Dentro del ámbito religioso costarricense, parece que a muchas personas les llama poderosamente la atención que algunos digan que pueden “hablar” (lalein, en griego) en “lenguas” (glossai). La expresión “hablar en lenguas” ha permitido diferenciar ciertos grupos cristianos de otros en Costa Rica.: los carismáticos, dentro del catolicismo; los pentecostales, dentro de los evangélicos. Ambos grupos insisten en que, cuando se está en un nivel “superior de espiritualidad”, el creyente recibe de la divinidad el don de hablar en lenguas. Para describir este fenómeno, existe el término técnico glosolalia.
Las cosas se complican porque quienes aceptan que es posible “hablar en lenguas” reducen ese “don” a decir frases ininteligibles como si se estuviera en un trance de idiomas celestiales (!), por lo demás inverificables. Por otra parte, otros grupos de creyentes —que aceptan parcialmente la idea de hablar en lenguas— señalan que la expresión “hablar en lenguas” más bien debe ser entendida como la capacidad para hablar en lenguas extranjeras, a lo que técnicamente se le llama xenoglosia o “hablar en lengua extranjera” que no se conocía previamente, lo cual también es inverificable.
La expresión o sintagma señalado no se halla en la literatura grecorromana, pero sí en la literatura judía. Así, por ejemplo, en la Misná se usa la expresión “hablar en (una) lengua” (Megillah 2,1), pero para referirse a idiomas extranjeros como el arameo o el asirio. En los rollos del Mar Muerto, aparecen dos referencias a “hablar en lenguas” (1QH 2, 18 y 1QH 4, 16), en ambos casos parece una referencia a Isaías 28,11. En 1Cor 14, 21, Pablo indica la misma cita de Isaías al señalar la práctica en las reuniones de la iglesia de Corinto. El lamento de Isaías (28,11) tiene que ver con que los israelitas no escuchaban la voz de Dios y se valdría de una lengua extranjera para hacerse oír, es decir, la lengua asiria. Para desgracia de los defensores de la glosolalia (“hablar en lenguas”), no hay referencias ni experiencias relacionadas a “hablar en lenguas” celestiales en el Antiguo Testamento.
Fue Pablo de Tarso quien mencionó en sus cartas dicha expresión, y no dio ningún ejemplo para ilustrarla. Pero, ¿qué entendía él en su época por “hablar en lenguas”? De las 44 veces (E. Richter) que Pablo usa la palabra griega lalein (‘hablar’, con variados significados) en sus cartas, en ninguno de ellos el sentido es onomatopéyico, como ‘hablar celestialmente’. La palabra griega glossa aparece 50 veces (E. Richter) en el Nuevo Testamento, en ninguno de los sentidos refiere a sonidos ininteligibles ni balbuceos incoherentes o sin sentido, por ejemplo “Ramasheka talamasoa”, también inverificable a nivel de significación. (Cada quien puede creer lo que quiera, aunque este no es el punto aquí.)
Entonces, ¿por qué la iglesia de Corinto insiste en el “don de lenguas”? Porque las situaciones vividas que relata Pablo en la carta, marcan la comunidad: unos se sienten seguidores de Pablo, otros de Apolo, otros de Pedro, libertinaje sexual (incesto), avaricia, emancipación de las mujeres, escándalos en las asambleas litúrgicas, negación de la resurrección. Se puede conjeturar que, en medio de las dificultades comunitarias, los corintios querían mostrar cierta excelencia espiritual al señalar su superioridad con el don de lenguas. Sin embargo, cuando Pablo hace una lista de los dones del Espíritu Santo pone en último lugar el don de lenguas (1Cor 12, 7-10 y 29-30), y califica el don de lenguas como una vanidad y una conducta infantil, ya que la verdadera superioridad ha de venir del amor (1 Cor 13), distintivo esencial de toda comunidad cristiana.
De lo anterior se deduce que el don de lenguas o “hablar en lenguas” más bien es un recurso literario, de origen mitológico, que se acerca más a la literatura fantástica que a la realidad porque espera que el espectador se sienta aterrado/admirado por el prodigio, de tal manera que el receptor/creyente se adhiera —tras la estímulo de la imaginación— a una comunidad religiosa. A lo sumo, hipotéticamente, “hablar en lenguas” podría significar “hablar en lenguas extranjeras”, siempre y cuando haya un aprendizaje previo de las mismas. Lo demás es pensamiento mágico, nada más.
Termino con una anécdota. Recuerdo que uno de mis profesores universitarios —gran docente, gran creyente y gran amigo— nos contó que algunos años atrás había recibido en Costa Rica a un amigo libanés. Un día visitaron un templo en Costa Rica. Ingresaron, se sentaron y esperaron en medio de las actividades religiosas. Algunos de los presentes empezaron a “hablar en lenguas” y otros se dieron a la tarea de interpretarlas. Transcurridos unos minutos, el amigo de mi profesor empezó a pronunciar sonidos aparentemente ininteligibles. Uno de los presentes le dijo: —Yo interpreto el mensaje del hermano. Poco después, el libanés tomó la palabra y se dirigió a los presentes: “No he dicho nada de lo que acaban de interpretar, sino tan solo recité el ‘Padre nuestro’ en libanés”… Ellos tomaron sus cosas y se marcharon.
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