La pandemia del SARS-CoV-2 ha cambiado todo y no ha cambiado nada. Parece contradictorio, pero es que el sistema internacional y el mundo general no es el mismo del año pasado. No porque la COVID-19 haya provocado cambios, más allá de lo relativo a algunas prácticas sociales y políticas sanitarias, junto con la incertidumbre y el pánico que ha generado —sin olvidar el crecimiento de las noticias falsas, las teorías conspirativas y el auge del efecto Dunning-Kruger—, sino porque se han hecho evidentes los problemas y falencias que caracterizan el mundo del siglo XXI.
Cuestiones como el auge, a escala global, del movimiento Black Lives Matter (que inició en 2013 tras la absolución George Zimmerman por la muerte del adolescente afroamericano Trayvon Martin en Estados Unidos), las críticas por el modelo policial en la mayoría de los países o el creciente e imparable endeudamiento global (con países que deben más del 200% de su PIB), el renacimiento del nacionalismo y políticas proteccionistas, sin olvidar los cuestionamientos a la acelerada globalización de las últimas décadas, no son asuntos nacidos en este año. La diferencia está en que la preocupación por el coronavirus ha puesto a flote lo mejor y lo peor de la humanidad.
Dentro de lo último está la fuerza que toma el movimiento antivacunas y hasta los disparates del cantante Miguel Bosé, quien considera que los gobiernos crearon el virus para vacunar a los 7,500 millones de personas, implantándoles microchips o nanobots para controlarlos. Y este “malévolo plan” es obra de Bill Gates, que ha sido convertido en un líder que influencia a todos los gobernantes. Ni en las mejores partes de “1984” de Orwell o en muchas otras novelas de ciencia ficción lograron desarrollar un mejor argumento de fantasía. Y ni se diga de las teorías que atribuyen la aparición del virus a la tecnología 5G. En este contexto los blogs seudocientíficos han adquirido un auge, por lo que la OMS acuñó el concepto de “infodemia”. Ahí se recomiendan “soluciones mágicas” para curar la covid-19. No hay que olvidar que una parte significativa del acervo de conocimiento humano es el seudocientífico, complementado con el mágico religioso.
Otro de los aspectos a considerar es la profundización de las diferencias entre Oriente y Occidente, como lo reseña El País de España. Es evidente que tras la pandemia los países de ambos bloques quedarán en posiciones muy distintas. La recuperación será totalmente asimétrica entre países y regiones. La pregunta es en cuál bando estará Costa Rica. El punto es que ha habido una ruptura social y económica, que se venía acumulando desde hace décadas. Hay un informe de Bank of America Merrill Lynch que señala como el punto clave que “la crisis económica ha bajado al sótano en ascensor, pero la recuperación subirá por las escaleras”.
Además, como señala una colega española, Esther Barbé, en un artículo por publicarse en la Revista Española de Derecho Internacional: “…establecer diferencias entre interno e internacional no tiene ningún sentido cuando nos enfrentamos a «problemas globales» que difuminan las fronteras”. Es decir, no es posible seguir pensando que los problemas del mundo y de la humanidad se solucionan desde los argumentos nacional-populistas de los gobernantes. Precisamente el SARS-Cov-2 ha hecho manifiesto que las fronteras estatales no detienen las enfermedades, el calentamiento global, las crisis económicas y la fragilidad de la democracia. La solución no está en mayor proteccionismo, más xenofobia y más división étnica; sino en reconocer que somos una comunidad humana que coexiste en un mundo cada vez más interdependiente.
Y lo grave, citando de nuevo a Barbé, es que “No tenemos capitán al frente del timón y, como todo el mundo reconoce, estamos a bordo del mismo barco. En otras palabras, vivimos en un mundo sin liderazgo a nivel sistémico”. No hay un líder mundial, ni siquiera regional, que señale el rumbo a seguir; a pesar de la urgencia que hay en la definición del orden internacional del siglo XXI. No es cuestión de las obsoletas etiquetas de izquierda o derecha, ni de capitalismo o socialismo, que si acaso explican los problemas de la pasada centuria. Es un fenómeno mucho más complejo.
El horizonte no se muestra alentador; por eso se requiere lo mejor de la capacidad humana para salir adelante. Esperemos que en esto haya tenido razón un profesor de mis primeros años en la universidad, Isaac Felipe Azofeifa: “De veras hijo, ya todas las estrellas han partido. Pero nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer”.
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