La arquitectura es una disciplina compleja y contradictoria, es un tipo particular de imaginación que va más allá de su materialización en un edificio. Cualquier obra arquitectónica, sin importar su escala, se sitúa en un contexto técnico, estético, jurídico y material que dirige y moldea la producción social e incluso articula la historia misma del lugar donde se encuentre. La arquitectura es entonces una disciplina de negociaciones, relaciones y toma de decisiones, decisiones que como sabemos tienen efectos importantes a mediano y largo plazo en la forma de vida de las personas, desde elementos tan cotidianos como la forma en que entra el sol a una habitación hasta el tiempo que perdemos en presas de la casa al trabajo.
La teoría de la arquitectura es una herramienta fundamental para cuestionar la manera en que se toman estas decisiones, qué variables se toman en cuenta y con qué visión se negocian. La teoría es entonces una herramienta para proyectar, no se trata de un discurso académico alejado de la realidad sino por el contrario un instrumento de pensamiento que informa el diseño y la planificación. En el contexto actual de exceso de información, y relacionalidad, el pensamiento de la arquitectura ha pasado de la visión reductiva y excluyente de la modernidad a una estructura más bien nebulosa y plural de conceptos. Emocionantemente, el pensamiento teórico puede consistir en un robo deliberado de ideas pasadas, una recomposición anacrónica desde la condición contemporánea, una especie de lectura con nuevos ojos.
Entender la teoría como este reposteo abre la posibilidad de dislocar conceptos arquitectónicos para trasladarlos a otras disciplinas. Una idea que se siente especialmente relevante en el tiempo que vivimos hoy es la de complejidad y contradicción de Robert Venturi, publicada en 1966 y motor de gran parte del pensamiento posmoderno en arquitectura de la segunda mitad del siglo XX. En una versión muy sintética — que probablemente no le hace justicia a la profundidad imaginativa de Venturi— propone que por su propia naturaleza, la arquitectura es una disciplina que negocia entre dimensiones económicas, políticas, materiales, estéticas y sociales que son disímiles y que por ende requieren soluciones diferenciadas. Esto quiere decir que resulta imposible para el arquitecto plantear una solución totalizadora como pretendía la visión moderna. Para lograr una arquitectura que sea coherente con la pluralidad de realidades contextuales, esta debe ser compleja y contradictoria, o sea en cierta forma incoherente. La visión de Venturi pasa de un enfoque de exclusión, fundamental en la lógica moderna, hacia una visión híbrida, plural y dialógica, de inclusión.
Un ejemplo simplificado para ilustrar esta visión sería entender cómo la solución a la crisis económica o climática no puede recaer exclusivamente desde un punto de vista económico o ambiental, sino se debe generar una negociación que será contradictoria en ciertos aspectos entre estos enfoques. No se podrá satisfacer la totalidad de un enfoque, por el contrario, se intentará encontrar un punto medio, dialógico y saludable entre ambos. Para lograr esto, es necesario centrarse en la importancia de la negociación, en el abordaje de problemáticas no desde la autonomía disciplinar sino desde una especie de lugar común. Este lugar común es en sí una idea sencilla, pero implica un compromiso social que trasciende la individualidad, el partidismo, o las creencias personales. Este es un territorio fronterizo que se organiza bajo la lógica del commons, entendiéndolo como eso que no es ni de uno ni de otro, sino de todes y de nadie a la vez. Un territorio de negociación democrático, compartido y basado en el acuerdo saludable, un acuerdo que celebra las diferencias, no las enmascara o minimiza.
Todo esto puede sonar muy abstracto o incluso idílico, pero el posicionamiento desde un territorio común permite generar una postura abierta al trabajo, dialogo y solución de problemas con los demás, una posición que es por definición empática, afectiva y solidaria. Ponerse en medio es salirse de la individualidad disciplinar para entender lo que podríamos hacer en conjunto.
Abordar la solución de problemas celebrando las complejidades y contradicciones permite acelerar procesos de innovación y planificación. Es una metodología que permite profundizar en la discusión de temas clave para el país desde un enfoque inclusivo, poniendo atención a los elementos en los que no estamos alineados para justamente darles solución mediante acuerdos y compromisos. Es el ejercicio consciente de encontrarse en el medio, en el que los procesos de co-creación se alejan radicalmente de “venderle mi posición a los demás”. La energía de trabajo no está en intentar convencer, sino en justamente solucionar los puntos en los que no estamos de acuerdo, cediendo, balanceando y encontrándonos en ese lugar común.
Hoy, más de 50 años después de Venturi, la complejidad y contradicción nos ofrece una forma de encontrarnos y hacer comunidad en un entorno posmoderno que, para suerte nuestra, es cada vez un poco más plural, heterogéneo y diverso. Es fundamental entonces que nuestra toma de decisiones parta de abordajes intersectoriales, que mezcle puntos de vista y entienda el disenso como motor para la innovación.
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