Desde la apertura comercial impulsada por los tratados de libre comercio, el país ha gozado, en una buena cantidad de productos, de períodos de desgravación de hasta 20 años, como es el caso del arroz o los productos lácteos. No obstante, es evidente que —por la razón que sea: voluntad política o falta de visión de los sectores— al momento de desgravar estos productos, las industrias no estaban preparadas. Esto significa que la competencia va a afectar a los productores y, por consiguiente, a la generación de empleo en zonas ya de por sí vulnerables. La pregunta es: ¿qué estamos haciendo para enfrentar esta situación?
En Costa Rica tenemos una débil vocación por la industrialización, en parte porque los intentos realizados fueron experimentos muy costosos y envueltos en prácticas poco transparentes, además de desarrollarse en contextos geopolíticos y económicos adversos. No obstante, ni son los mismos tiempos ni podemos darnos el lujo de caer en una discusión estéril sobre quién tuvo la culpa.
En los tiempos que corren, es poco común confiar en los procesos de diálogo. Ante la alta rentabilidad electoral de los gritos, la confrontación violenta y la perpetua polarización irracional en todos los ámbitos, es necesario recordar que la política es, en esencia, un ejercicio de acuerdos. Y que los acuerdos implican, irremediablemente, escuchar. Los sectores productivos necesitan soluciones, y al país le conviene darlas. Cada productor que decide abandonar su actividad se lleva consigo el sustento de los trabajadores y sus familias. A nadie le conviene más personas en situación de necesidad, muchísimo menos cuando el crimen organizado seduce con recompensas que el trabajo honesto no necesariamente brinda.
Una crítica que he hecho al sector productivo que gozaba de protección arancelaria es que parte de este ha demostrado total intransigencia para abordar la problemática. En parte, porque gozaban de la tolerancia de gobiernos bajo su influencia que, con tal de no abrir focos de conflicto, dejaron pasar los años sin atender las deficiencias productivas del sector. Pues es evidente que esos tiempos pasaron. La administración actual está absolutamente desinteresada en mantener esa tolerancia y, desgraciadamente, se ha mostrado poco propositiva para ayudar a sectores que históricamente han respaldado políticamente a los partidos tradicionales. Pese a que considero inaceptable condicionar la atención de los problemas públicos al comportamiento partidista, es necesario ser realistas: el proteccionismo no volverá para dichos sectores.
Es necesario un cambio de actitud por parte del sector productivo: pasar la página de lo que fue y apostar por atender los problemas estructurales del sector. Para nuestra suerte o nuestra desdicha, en este país sobran diagnósticos. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha identificado una serie de problemas que restan competitividad al sector agroindustrial. ¿Por qué no empezar por ahí?
Fragmentación institucional y débil coordinación interinstitucional. La OCDE señala que la estructura sectorial está fragmentada y carece de un espacio efectivo para el diálogo interinstitucional. Esta falta de coordinación dificulta la formulación de una agenda compartida y afecta la toma de decisiones y la capacidad operativa del sector. Para atenderlo, es necesario reformar el entramado institucional y sustituirlo por un sistema de gobernanza inclusivo que promueva la coordinación y facilite la formulación de políticas públicas efectivas y eficientes.
Baja productividad y escasa innovación. El sector agropecuario presenta bajos niveles de productividad y una limitada adopción de tecnologías innovadoras. Esto se traduce en una competitividad reducida y una menor capacidad para generar valor agregado. La OCDE recomienda desarrollar un Sistema Nacional de Innovación Agroalimentario y fortalecer los mecanismos de transferencia científico-tecnológica. Lo increíble es que ya tenemos instituciones e iniciativas generando conocimiento, pero lo hacen de forma dispersa y con objetivos individuales. En este punto se vuelve vital un nuevo sistema de gobernanza.
Infraestructura y educación rural. La OCDE también señala la baja inversión en infraestructura y educación rural, por lo que recomienda mejorar la infraestructura de transporte y fortalecer la educación en zonas rurales para facilitar el acceso a mercados y mejorar las oportunidades laborales. Existe una herramienta valiosa en el Instituto Nacional de Aprendizaje, el cual debe mejorar su oferta académica, expandirse y enfocarse en las necesidades del mercado laboral y en los objetivos de desarrollo nacional, como el fortalecimiento del sector agroindustrial.
Uso intensivo de agroquímicos y subsidios ambientales perjudiciales. Costa Rica es uno de los países con mayor uso de plaguicidas en la agricultura. La OCDE destaca que las subvenciones a pesticidas y combustibles fósiles son perjudiciales para el ambiente y recomienda su eliminación gradual, así como la reorientación de recursos hacia prácticas agrícolas sostenibles.
Acceso limitado a servicios financieros y seguros agrícolas. El acceso a créditos agrícolas es muy bajo en comparación con otros países latinoamericanos. Además, solo el 1,3% de la tierra dedicada a la agricultura está asegurada, lo que expone a los productores a riesgos significativos. La OCDE urge promover herramientas financieras que faciliten el acceso a créditos y seguros agrícolas, alineados con las necesidades de adaptación al cambio climático. Ya ha habido iniciativas legislativas que buscan habilitar las condiciones para brindar soluciones en esa línea; no obstante, algunos sectores señalaron problemas en dichas iniciativas que atribuyen a la falta de diálogo. De nuevo, nada en este país va a cambiar si no dejamos de creernos tan superpoderosos como para solucionar todo de forma unilateral.
El país urge, en casi todos los ámbitos, planificar a largo plazo. Y este ejercicio empieza por algo tan sencillo, pero esencial: el diálogo. Es entendible que, cuando se plantean estas cosas, mucha gente crea que se trata de simples citas para tomar café y comer galletas María. Pero deben proponerse y hacerse lo humanamente posible para que sean diálogos productivos, de los que se desprendan agendas con objetivos, metas y plazos definidos, así como mecanismos de evaluación. No hay de otra. Solo las naciones totalitarias logran imponerse a las diferencias y a la diversidad de criterios e intereses, y en ningún caso logran grandes avances.
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