En nuestro país hay tres cosas que es necesario cambiar profunda y urgentemente, entre muchas otras que deben ajustarse y mejorar.

La primera de ellas es que debemos recuperar la confianza entre sectores, entre organizaciones e instituciones y entre ciudadanos… La confianza es condición necesaria para la gobernanza eficaz y eficiente, es elemento clave para controlar y disminuir los costos de transacción en todos los niveles de la economía y es factor determinante de la tranquilidad, la productividad, la inversión y la innovación en la sociedad. Cuando no hay confianza en las relaciones, los costos de transacción se aumentan, causando que todo se vuelva más difícil. Cuando sí la hay, todo fluye con mayor rapidez y menor costo, permitiéndole a las sociedades avanzar hacia sus objetivos de manera eficiente y eficaz.

La confianza se merece, se gana; no se predica, ni se negocia. Lo que quiero decir es que para que haya confianza la palabra debe cumplirse, la transparencia tiene que ser real, la comunicación clara, y las equivocaciones y errores, reconocidos. No se logra confianza hablando de ella, sino instrumentándola con buenas prácticas de comunicación, contabilidad, auditoría, de reporte y de sanción, en todos sus sentidos. La percepción de que cuando se viola la confianza existe impunidad para los que han cometido faltas, es destructiva.

Por último, si la confianza se construye con decisiones y prácticas consistentes, ella y su instrumentación deben ser materia de estudio y práctica a lo largo de la vida, parte de los valores declarados de la nación y de los contenidos y dinámicas del sistema educativo.

La segunda cosa que debemos cambiar es la productividad. Productividad, en su definición más sencilla, es lograr más con menos: más producción por cada hora de trabajo, por cada colón de inversión, por cada hectárea de tierra… y más valor en cada producto y servicio vendido. La productividad es determinada por muchos factores, pero hay tres que en el mundo moderno hacen gran diferencia: la capacidad individual y colectiva de los trabajadores; el nivel de tecnología aplicado en cada puesto de trabajo; y la eficiencia de la plataforma común sobre la que operan.

En la Costa Rica de hoy hay costos de plataforma que están rezagados ante la productividad de la fuerza laboral y el nivel de tecnología en nuestras empresas más productivas. Estos “costos de plataforma” —como son los causados por mala infraestructura logística, pobre conectividad, altos costos de generación y distribución de energía, excesivos trámites administrativos y de control, excesos regulativos, etc.— destruyen parte de la productividad lograda dentro de cada unidad de negocios.

Para peor de males, nuestro capital humano no está educado para alcanzar todo su potencial individual y colectivo. Nuestra educación pública está rezagada en sus enfoques, es pobre en cobertura de la población elegible; no forma a los niños y jóvenes con los valores, destrezas y capacidades que el mundo moderno requiere y tiene pobre infraestructura y conectividad, para decir lo mínimo. humano no está educado para alcanzar todo su potencial individual y colectivo. Nuestra educación pública está rezagada en sus enfoques, es pobre en cobertura de la población elegible; no forma a los niños y jóvenes con los valores, destrezas y capacidades que el mundo moderno requiere y tiene pobre infraestructura y conectividad, para decir lo mínimo.

Por las dos causas anteriores, las mejores tecnologías productivas solo se ven en zonas francas de exportación y en algunas empresas vanguardistas, pero es imposible alcanzar el verdadero potencial productivo del país cuando por la debilidad de la plataforma y la falta de capital humano preparado no se invierte suficiente en las tecnologías de punta. Además, muchas entidades del Estado son muy ineficientes; lo que aparte de bajar la productividad promedio de la población laboral, en vez de impulsar el crecimiento económico y el progreso social, lo destruyen poco a poco.

La tercera cosa que debemos cambiar, o más bien tratar de desarrollar en serio, es la sostenibilidad ambiental. En este tema somos un país de contrastes increíbles. Nadie puede negar grandes éxitos en establecer y manejar parques nacionales, reservas y áreas protegidas; en recuperar la capa boscosa del país y en nuestro poder de convocatoria y participación efectiva en la discusión internacional del ambiente. El problema es nuestra “otra realidad ambiental”.

Todavía echamos en los ríos desechos humanos y animales, además de contaminantes sólidos y químicos. En cantidad de municipios y regiones tenemos rellenos sanitarios —algunos pésimamente gestionados— donde abundantes desechos sólidos se convierten en contaminación, y eso sin contar los botaderos informales que luego se convierten en basura en ríos, playas y mares. Todavía tenemos una matriz vehicular cuyas emisiones nos hicieron perder el balance entre emisiones y biocapacidad desde 1991; y tenemos gobernantes que promueven la pesca de arrastre, que permiten —y hasta facilitan— la minería ilegal a cielo abierto, y la contaminación masiva de nuestros suelos y cuencas con excesos químicos en la producción del campo. Y hay más…

Si la confianza es necesaria para avanzar en la gobernanza, la atracción de inversiones y la innovación; y la productividad es esencial para propiciar un alto crecimiento de la economía, sobre todo en medio de una gran recesión y la aceleración del cambio tecnológico; también urge la sostenibilidad verdadera ante el cambio climático y la fragilidad de nuestro pequeño y frágil territorio y biodiversidad.

Viene ahora la post-pandemia. Y en esta recuperación urgente y necesaria de la capacidad de hacer crecer la economía con vigor, de generar mayor progreso social por cada dólar de inversión y crecimiento, y de hacerlo sin destruir nuestra sostenibilidad, cada persona que toma decisiones debiera andar con una tarjetita en la bolsa para que cada vez que se le pida decidir sobre algo le recuerde:

¿Cuáles serán los impactos que tendrán en la confianza nacional su decisión y su forma de actuar? ¿Cómo afectará su decisión la productividad nacional?; ¿Cuál será el impacto de su decisión en la sostenibilidad ambiental?

No parece tan difícil.

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