Allá por el año 2013, cursaba mi primer año de Administración Aduanera y Comercio Exterior en la Universidad de Costa Rica. Mi primer acercamiento al comercio y a la política internacional vino a través de los cursos de comercio exterior. En aquel entonces, el mundo funcionaba más o menos así: los países buscaban desregular sus economías, liberalizar sus mercados, y la vía para resolver diferencias comerciales era el mecanismo de solución de controversias de la OMC. El mundo ha cambiado tanto desde entonces que en ese momento Rusia se perfilaba como una potencia europeísta a la que muchos querían asociarse comercial y económicamente. Hoy, para Europa, es una amenaza.

Ese mundo hoy, para quienes seguimos de cerca la política internacional, parece lejano. Pero para gran parte de Occidente es solo un impasse: muchos añoran el regreso de gobiernos “sensatos” que conduzcan, por ejemplo, a Estados Unidos de nuevo hacia el multilateralismo, el libre comercio y la mano dura contra los Estados no alineados a los principios democráticos liberales. Guste o no, el mundo ya no es el mismo, ni volverá a serlo. De la administración Trump se pueden criticar muchos aspectos, pero poco valen las valoraciones moralistas cuando hablamos de política internacional. Estados Unidos ha dado un giro a su política exterior, orientándose hacia el proteccionismo y la recuperación de su industria mediante la repatriación del capital exportado durante décadas.

Prueba de ello son no sólo los aranceles impulsados por la administración Trump, sino también iniciativas legislativas como la del senador Moreno, quien propone un impuesto del 25% a los servicios de outsourcing dirigidos al consumidor estadounidense. La señal es clara: el Tío Sam busca repatriar la inversión que salió del país, ya sea con incentivos como rebajas de impuestos o con medidas coercitivas como aranceles e impuestos a empresas estadounidenses que operan en el extranjero.

Riesgos y oportunidades

Un país como el nuestro corre riesgos en este nuevo mundo donde los intereses se imponen mediante poder duro. Costa Rica es una pequeña nación centroamericana con influencia geopolítica limitada. Durante años tuvimos un espacio en el concierto internacional porque supimos actuar en un entorno favorable: el institucionalismo multilateral. Pero es cuestión de tiempo para que estos organismos cambien para siempre o incluso desaparezcan, dando paso a nuevas entidades que respondan a la lógica de poder actual. ¿Mejores? ¿Peores? Dependerá de quién lo juzgue, pero sin duda el poder tendrá un papel central, y eso es algo que nosotros, por sí solos, no tenemos.

Ante este escenario hay dos caminos: esperar pasivamente a que las grandes potencias decidan nuestro destino —como casi siempre hacemos— o asumir un rol protagonista impulsando la integración regional estratégica, empezando por Centroamérica. No seremos una nación federativa como sugiere Nayib Bukele, pero tenemos razones para fijar objetivos colectivos y aprovechar los recursos y potencial de cada país del istmo: la necesidad de supervivencia en un mundo que devora a toda nación aislada y dependiente. ¿Replantear los mecanismos del SICA o del Mercado Común Centroamericano? Probablemente. Y, en paralelo, apuntar hacia el sur, donde existen espacios como la Alianza del Pacífico. Todo esto debe re-pensarse bajo la nueva lógica geopolítica y comercial.

Superar las diatribas internas

La soberanía será un concepto cada vez más presente. Hoy la persiguen desde movimientos panafricanistas hasta los países del BRICS, pasando por el propio Estados Unidos bajo un Donald Trump que acusa a la clase política tradicional de sacrificar intereses nacionales en favor de agendas globalistas. Cuestionable o no, lo cierto es que esta narrativa cala fuerte: el estadounidense siente que su nación ya no le pertenece y quiere recuperarla. En política ganan las narrativas, aunque algunos insistan en que son vacías o patrioteras.

En Costa Rica debemos asumir que, por voluntad o por coyuntura, necesitamos acumular toda la soberanía posible. Para ello hay que superar diatribas internas estériles. Las pugnas entre los viejos poderes que no terminan de irse y los que no terminan de llegar son naturales en una democracia de 200 años. Quizás el primer paso sea reconocer que nuestro sistema político muestra síntomas de agotamiento e incapacidad para resolver incluso lo cotidiano. Pero estas pugnas deben girar en torno a proyectos nacionales, sometidos a la ciudadanía y enfocados en la nueva configuración del poder geopolítico y en nuestras necesidades de soberanía —comercial, industrial, tecnológica y política—.

Pensar más allá de una elección, de una fuerza política, incluso de nuestra propia generación es urgente. La Costa Rica de los próximos 100 años está, en términos históricos, a la vuelta de la esquina.

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