Todos decimos que “el tiempo vale oro”. Pero, ¿y si cada hora que uno vive pudiera convertirse en algo diferente según cómo sea usada?
En nuestra vida cotidiana, el tiempo se comporta como una moneda de la cual hay distintos tipos. Cada una sirve para algo diferente: una te da dinero, otra te devuelve energía, otra te abre puertas, otra te conecta con otros, y otra simplemente te recuerda quién sos. Estas cinco monedas del tiempo no se imprimen ni se guardan en el banco, pero están en constante circulación. Algunas las invertimos con intención. Otras se nos escapan sin darnos cuenta.
Cada vez que usamos nuestro tiempo, estamos pagando con alguna de estas monedas. A veces elegimos cuál. A veces no.
Si el tiempo se puede gastar en distintas monedas… ¿por qué seguimos diseñando la jornada laboral como si solo sirviera para generar dinero? Durante décadas, el trabajo ha sido medido casi exclusivamente por su valor económico: cuántas horas producimos, cuánto facturamos, cuántos costos asociados. Pero eso nos deja atrapados en una sola moneda. ¿Y las otras? ¿Dónde queda la energía que perdemos? ¿El conocimiento que no acumulamos? ¿La vida que no vivimos?
Y acá surge una pregunta simple:
¿Y si el trabajo dejara de ser una carga, y empezara a funcionar como una herramienta?
Una herramienta para sostenernos, sí. Pero también para aprender, para construir relaciones, para cuidar nuestra salud, para crecer con propósito.
Eso no se logra solo cambiando el lugar desde donde trabajamos. Se logra rediseñando el tiempo que le damos al trabajo. Y, bueno, ahí entramos al terreno de las jornadas laborales.
Porque cuando hablamos de si trabajamos 48 horas, 42, 40, o de si descansamos 2 días o 3 semanas, o de si concentramos las horas en 4 días para liberar los otros 3… en realidad no estamos discutiendo solo sobre trabajo. Estamos discutiendo cómo, como sociedad, decidimos estructurar nuestro tiempo. Y con eso, decidimos también cómo queremos vivir, qué valoramos, qué cuidamos y qué estamos dispuestos a sacrificar.
La jornada de 48 horas no es natural ni inevitable; es una construcción histórica y política. En Costa Rica, el Código de Trabajo de 1943 estableció una jornada máxima de 48 horas semanales como un avance progresista en su momento. Sin embargo, desde entonces, el modelo económico y social ha cambiado, pero la jornada permanece casi intacta. Por otro lado, la propuesta de una jornada laboral 4x3 —cuatro días de trabajo de 12 horas y tres días de descanso— podría haber parecido audaz hace veinte años.
Desde sus orígenes, el tiempo laboral ha respondido a la moneda de dinero, pero actualmente ignora o desequilibra las otras:
- La energía se agota cuando las jornadas son largas o monótonas.
- El conocimiento se estanca si no hay tiempo para aprender o innovar.
- La reputación/visibilidad se limita si el empleado no tiene espacio para compartir, crear o explorar fuera del rol asignado.
- Y el propósito/identidad se erosiona cuando todo el tiempo disponible se define desde fuera. Si nunca hay espacio para decidir en qué usar nuestro tiempo, es fácil olvidar quiénes somos más allá de nuestra función productiva.
El debate sobre las jornadas laborales no puede centrarse solo en eficiencia o competitividad. El rediseño de las jornadas laborales debe buscar equilibrar las monedas de tiempo y redistribuir el poder sobre el uso del tiempo. Porque quien controla el tiempo, define el horizonte.
Para finalizar, quiero cerrar con tres referencias breves a los proyectos de ley que buscan “modernizar” el código de trabajo y una pregunta.
Muchas empresas necesitan operar 24/7. Eso es una realidad. Pero la solución no debería ser exigir más, sino diseñar mejor.
Trabajar 48 o más horas por semana reduce el margen de recuperación física y emocional del trabajador, y deja menos espacio para su desarrollo personal o familiar. Reducir a 40 horas no solo mejora ese equilibrio, sino que puede generar entornos más sostenibles y motivadores, donde las personas rindan mejor, con mayor enfoque y menor rotación.
Pasar de 2 a 3 semanas de vacaciones al año le da al trabajador un espacio real para desconectarse, recuperarse y reconectar con otras dimensiones de su vida. Para el empleador, esto puede traducirse en personas que regresan con más claridad, estabilidad emocional y disposición para contribuir de forma más sostenida.
Quizás el verdadero problema no es tener posturas distintas, sino pensar que dichas posturas siempre son mutuamente excluyentes.
Una semana laboral más corta, unas vacaciones más largas, y una jornada flexible pero protegida… pueden formar parte de una misma visión. Una que reconozca que el trabajo es importante, pero no lo único. Que el tiempo se gasta, sí, pero también se invierte. Que hay muchas formas de vivir… y que el verdadero desafío es construir una sociedad donde el tiempo valga la pena, no solo el salario.
Entonces, en lugar de seguir preguntándonos cuál postura gana…
¿Qué tal si empezamos a preguntarnos cómo hacemos para que todas sumen?
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