Costa Rica ha demostrado que la ciencia puede orientar decisiones de política exterior y que la diplomacia puede abrir puertas a la investigación y la innovación.  La ciencia y la tecnología, igual que la política exterior costarricense pueden coincidir no sólo en la promoción del conocimiento de nuestro entorno, sino servir al desarrollo económico, social y ambiental del país así como a un esfuerzo colectivo por reforzar el tejido humano, la paz y el entendimiento dentro de la comunidad internacional.  Lo hemos visto en cumbres, acuerdos y proyectos concretos. El desafío radica en contar con una política de Estado que integre ciencia, política pública y acción exterior con reglas, recursos y métricas.  Los retos inéditos que tiene la Humanidad en el siglo XXI, solo podrían ser resueltos con el concursos de todos y todas, desde nuestros distintos saberes y quehaceres.

Cuando la ciencia hizo diferencia

El Tratado del Antártida, firmado en 1959, que ha permitido a expertos  costarricenses experiencias invaluables, demuestra cuánto el soporte científico permitió, en plena Guerra Fría,  arrancar una riquísima región del mundo a la codicia de Estados para dedicarla exclusivamente a fines pacíficos y científicos en beneficio de la Humanidad y prohibiendo actividades militares en esa vasta zona del planeta.

En la COP21 de París,  en 2015, la evidencia científica dio fuerza a una negociación que llevaba años estancada. La diplomacia no caminó sola: la ciencia estuvo a su servicio para justificar decisiones urgentes, y de esa alianza nació el Acuerdo de París sobre Cambio Climático.

La reunión mundial en Costa Rica sobre la Dimensión Humana del Espacio, en 2016, que convocó astronautas, empresarios, políticos, diplomáticos, científicos de distintas disciplinas y de diversas parte del Orbe, está potenciando el talento y las competencias de jóvenes nacionales en la investigación y en la industria aeroespacial. 

En el caso del Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN), el país abrió una vía sostenida de intercambio y formación para investigadores costarricenses. Esa relación no solo ofrece acceso a conocimiento; también legitima el papel de nuestras universidades en redes globales y nos permite aportar desde allí.

La extensión de la plataforma continental, cuyo expediente  se encuentra en las Naciones Unidas. muestran que datos, campañas científicas y peritaje técnico pueden respaldar pretensiones jurídicas El  debate en la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos pone en evidencia cuánto es urgente contar con la ciencia para prevenir daños ambientales frente a presiones extractivas.

¿Qué vamos aprendiendo?

Que las embajadas funcionan como “observatorios” si tienen la información y el respaldo para identificar oportunidades científico-tecnológicas; que la academia, el sector público y el privado pueden alinear agendas cuando comparten objetivos verificables; y que la cooperación internacional multiplica capacidades cuando hay esa información y coordinación.

Lo que falta

El recorrido de los últimos años muestra avances importantes, pero también revela vacíos que debemos atender, entre estos:

  • Mayores acercamientos entre interlocutores académicos, científicos, diplomáticos, tomadores de decisión para conocer lo que hacen unos y otros e identificar oportunidades de acción conjunta y sinergias.
  • Marco habilitador: un entendimiento interinstitucional (MICITT–Cancillería–CONARE) con objetivos anuales y responsabilidades claras que permita acercar con regularidad, de manera flexible, a esas instancias.
  • Unidad técnica Cancillería reforzada para articular   con sus dependencias y con los entes rectores en ciencia y tecnología  el impulso y seguimiento a iniciativas (no un aparato burocrático, sí una bisagra operativa).
  • Mandato a embajadas para  reforzar acciones en pro según las necesidades informadas que tiene el  país en los planes anuales de trabajo evaluables.
  • Presupuesto semilla y métricas: becas orientadas a brechas país, proyectos piloto y un tablero público de resultados (accesos, publicaciones, patentes, transferencia).
  • Diáspora y sociedad: un canal estable con redes como TICOTAL y alianzas con sector privado y sociedad civil para acelerar vínculos transformadores.

Coherencia y continuidad

La credibilidad internacional depende en mucho de la coherencia interna: no basta con abogar por ciencia y tecnología y pregonar logros pasados afuera si por dentro carecemos de visión de largo plazo, de coordinación, datos abiertos o financiamiento básico cuya ausencia pone en peligro aquellos logros y retrasa la tracción ante los nuevos  y urgentes retos. La diplomacia científica no reemplaza la política pública; la ordena, la conecta y la hace verificable.

La pandemia lo demostró con crudeza: la cooperación entre laboratorios, universidades, ministerios y embajadas permitió acceso temprano a vacunas y tecnologías. Fue un recordatorio de que la diplomacia científica salva vidas cuando se integra a la gestión pública.

De la heroicidad al sistema

Hoy es urgente que los logros no dependan de esfuerzos individuales o coyunturas favorables, sino de un sistema estable. Si institucionalizamos estas prácticas —con metas sencillas y evaluación pública— la próxima lista de avances no será producto de la casualidad ni de la heroicidad de unas pocas personas, sino de un modelo que funciona.

Es hora de dar ese paso.

Las ideas expuestas en este artículo fueron desarrolladas por la autora en un discurso preparado para la más reciente Cátedra CeNAT. El discurso completo puede descargarse aquí.

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