En estos momentos la humanidad está viviendo una situación crítica. La pandemia de COVID-19 ha cambiado nuestra forma de vida e interacción social, y su impacto, además de en la salud, se hace evidente en la situación económica del mundo. Esta es, sin duda, una gran oportunidad para rehacer la economía y sentar las bases de un modelo económico menos orientado a las cosas y más orientado en las personas.  Al mismo tiempo, es indispensable también analizar mecanismos para reactivar la economía, pero con una mirada orientada a un nuevo modelo, donde la innovación, la creatividad, y también las personas (y su educación), sean los ejes del desarrollo.  Sin embargo, todas las “propuestas” económicas se basan en una visión de corto  plazo, partiendo  de que regresaremos al “mundo de antes”, sin orientación al futuro, pero sobre todo, en una mesa de dialogo carente de real representación de las mayorías (muchos gremios, pero de muy poca representación real), así como de acciones concretas y efectivas.

Para muestra de la representación, dos botones.  Probablemente las organizaciones que uno supone más “representativas”  de la sociedad los son gremios empresariales y los sindicatos. Pero, ¿realmente son representativos?

¿Cuantas empresas existen en el país?  Dependiendo de las fuentes (oficiales), pueden ir de menos de 90 mil de acuerdo al número de patronos inscritos en la CCSS, hasta un poco más de 450 mil unidades económicas (si incluimos a los patronos en la informalidad e independientes señalados en la Encuesta de Hogares).  ¿Cuánta es la membresía de las organizaciones empresariales? Dudo que llegue a los 5 mil miembros (no se encontraron datos publicados). Ahora, ¿cuántos trabajadores se encuentran registrados (de alguna forma) en el país? Si seguimos con la CCSS, hablamos de poco más de 1.4 millones (a junio del 2020) trabajadores  asegurados. Si nos vamos con la Encuesta de Hogares, e incluimos 360 mil autónomos, llegamos a 1.76 millones. De ellos, los afiliados a sindicatos no deben superar los 115 mil (con datos de La Nación de setiembre de 2020). Si son tan representativos, deberían ser públicas esas estadísticas, ¿no es así?  Todos los demás “gremios” son casi clubes sin representatividad de los grupos a quien dicen representar.

Pero no solo está el problema de representatividad, sino el de efectividad. Los “acuerdos” son de una ambigüedad que dan para cualquier propuesta. A casi nada se le puso un indicador cuantificable. Por ejemplo, “Actualizar periódicamente las estimaciones de brechas en evasión y elusión de impuestos” era probablemente de las más sencillas de ponerle un parámetro;  cada 3 meses, 6 meses, etc.  Otras son tan etéreas como “transparentar integralmente la gestión de la deuda”. Es claro que con un grupo tan variado y con intereses tan heterogéneos,  era imposible establecer acuerdos con objetivos claros, centrados en una visión compartida, cuantificables y con mecanismos de seguimiento.  La pregunta es, ¿Qué viene ahora? ¿Cómo van a convertir esa declaración en acciones concretas? ¿Quién va a hacer el seguimiento de las mismas?

Recordemos que todo empezó como un acuerdo de diálogo para plantear una alternativa al endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional.

Lo que tenemos frente a nosotros es una verdadera  oportunidad para establecer una ruta al desarrollo de largo plazo, crear verdaderos consensos alrededor de temas claves como el empleo en la nueva economía, el rol de Estado, el desarrollo local, la educación e innovación, los sistemas de salud, etc.

La situación económica es muy difícil. Pero no lo es más que en la mayoría de países. La pandemia ha sido un golpe durísimo a las finanzas de todos, Estados, empresas e individuos. Sin duda, los Estados que han llevado mejor sus finanzas públicas tienen un poco más de grados de libertad para actuar, pero todos están hoy en una muy mala situación (desde los países desarrollados hasta los en desarrollo). Al mismo tiempo,  las medidas sanitarias no han cambiado en ningún país; ante el rebrote, viene el confinamiento y la reducción de actividades.  Es decir, la reactivación económica va a ser de “avanza y detente”, al menos, hasta que tengamos una vacuna segura.  Por ello, si bien el corto plazo es crítico, en este momento es demasiado dependiente de lo que ocurra con la salud. Si pudiéramos garantizar que todas las personas que circulen fuera de sus hogares sean escrupulosas en el respeto del distanciamiento social, usen mascarilla y se laven las manos frecuentemente (además del uso del alcohol en gel), podríamos ir probando incrementar actividades. Pero lamentablemente vienen las fiestas de fin de año y ante el insuficiente respeto a las recomendaciones, enero se ve incierto en términos de incremento de contagios.

De ahí la importancia de la construcción de un “verdadero modelo de desarrollo”, donde el problema fiscal no se reduzca a, ¿cómo reducir el gasto o aumentar los impuestos? Sino que se hagan las preguntas correctas respecto de que es lo que queremos para el futuro del país, que sectores debemos impulsar, en que regiones, y de qué manera. Y sobre esa base,  analizar qué es lo que debemos gravar, y que debemos exonerar; que parte del aparato público nos sirve para esos fines, y cual deberíamos transferir (de forma competitiva) a la actividad privada. Como ven, cambiar la pregunta modifica completamente la estructura de las propuestas. Esperemos poder contar con la madurez, seriedad y visión de futuro para establecer una verdadera ruta al desarrollo.

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