucional y social, y bajo argumentos moralistas reniegan la plena participación de las mujeres en las decisiones que a ellas afectan.

Lo que la breve historia —realmente— democrática de Costa Rica nos ha demostrado, es que la representación no ha sido ni justa, ni pronta. A un año del bicentenario de la República, menos de la mitad de las diputaciones en el Parlamento son ocupadas por mujeres, situación que ignora por completo la realidad. A un año del bicentenario, una mayoría de hombres todavía discute sobre decisiones que afectan a las mujeres, y en la discusión circundante hay quienes desestiman la discusión en general porque no les parece prioritario. Desestimar las opciones de la mitad de la población es una afrenta a la convivencia social pero, por sobre todo, a la gobernanza democrática. No sorprende que la transición de lo formal a lo real aún no se complete.

Cada #8M que pasa y en el que el foco no se ponga en el mensaje de las movilizaciones, es una oportunidad perdida para acercar lo real a lo formal; para hacerle frente a las injusticias históricas del país y para progresar como Estado de Derecho. El de hace dos días no ha sido la excepción; no obstante, los mensajes se hicieron escuchar y se hicieron ver, muy a disgusto de los políticamente acomodados, y aquellos que buscan dónde acomodarse. La democracia depende de todas las personas, pero cuando a algunas se les niega la voz y se bloquea su participación, se aleja lo real de lo formal. 200 años no han pasado – espero yo – en vano.

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