Se dice que la retrospectiva tiene visión 20/20, sin fallas.  Desde el presente, vemos obvios los hechos que eran imposibles de contemplar al inicio, llevándonos a pensar en lo que pudo hacerse mejor o distinto.

Voy a afirmar en estas pocas líneas que el proyecto del tren eléctrico debe impulsarse con una visión país. Es una iniciativa seria e interdisciplinaria, con respaldos técnicos, que no merece sabotearse una vez más por afanes políticos o partidistas. Si esto ocurre de nuevo, lamentaremos en el futuro mirar hacia atrás, con mejor perspectiva, el desacierto de actuar por el temor a las circunstancias o la relativa cercanía a las fechas electorales y las especulaciones que eso conlleva.

Es paradójico observar que Costa Rica tuvo un sistema moderno de transporte ferroviario en el siglo XIX, pero carece de uno para el siglo XXI. Imaginemos la Costa Rica de 1871, firmando un empréstito para poner en marcha el ferrocarril al Atlántico. Años después se concretarían los esfuerzos para consolidar el ferrocarril del Pacífico, uniendo los dos litorales con la Meseta Central. Esas decisiones políticas, tuvieron un impacto significativo en el desarrollo socioeconómico del país en las siguientes décadas. Fueron acciones que no estuvieron libres de críticas u oposiciones, pero que al fin y al cabo se materializaron.

Ahora pensemos en la Costa Rica del futuro y la reinvención necesaria “post COVID-19”. Estamos velando por la preservación de la salud como un interés primario, pero también es vital que impulsemos la reactivación económica. En esta línea, será indispensable gestionar y atraer más inversión extranjera, necesaria en la generación de empleos calificados. Para esto, es un requisito que mejoremos drásticamente nuestra infraestructura y los sistemas de transporte público, en lo que llevamos décadas de atraso. El tren eléctrico presenta esa oportunidad de reinvención.

En las últimas semanas, he leído y escuchado con respeto los comentarios de marcados opositores al tren eléctrico (incluyendo exjerarcas, columnistas y potenciales candidatos a diputados; esto último especulativo, si se quiere). Con cierta ligereza, algunos han dicho que el tren eléctrico puede hacerse de manera más barata, pero no explican el cómo. Esas voces las hemos escuchado en el pasado y tenemos ejemplos a la mano. No vayamos muy lejos. En el 2013, el entonces autodenominado “Foro de Occidente” saboteó con movimientos políticos una concesión de obra pública, argumentando que podían hacer la carretera a San Ramón, mejor y más barato. Los resultados son conocidos y notorios: No está la carretera y los voceros de aquel foro se esfumaron de la escena política, sin asumir responsabilidades políticas de lo que aseguraron.

Hoy, están alineándose distintas piezas que son requeridas para que un proyecto complejo como el tren eléctrico pueda caminar: Hay colaboración institucional entre el Poder Ejecutivo, el INCOFER, el MOPT y el Concejo Nacional de Concesiones. Se tiene el apoyo de las 15 Municipalidades por cuyos cantones a cargo atraviesa el proyecto. Adicionalmente, hay un crédito aprobado por el BCIE; endeudamiento que requiere la aprobación legislativa. ¿Por qué no impulsar el tren eléctrico? Como en todo proyecto de este calibre, el examen tiene que ser riguroso, como transparente la futura licitación pública internacional. En el análisis de estos factores, intentemos desligar las oposiciones asociadas a criterios políticos o ideológicos. De la misma forma en la que, como país, hemos impulsado la atracción de inversión extranjera como una política pública de consenso, lo mismo deberíamos acordar en torno a la infraestructura que necesitaremos en el largo plazo.

La crisis sanitaria mundial que estamos viviendo no tiene precedentes y ha impactado todas las esferas posibles del comercio y la vida en sociedad. Nos ha impulsado a profundizar en la relevancia de cuidar las finanzas personales y las estatales, en las que todos tenemos un interés genuino. Sin embargo, no podemos dejar que una calamidad sea a la vez justificante para frenar por completo las necesidades de crecimiento que el país seguirá requiriendo.

En los últimos meses, ante la aplicación afortunada del teletrabajo en muchas empresas, tal vez hemos olvidado el impacto crítico que tienen las conocidas presas en la vida cotidiana. Esas largas horas perdidas en el congestionamiento vial (carros y buses) volverán en cuestión de tiempo, porque no a todos los empleos puede aplicarse el teletrabajo. Además, no solo por trabajo debe desplazarse la gente. También se transportan los turistas, cabe destacar, entre muchos otros. Por este motivo, hay que anticiparse en la búsqueda de soluciones. El futuro tren eléctrico es una.

Muchos seguirán argumentando respecto al proyecto, que puede hacerse distinto o más barato. Algunos acordarán en que debería hacerse, pero opinarán que el tren tiene que ser elevado; otros dirán que lo que se necesita es un metro. Todas estas alternativas son respetables, pero no son viables en el corto plazo. Al fin y al cabo, lo perfecto es enemigo de lo posible. Lo cierto es que el proyecto actual se basó sobre el que fue archivado años atrás (por última vez en 2009) pero sus antecedentes datan de la década de los años 90. Se retomó sobre lo andado por múltiples expertos, para actualizarlo de la mejor manera. Tiene el respaldo de estudios de factibilidad y se realizaría por medio de la figura de concesión de obra pública, con una licitación internacional, de tal forma que participen los distintos oferentes, para escoger la mejor opción. Como en todos los sistemas de transporte a nivel mundial, tiene que haber un aporte estatal. Por eso está en discusión la aprobación del financiamiento con el BCIE, que requerirá la autorización legislativa.

La propia discusión que estamos sosteniendo obedece a que el tren eléctrico tiene múltiples componentes políticos y por eso se requiere la participación estatal. Ese elemento de política pública, no debe trasladarse en la politización misma del proyecto, que es lo que lamentablemente está sucediendo, por parte de algunos partidos.

El proyecto del tren eléctrico que el actual Gobierno está impulsando, ha circulado por nuestro normativo y político desde 1991. Si hubiéramos sido más eficientes en la ejecución de las decisiones necesarias en infraestructura pública, haciendo a un lado los intereses gremiales o los cálculos electoreros, ese proyecto ya estaría hecho. No lo perdamos una vez más (tal vez para siempre), por estrechez de miras hacia lo que el país necesita en el futuro.

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