Los niños tiene 100 maneras de expresarse, pero les robamos 99.

Loris Malaguzzi

Digamos que en un mundo tan mediatizado y ahora “encerrado” las imágenes cautivan más que las ideas. Sin embargo, no podemos olvidar la importancia de la reflexión en cuanto a la construcción del conocimiento. Desde la introspección ingeniosa de un niño hasta los pensamientos creativos de un artista. Lo bastante valioso en un contexto global, en donde de pronto, aflora una nueva realidad y emergen situaciones inesperadas. Se dice que cada gran y profunda dificultad lleva en sí misma su propia solución. Ciertamente una oportunidad para atender la creatividad. Pensar, incluso, en un tipo de educación escolar más perdurable e ingeniosa. Una pedagogía que no descuide la inteligencia emocional y habilidades innatas de los niños y las niñas con miras a reducir el fracaso escolar a nivel nacional.

Costa Rica está armada de una democracia muy antigua, ha sostenido los valores fundamentales de nuestra sociedad por muchas décadas. Hoy por hoy, el país trabaja arduamente atendiendo las profundas secuelas que va dejando este desequilibrio implícito. Al mismo tiempo que intenta asegurar la educación primaria gratuita y obligatoria. Según las cifras que maneja el Banco Mundial, Costa Rica cuenta con un 97% de tasa neta de escolaridad en primaria y es uno de los líderes educativos de la región; pero para finales de 2020 se contempla que todo esto habrá cambiado. En el mundo habrá 672 millones de niños afectados por la pobreza y todos los países van a sufrir las duras consecuencias. Cuando se habla de pobreza en la infancia se deben mencionar dos factores de riesgo, el aumento de la mortalidad infantil y el limitado acceso a la educación. Circunstancias pertinentes para invertir los recursos humanos y económicos nacionales para mitigar el impacto de la pobreza, los entornos peligrosos y asegurar la educación en la infancia. El riesgo de las comunidades más pobres no es perder el curso, es perder para siempre su educación.

El Ministerio de Educación Pública (MEP) se ocupa en compensar los límites tecnológicos en los centros educativos y en las desigualdades en el acceso a Internet. Mientras tanto, el equipo del MEP y los docentes hacen uso de los medios disponibles para entregar los planes de estudio a los estudiantes y padres de familia. Comparten orientaciones accesibles a las nuevas realidades educativas y promueve campañas para contener la propagación de la pandemia. El MEP dio a conocer el Programa Nacional de Alfabetización Digital, dirigido a la permanencia en el sistema educativo de los grupos más vulnerables. De aprobarse el proyecto de ley, la administración del PNAD quedaría en manos del MEP y el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Telecomunicaciones (MICITT) y sería incluido como parte permanente del Plan Nacional de Desarrollo de las Telecomunicaciones y sería financiado con fondos del Fondo Nacional de Telecomunicaciones (Fonatel).

Esto me llevó a pensar en mis propias experiencias y los proyectos que he venido realizando a lo largo de los años con estudiantes a nivel escolar, tanto en museos como en las aulas. A la resistencia que he manifestado en cuanto a la productividad excesiva en la educación infantil, a la instrucción que obstruye la imaginación, interrumpe el juego y el desapego con el mundo natural. Por ello, he dedicado parte de mi vida a trabajar con niños y niñas en salas de museos, talleres, comités, proyectos de arte, arqueología, lectura, desarrollo conductual, cognitivo y afectivo. A crear programas para conectar con la naturaleza y el patrimonio cultural. He aprendido mucho de los más pequeños; me han enseñado una pedagogía respetuosa, sobre diferentes perspectivas, a escuchar e indagar más. Una oportunidad para acceder a la belleza y al beneficio de las cosas sencillas que la vida nos ofrece. De apoyar, inclusive, la nuevas tendencias de ver los museos como escuelas. Rompiendo un poco la brecha entre la educación formal, la informal y unilateral. El uso de analogías con material museístico como poderosas herramientas para facilitar la comprensión de nuestro entorno, utilizando las obras para fomentar la reflexión crítica. Bien lo decía la educadora Maria Montessori, que el periodo más importante de la vida no es el de los años de la universidad; si no el periodo desde el nacimiento hasta los seis años. Opinión oportuna para un debate interesante.

Mi vida ha transcurrido entre aulas y museos. Uno de mis primeros trabajos fue en una escuela pública con niños y niñas de cuarto grado, que pude concretar gracias a una beca otorgada por el distrito escolar. El proyecto consistió en una reflexión sobre arte precolombino e incorporamos los pilares de la pedagogía Reggio Emilia. Su principio fundamental consiste en un sistema de enseñanza creativo y se basa en que el niño es capaz de aprender por sí mismo, siguiendo su innata curiosidad y su instinto natural de descubrir. Los alumnos tuvieron la oportunidad de dibujar debajo de sus escritorios, rompiendo con lo cotidiano, motivándolos a construir sus propias reflexiones guiados por maestras, profesores de arte y museólogos. A partir de esta experiencia, y de forma natural, los niños desarrollaron dibujos admirables. La capacidad de asombro y la lluvia de opiniones fueron abundantes. Pudimos documentar todo el proceso y al final expusimos los dibujos y las observaciones en una exposición colectiva.

Reggio Emilia es un método de enseñanza vivencial, basado en el compromiso de todos los miembros encargados de la inserción educativa de los hijos e hijas: la escuela, la familia y la comunidad. La escuela debe de estar enraizada en la comunidad, en la realidad social, familiar y cultural. Complementar todas las partes. Sin embargo, hoy día las familias se convierten en protagonista ya que la escuela y el hogar se han unido. Físicamente se han transformado en un sólo espacio y las aulas ahora están en las salas, los patios, los corredores o las habitaciones de las casas. Datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) 1.370 millones de estudiantes ya están en casa con el cierre de las escuelas. En Costa Rica un millón de estudiantes costarricenses se han visto en la necesidad de convivir y estudiar desde sus casas alejados presencialmente de las escuelas. Muchos padres de familia y docentes consideran que será un año escolar perdido, sin embargo, el aprendizaje consiste en la vida misma. Sostener ese aprendizaje de los niños y las niñas depende de todos como comunidad, como país. Debemos de priorizar los vínculos y las intervenciones para asegurar que los más pequeños continúen asimilando esta realidad, con el fin de vivir en comunidades más plenas. Una oportunidad de pensar la educación desde otro lugar alejado del contexto cotidiano del que fuimos forzados a salir.

Hoy, aunque todo parezca una amenaza, debemos procurar llevar la escuela a donde se encuentren los alumnos. A la casa, al barrio, a la zonas rurales o urbanas. Es difícil reemplazar al aula presencial, pero seguimos aprendiendo e ingeniando formas para acceder al material educativo. Si algo nos enseñó la historia de la evolución es que la vida no puede detenerse. Estamos hechos para encajar, adaptarnos y continuar. La vida pasa por insólitos pasajes, se arriesga y muchas veces es dolorosa. La escuela de la vida se manifiesta, sin el orden que esperamos.

Atendamos los aportes de las mentes jóvenes, sus niveles de interpretación, realidades y maneras de percibir el universo. Cobijemos sus miedos y permitamos que nos cuenten sus historias. Los procesos de cambio se dan por necesidad y por la atención que le otorguemos a dichas necesidades. Los Angeles Times publicó hace unos meses testimonios de niños en California Testimonios de la pandemia: Los niños toman la palabra. Este video, grabado en Perú, menciona la importancia de escuchar a los más pequeños.

Aún nos queda mucho que aprender de los niños y las niñas, sus nociones de mundo, inteligencias y sentimientos. Es quizás esta pandemia una oportunidad para reducir la brecha que se interpone entre la infancia y el resto de la humanidad. Parece mentira que hemos llegado hasta acá cargando esa gran deuda con la niñez.

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