Centroamérica se encuentra en una encrucijada. En un contexto global dominado por la incertidumbre económica, los efectos del cambio climático y la inestabilidad geopolítica, las economías centroamericanas enfrentan una combinación de desafíos estructurales que limitan su desarrollo sostenible. Países como El Salvador, Honduras, Nicaragua, Guatemala, Costa Rica y Panamá comparten una historia de dependencia económica, desigualdad social y fragilidad institucional, pero también una esperanza común: aprovechar sus ventajas competitivas para redefinir su modelo de crecimiento.

Este artículo propone una reflexión sobre los principales retos de la economía centroamericana y sus consecuencias no solo económicas, sino también sociales y culturales. Comprender esta complejidad es indispensable para trazar un camino más justo, resiliente e inclusivo en la región.

Los siguientes puntos son de gran importancia y consideración, para valorar aspectos clave, sobre el mejoramiento de la economía en Centroamérica.

Estructuras productivas poco diversificadas y dependencia externa

Una de las características más críticas de las economías centroamericanas es su alta dependencia de sectores tradicionales como la agricultura, las maquilas y el turismo. Aunque estos generan empleo, son actividades de bajo valor agregado, alta vulnerabilidad externa y débil encadenamiento productivo local.

Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), más del 70% de las exportaciones regionales se concentran en productos primarios o manufacturas ligeras, especialmente hacia Estados Unidos y Europa (CEPAL, 2023). Esto genera una vulnerabilidad estructural: cualquier modificación en los precios internacionales o en políticas comerciales externas (como los aranceles estadounidenses) puede tener efectos devastadores en los ingresos nacionales.

Esta dependencia obstaculiza la transformación productiva y limita la capacidad de innovación. El crecimiento se vuelve reactivo, no proactivo, impidiendo la consolidación de economías basadas en el conocimiento y la tecnología.

Desigualdad, informalidad y exclusión social

Las consecuencias sociales de este modelo económico son visibles y profundas. La informalidad laboral supera el 60% en varios países centroamericanos, lo que se traduce en empleos precarios, sin acceso a seguridad social, salud ni pensiones (OIT, 2022).

Esta concentración de riqueza tiene consecuencias culturales que van más allá de lo económico: reproduce patrones de exclusión, clientelismo y desconfianza en las instituciones. En muchos casos, la juventud en especial en zonas rurales percibe que no tiene oportunidades reales de progreso, lo que refuerza narrativas de migración o, peor aún, de vinculación con economías ilegales.

Migración, violencia y debilitamiento institucional

La migración masiva de centroamericanos hacia Estados Unidos no puede comprenderse sin el contexto económico regional. La falta de empleo digno, la inseguridad alimentaria y la violencia son los principales motores del éxodo. Según el Banco Mundial, más del 15% del PIB de países como El Salvador y Honduras proviene de remesas, lo que refleja una economía parcialmente sostenida por quienes huyen (Banco Mundial, 2023).

Esta dinámica tiene un costo social alto. Las familias se fragmentan, las comunidades pierden fuerza laboral joven y productiva, y los estados pierden legitimidad ante la incapacidad de garantizar derechos básicos. En paralelo, el debilitamiento institucional a través de la corrupción, la falta de transparencia o el autoritarismo agrava los desafíos económicos, al desalentar la inversión y erosionar la confianza ciudadana.

Cambio climático y fragilidad ambiental

Centroamérica es una de las regiones más vulnerables al cambio climático, pese a ser una de las que menos contamina. Eventos extremos como sequías, huracanes o inundaciones afectan directamente la producción agrícola, los sistemas de agua potable y la infraestructura. Esto no solo tiene un impacto económico directo, sino también consecuencias culturales: pueblos indígenas y comunidades rurales ven amenazadas sus formas tradicionales de vida.

La falta de políticas ambientales regionales coordinadas agrava el problema. Si bien algunos países como Costa Rica han liderado procesos de transición ecológica, otros mantienen modelos extractivistas que deterioran los ecosistemas sin garantizar beneficios para las comunidades.

Centroamérica vive una paradoja: es una región rica en recursos naturales, diversidad cultural y juventud, pero atrapada en estructuras económicas y sociales que perpetúan la exclusión y la dependencia. Los desafíos son múltiples productividad estancada, informalidad, migración forzada, degradación ambiental y exigen respuestas sistémicas, no parches coyunturales.

Para avanzar hacia un desarrollo más equitativo y resiliente, es indispensable una transformación profunda que incluya:

  • Políticas de innovación y valor agregado en las cadenas productivas.
  • Fortalecimiento institucional y combate a la corrupción.
  • Inversión en educación, salud y seguridad social.
  • Integración regional que promueva infraestructura, comercio justo y sostenibilidad ambiental.

La economía centroamericana no debe seguir dependiendo del azar geopolítico ni de las remesas. El verdadero crecimiento será el que ponga en el centro a las personas, la justicia social y el respeto por la diversidad cultural y ambiental de la región.

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