Lo ocurrido el pasado 8 de mayo, cuando el todavía en ese momento presidente electo, Carlos Alvarado, tomó un bus en La Sabana para dirigirse a su toma de posesión en la Plaza de la Democracia, se ha visto como un gran acto simbólico. Pero ojalá que no quedara en eso: ojalá que podamos verlo más a menudo, aunque sea solo en la calle y acompañado por miembros de su seguridad personal.

Es verdad: ya pasaron los tiempos en que un presidente dejaba su despacho y se iba caminando, como cualquier ciudadano, sin que le pasara nada. Aunque conviene recordar el caso del expresidente  Otilio Ulate (1949-1953), cuando saliendo de la Casa Presidencial (entonces al costado oeste del Parque Nacional), al cruzar la avenida de Las Damas fue atropellado por un ciclista, sin otras consecuencias más que el susto y un magullón. Increíble, pero cierto.

Ahora bien, ¡qué bueno que también el actual ministro de Obras Públicas se haya lanzado al ruedo viajando en su carro desde su casa hasta su ministerio! Ya es hora de que los altos responsables del Estado pasen por las mismas experiencias traumáticas que padecemos los ciudadanos del montón cuando salimos de la casa: la inseguridad en las calles, la lentitud del transporte público, las filas en las dependencias públicas, la malacrianza de los taxistas, la pereza de los burócratas detrás de sus ventanillas, etc.

Pregúntese el lector en relación con los altos representantes del Estado y de las instituciones autónomas: ¿cuándo he visto a un ministro, o a un diputado, o a un presidente ejecutivo, o gerente o directivo de la Caja, del INS, del ICE, etc., caminando por la calle como cualquier hijo de vecino? ¿Montado en bus o tren para llegar al trabajo? ¿Haciendo la cola para retirar medicinas en un hospital de la Caja? ¿Matricular a un hijo en una escuela o en un colegio públicos? Seguramente nunca. Hace unos años sí me topaba a menudo al diputado José Merino del Río, quien solía caminar entre su casa de habitación y el edificio de la Asamblea. Pero una golondrina no hace verano.

Me pregunto, ¿será que todos esos señores, por no experimentar en carne propia todas las deficiencias del Estado que sufre el ciudadano de a pie, están tan desconectados de la realidad que realmente no sienten la necesidad de implementar los cambios necesarios? Claro, si en vez de ir a consulta con un médico de la Caja me puedo pagar los caros servicios de un médico privado y costearme la extravagante factura de las medicinas; si en vez de matricular a mis hijos en una escuela o colegio públicos, con todas sus deficiencias, puedo pagar la estratosférica cuenta mensual de una institución privada bilingüe, con todos los servicios precisos para la mejor educación; si en vez de ir al IMAS a pedir un bono de vivienda puedo, por mis propios medios o con un préstamo millonario de un banco estatal (donde tengo contactos), construirme mi palacete con piscina y hasta con cancha de tenis…

Un diario de gran circulación nacional editorializó sobre la incapacidad del MEP para ejecutar obras y dar el mantenimiento y el equipamiento adecuados a sus escuelas y colegios: ineficiencia, indiferencia, abandono total, excusas… Atención a la pregunta: ¿Qué interés pueden tener los altos funcionarios del MEP, y en general del Estado, para resolver el problema, si ya ni sus hijos ni nadie de su entorno familiar estudia en alguno de esos colegios y escuelas públicos?

Tiempos atrás, cuando hijos y nietos de altos funcionarios iban a esas instituciones, todos estos últimos tenían un interés real en el asunto. Incluso, eran parte ejecutiva de sus juntas administrativas y, en todo caso, cualquier problema que llegara a sus ojos u oídos, los hacía comprometerse de manera personal para resolver por sí mismos, o para entenderse directamente con el colega del gobierno con esa responsabilidad.

Si lo afirmado en los párrafos anteriores suscitara dudas en los lectores, los invito a hacer algún tipo de investigación personal para entender por qué las altas autoridades del Estado no se emplean a fondo para resolver estas situaciones que padecemos los ciudadanos de a pie. Desde luego: mucho mejor si alguna institución privada preparara una encuesta con una muestra representativa de altos funcionarios del Estado a los que se interrogara sobre lo tratado en este pequeño ensayo. Tómese esto como una propuesta.

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