Después del papelón del miércoles, el congreso amaneció con el pulso tembloroso y la voz ronca. A falta de catarsis, la jornada del jueves se limitó a los coletazos de la vergüenza. La resaca institucional no dio para mucho más: un oficialismo a la defensiva, una presidencia legislativa intentando conservar algo de decoro y los arroceros recordándole a
Alexánder Barrantes que los escándalos no se borran bajando rótulos.