En uno de los capítulos de la serie Atypical de Netflix, su personaje principal, Sam, comenta a otro de los personajes: “a veces digo cosas, no es necesario que hagas algo al respecto”.

Durante la actual pandemia por COVID-19, se ha dado, quizás, la mayor producción de hipótesis, teorías, cuentos, memes, cadenas de mensajes, entre otros, jamás vista; de hecho, en algunas de ellas se le puede dar al ser humano una gran cuota de creatividad.

Sin embargo, la creatividad (¿calamidad?) del ser humano se ha visto mayormente expuesta en discusiones y propuestas donde, de una u otra forma, cualquiera que sea la persona se ha intentado imponer la razón y por consecuencia, establecer una verdad; cada persona lo ha hecho desde cualquiera que sea su área de conocimiento, habiendo casos donde muchos ni siquiera tienen área de conocimiento.

Este fenómeno siempre ha existido, pero con el auge de las redes sociales se ha potenciado de una manera dramática. Las redes sociales representan el espacio ideal para considerar que todos nosotros, gracias al acceso ilimitado a la información que nos ofrece el algoritmo (cualquiera que sea), tenemos la autoridad de menospreciar una opinión diferente, un problema diferente, una solución diferente; simplemente, por el hecho de no ser igual al mío.

El profesor Yuval Noah Harari, historiador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, escribía  unos meses antes de la pandemia mundial, un articulo en The New York Times sobre las elecciones presidenciales de Estados Unidos, titulado: You can Vote. But you can't choose what is true (Puedes votar. Pero no puedes elegir lo que es verdadero). En el texto plantea que las votaciones, más específicamente, las democracias buscan encontrar un compromiso entre personas con una vasta cantidad de deseos diferentes; de forma tal que sirvan de herramienta para encontrar la paz social a los conflictos que suponen diferentes deseos.

En el mismo articulo, describe una escena muy actual: “te encuentras en un país compartiendo con personas que consideras ignorantes, estúpidas y maliciosas, pero estas mismas personas pueden pensar exactamente lo mismo de ti”. En este escenario Harari menciona, cuatro actores diferentes: los medios, el sistema judicial, la academia y el Gobierno; donde todos estos pretenden una verdad tratando de subordinar a los otros.

Este planteamiento, a pesar de haber sido propuesto antes de que la pandemia tuviera la fuerza que tiene ahora, es un reflejo de lo que ha venido sucediendo durante los meses recientes a nivel mundial, pero nos vamos a quedar con Costa Rica que es nuestra realidad inmediata y la que debe llamar nuestra atención. En nuestro país la escena comentada se puede ver reflejada y repetida en los previos, el durante y el después de las conferencias.

Los medios por un lado con una actitud prepotente en la cual critican, asumiendo el papel de profesional de economía, de seguridad social, de microbiología y tantas otras profesiones, hacen aportes de lo más ingenuo hasta lo más serruchapisos. La corte con su trabajo silencioso desde la presumida actitud de “esto no es conmigo hasta que me vengan a buscar”; el Gobierno, con sus fallas burocráticas, de comunicación y sesgos ideológicos, se queda siempre corta a la hora de transmitir algunos mensajes a la población, pero el resultado para todas las anteriores es el mismo: todos dejan de lado a la academia y al más importante: el ciudadano.

Se dejan de lado porque los primeros (academia) gracias a las instituciones y el estudio tienen y crean el conocimiento científico mas preciso y los segundos, porque tenemos un acceso limitado a las plataformas, espacios, información y poder de decisión que tienen los actores mencionados en el párrafo anterior, quedan excluidos a expensas de la disputa de poderes o más bien, en estos tiempos, de la verdad, en la que se enfrascan los otros actores (Gobierno, medios y Corte).

El artículo lleva a pensar en este contexto de pandemia y de crisis si las relaciones que actualmente tenemos entre tomadores de decisión son las mas correctas y adecuadas, en especial, cuando el reto que enfrentamos implica incertidumbres sociales, culturales, científicas, económicas, técnicas e individuales; nunca vistas y de tal magnitud que no diferencia clases sociales, ni religión, ni raza. Tal vez, como menciona Harari, confrontarnos no sea la salida más oportuna, sino más bien, ¿qué tal si colaboramos con las instituciones desde cada frente? Al final estas son la clave, si bien imperfectas pero las únicas capaces de llevar las ideas y necesidades a las políticas públicas.

La paciencia y el trabajo hoy nos tienen “cerca” de una vacuna para luchar en un primer momento contra la enfermedad COVID-19. Para ello es importante saber que todos: profesionales, técnicos, políticos, ciudadanos; nos movemos frente a nuevos retos, nuevas relaciones y nuevos problemas. Tal vez sea buena idea poner en práctica, lo que Sam pide: no es necesario hacer algo a todo lo que se diga, algunas cosas requieren omisión o paciencia y escucha.

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