Debo empezar esta columna indicando con claridad que Jorge Vargas Cullell —Varguitas, como se dice él mismo en sus columnas— es una persona digna de toda mi admiración y confianza. Además, valiente. Echarse al hombro este enredo de la propuesta al FMI con lo caldeados que andan los ánimos, no es para cualquiera. El Estado de la Nación lo legitima como el profesional capaz que es y, pese al argumento de que al ser nombrado por el CONARE se encuentra en un conflicto de interés, creo en su profesionalismo y honestidad. Lo digo de verdad, le deseo lo mejor por que lo respeto y estimo y, porque si le va bien en la conducción del diálogo, seguramente nos irá bien a todos.
Respecto a la metodología propuesta, reconozco en ella la creatividad de Jorge y su equipo, pero en toda franqueza no creo que hayan logrado mitigar todos los riesgos. Seguramente es imposible hacerlo. La forma como está definido el problema ayudará mucho a que las propuestas que emerjan no se vayan a extremos, pero también se corre el riesgo de llegar a posiciones intransigentes de algún grupo muy rápidamente y, sin compromiso de los participantes, la mesa puede convertirse en otro fracaso que complicará aún más el avance y la salida del problema.
Creo que parte del error ha sido llamarle diálogo. En realidad, los grupos debieran llevar propuestas claras y completas que respondan a la forma como está definido el problema y, a partir de ahí, conducir una negociación que logre un resultado aceptable para la mayoría. Debiera ser una mesa de negociación, más que de diálogo.
Un problema más complejo es que quienes van a estar votando para definir cómo aumentar los ingresos fiscales y cómo disminuir el gasto, no constituyen una buena representación de la población y los sectores geográficos, productivos y/o socioeconómicos del país. Ya esto ha sido ampliamente comentado, así que me limitaré a decir que los sindicatos están sobre-representados, el sector productivo y sus estratos están sub-representados, y hay algunos convocados que tienen agendas tan particulares y no representativas de la mayoría de nuestros ciudadanos, que se interpreta que llegan a proteger algún tema y no a pensar en cómo ayudarle al país a salir delante de esta compleja coyuntura. Se trató de lograr un balance de fuerzas políticas más que una representación del país y sus estratos, regiones y sectores.
A quién escoja cada grupo para que los represente hará una gran diferencia en lo que se logre. Si los sectores mandan “gremialistas aguerridos”, la discusión será más sobre cómo proteger los intereses de los sectores que representan, y menos sobre cómo lograr un buen balance entre ingresos y gastos, que además no desestimule la inversión, el crecimiento de la producción y la generación de empleo.
Este último punto para mí es esencial y, en la metodología planteada, se menciona. Solo espero que se le vea como el tema fundamental que es y no como una consideración tangencial. Por esta razón más que ninguna otra siento que debiera haber más participación de diversos estratos del sector productivo nacional. La mejor forma de reducir el déficit fiscal y la deuda total como porcentajes del PIB, es aumentar el PIB con vigor. El “nadadito de perro” que implica crecimientos de la economía entre 2,5 y 4% es insuficiente. Llegó el momento de soltar todas las amarras y permitirle a nuestro sector productivo acelerar las inversiones, el crecimiento de la capacidad y de la productividad en cada sector, industria y empresa. Necesitamos crecer entre 5 y 7% anual por la década que inicia con nuestro Bicentenario de Independencia.
En mi opinión acá es dónde la llanta toca la carretera. De los 29 miembros de la mesa, habrá entre 4 y 10 ―si los representantes del sector agropecuario y de las cooperativas son verdaderos productores y no agentes políticos de sus respectivos movimientos― que entiendan sobre los temas del crecimiento y la producción en forma práctica. Acá es donde siento al sector productivo sub-representado, pues lo que más necesitamos de esta mesa es el acuerdo de “soltar todas las amarras” en términos eliminación y simplificación de trámites, de acceso al crédito, digitalización de servicios públicos, de agilización de permisos y patentes, de transferir tecnología a los pequeños productores…, de todo aquello que nos permita salir de esta crisis con el acelerador del sector empresarial “hasta la tabla”.
Si el ministro Garnier no es invitado, como está previsto, y los cooperativistas y representantes del sector agropecuario son más bien del ala política o social de dichos movimientos, me temo que tendremos media agenda de trabajo como resultado de la mesa, y con el peligro de que se incluyan medidas que realmente afecten el apetito por invertir y crecer de nuestros sectores productivos. Entiendo que no se puede hacer toda la política productiva del país en esta mesa, pero sí se podrían establecer acuerdos firmes respecto a trámites, financiamiento, etc.
La agenda que propuse hace unos días implicaba que debíamos alinear al Ejecutivo, al Legislativo —para que con 38 votos aprobara los cambios y/o excepciones temporales que hicieran falta—; tomar en cuenta a todos los ministerios e instituciones que ―por un claro mandato del Presidente, ahora legitimado por la mesa―debieran hacer cambios en sus programas y procesos; y al sector financiero —Banca para el Desarrollo, la Asociación Bancaria y la Sugef― para que sean parte integral de la dinámica, ya sea en la mesa principal o en las mesas de consulta. La presencia de la Contraloría General de la República y de la Defensoría de los Habitantes es también indispensable para mantener los controles que hagan falta, pero sin limitar la innovación, la creatividad y los cambios de paradigma que se requieran en forma temporal o permanente.
El tema es que estamos en emergencia nacional. Lo estábamos cuando este gobierno tuvo el coraje de presentar la Ley de Fortalecimiento de la Finanzas Públicas en 2018 —que desafortunadamente no completó a tiempo con un nuevo régimen de empleo público—, y lo estábamos de nuevo cuando esta recesión nos agarró con 6,96% de déficit fiscal y 60% de deuda total. Ahora estamos hundidos en una nueva y más profunda emergencia nacional, con el país partido en muchos fragmentos, y sin confianza entre sectores de la sociedad.
Durante las emergencias se deben poner de lado los impulsos partidarios, sectoriales, sindicales, etc. y ser sustituidos por un patriotismo constructivo, enfocado en la solución de la crisis. Por el momento, se ha visto poco de esto último. Y por eso una mesa de negociación hace sentido, siempre y cuando de verdad se asista a ella con visión de nación, aportando representación y perspectiva sectorial, pero sin sobreponer los objetivos particulares a los nacionales.
Todavía no es viernes. Hay tiempo para enmendar la convocatoria, para convocar otras mesas de apoyo y completar el cuadro. Para organizarse para lograr una propuesta innovadora, creativa, a la altura de la emergencia que vivimos y que, aparte de balance entre ingresos y gastos, signifique un gran impulso al crecimiento de la producción nacional.
Soñar no cuesta nada…
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