Lo que parece obvio, a veces no lo es tanto. Muchas veces se confunden las herramientas como si fueran un fin en sí mismas, y se quedan de lado los objetivos. Con esta crisis por la enfermedad COVID-19 han salido a luz, una vez más, ese tipo de confusiones. A nivel global, nos damos cuenta de lo que ya hemos venido sabiendo: el sistema no está llenando las necesidades de la mayoría y está llevando a situaciones de insostenibilidad ambiental y social en muchos países, y Costa Rica no es la excepción.

A pesar de los grandes avances tecnológicos y el incremento de la riqueza a nivel mundial, hay amplios sectores que no llenan sus necesidades básicas, y han venido profundizándose grandes problemas ambientales que atentan contra todo el planeta. En Costa Rica hemos tenido por mucho tiempo más de un veinte por ciento de la población en situación de pobreza, y nos hemos acostumbrado a cifras de desempleo por encima de los dos dígitos por muchos años. Ambos problemas se están viendo agravados con la pandemia.

En gran parte el problema surge de la confusión entre objetivos y herramientas. En muchos países las transformaciones se centraron en lograr un sistema supuestamente más eficiente. Se impulsó la herramienta de apertura de mercados o de privatización indiscriminada. Se olvidó el objetivo final del bienestar de la población. En mucho, la globalización se ha venido impulsando con esa confusión de herramientas versus objetivos.

La herramienta del comercio internacional con pocas barreras se ha confundido con el objetivo de mejorar el bienestar de la población. En Costa Rica, por ejemplo, se ha dado gran énfasis a la herramienta de apertura de mercados, de promoción de exportaciones y de atracción de inversiones, pero los problemas de desempleo y pobreza continúan. Hace falta analizar la eficacia de las herramientas y hacer nuevas combinaciones que permitan un mejor logro de los objetivos. Hace falta promover otro tipo de exportaciones; hacer que esos sectores dinámicos contribuyen a los esquemas de bienestar social de forma más pronunciada, cambiando los esquemas tributarios; lograr nuevos esquemas donde el Estado realmente fomente los emprendimientos; utilizar también esas herramientas de eficiencia en aquellos sectores que están generando grandes distorsiones que enriquecen a pocos y encarecen al país como un todo.

La crisis por COVID-19 ha dejado claro que contar con un Estado de Bienestar Social fuerte, es una buena combinación entre herramientas y objetivos. En países donde se abusó de la herramienta de privatización de sistemas de salud, se dejó de lado el bienestar para quienes no pueden generar una demanda efectiva de esos servicios, porque no tienen la capacidad de pago. Existe la necesidad, pero no el poder de compra, y por tanto gran cantidad de personas queda excluida del sistema. Esos esquemas de privatización de los servicios de salud dejaron a gran parte de la población excluida o muy raquíticamente cubierta Si realmente el objetivo es garantizar el derecho a la salud, la herramienta en si se queda corta, si no se combina con un fuerte esquema de salud pública, como que el que representa la CCSS en nuestro país. Quizás lo mejor sea ese tipo de combinación que tenemos en Costa Rica. Y claro que se puede sacar ventaja de la participación privada, como se ha hecho mediante las cooperativas de salud y otros esquemas de compra de insumos y servicios por parte de la CCSS. Hay segmentos de la población que pueden seguir pagando en hospitales y clínicas privadas, pero eso no justifica el debilitamiento de la CCSS, porque es esa entidad quien garantiza de mejor manera el objetivo fundamental. Habrá que revisar su eficiencia claro, pero eso no implica que se le dé énfasis a la herramienta por encima del objetivo.

En otros ámbitos, el país parece también haber confundido la discusión de los objetivos. Por ejemplo, algunos economistas liberales están empecinados en la reducción del aparato estatal a como de lugar, y en medio de esta crisis, casi como un mensaje desesperado, bombardean de propuestas en esa línea, sin analizar ni de lejos los impactos reales en el bienestar de la población como un todo. Concuerdo en la urgente necesidad de revisar el funcionamiento de cada entidad estatal, analizando su contribución real a los objetivos que se le han planteado, y revisando incluso si esos objetivos son todavía vigentes, o si en el análisis de distribución de recursos escasos, es mejor destinarlos a otros usos. Pero eso no implica hacer un recorte a la ligera. Es realmente necesario volver a la discusión del para qué, y entonces afinar el uso de las herramientas adecuadas. Las innovaciones deben orientarse en cómo lograr de forma más efectiva los objetivos de bienestar de la población.

Como otro ejemplo, algunos economistas se oponen también a que el Banco Central inyecte liquidez a la economía comprando bonos en el mercado secundario, con el fin de atender la emergencia. No les importa si esa herramienta se utiliza para un objetivo deseable. Simplemente, por temor al mal uso de la herramienta, prefieren que no se use del todo. Es como si uno decidiera inflar la llanta del carro a pura boca, por temor a reventarla si se usa el inflador eléctrico de las gasolineras. En ese caso, la oposición per se al uso de la herramienta, genera miopía absoluta de los objetivos que se plantea el país, sobre todo en esta situación de emergencia. Hay de seguro muchas otras situaciones en las que se ha venido confundiendo la herramienta con el objetivo. Sería de gran utilidad recapacitar al respecto y repensar las estrategias.

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