El mundo de inicios del siglo XXI está ante un complejo y profundo proceso de cambio, que supera aquellas coyunturas del siglo XX, como el fin de la II Guerra Mundial, la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín, así como la superación del sistema bipolar 1947-1989. Por ello no se trata solo del establecimiento de un nuevo orden internacional, sino —como lo he dicho en otras ocasiones— de cambios en la arquitectura sistémica global y en la cosmovisión de la civilización humana. Estamos frente a una transformación que comprende todos los ámbitos del quehacer humano.
Tal escenario no se había presentado desde mediados del siglo XVII, cuando en Europa se puso fin a la Guerra de los 30 años, a través de los Tratados de Paz de Westfalia, lo cual coincidió con los primeros pasos hacia la Ilustración y el modernismo. Pero esa ocasión fue una situación propia del mundo europeo, cuyas repercusiones se observaron luego con el establecimiento de un mundo eurocéntrico y occidentalizado. Hoy, por el contrario, se trata de algo que tiene alcance global y opera tanto en lo estatal como en lo colectivo/individual.
A donde se vuelva a ver hay una redefinición de las reglas internacionales adoptadas en la Conferencia de San Francisco, que en 1945 estableció la ONU y fue el orden mundial que conocimos la mayor parte de las generaciones (son los denominados “millennials” y la generación alfa quienes no experimentaron ese mundo). La ruptura de esas reglas es lo que permitió que Rusia anexara la península de Crimea y presiona sobre el territorio de Ucrania, sin mayores consecuencias, y que hoy —como bien lo ha reseñado Trilce Villalobos en su reporte internacional— Turquía invadiera y busque controlar —junto con Rusia— el norte de Siria. En ambos casos no ha habido una reacción de la comunidad internacional para detener tales violaciones de la soberanía de dos Estados independientes.
Putin se ha convertido en un auténtico Zar, superando las ambiciones de Catalina La Grande de consolidar el gran imperio ruso; pues Moscú es el referente en el Medio Oriente. Gracias, en alguna medida, al repliegue estratégico de Washington. En relaciones internacionales no hay espacios vacíos.
Pero también en América Latina hay cambios importantes. Con el dudoso “triunfo” de Evo Morales en Bolivia se consolida una democracia iliberal totalitaria más (las otras tres son Cuba, Nicaragua y Venezuela), típicas de las presidencias bolivarianas de corte autoritario, sin olvidar las democracias iliberales de Trump y Bolsonaro.
Mientras que en lo colectivo/individual hay manifestaciones en Bagdad, Barcelona, Beirut, Hong Kong, Lima, París, Quito y Santiago, para citar los casos más conocidos. En cada una de esas ciudades las razones son distintas, pero la causa tiende a ser una: el descontento de la ciudadanía por la insatisfacción de sus necesidades y el desencanto, ya no con la democracia, sino con la política. Los reclamos son diversos; pero evidencian, que más allá de su naturaleza y razones, hay un empoderamiento de la gente para canalizar sus demandas sin la necesidad de una organización previa o incluso sin un líder o lideresa que los oriente. Pero una vez iniciado el movimiento aparecen actores domésticos y externos organizados que aprovechan la reacción para impulsar sus proyectos, como ocurre en Chile y antes en Ecuador.
Por eso hay que comprender la magnitud del cambio y que viejos conceptos como izquierda y derecha no reflejan hoy la dinámica política de las diferentes sociedades. Vivimos en un mundo algorítmico, en el cual las formas en que tomamos conciencia de los procesos sociales, políticos, económicos y culturales están condicionadas por las “comunidades virtuales”. Hoy, lo cierto, es que Mark Zuckerberg (cofundador de Facebook) tiene más influencia sobre muchos individuos que lo que logran los gobernantes.
El punto es que la modernidad —que dominó los pasados tres siglos e impuso una visión muy estructurada de la realidad— está siendo superada; pero la posmodernidad, con su perspectiva posestructural y difusa, no se asienta de lleno en el “mundo algorítmico” (como lo predijo Marshall McLuhan, considerado el visionario de la “aldea global”, véanse sus libros “La galaxia de Gutenberg” y “La aldea global”). Por eso el mundo está en transformación.
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