En el corazón de la Casa Amarilla, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, reposa una mesa que ha sido testigo silencioso de los más trascendentes encuentros diplomáticos de la historia reciente de Costa Rica: la mesa ovalada del Salón de las Américas, también conocido como el Salón Azul.
Su origen se remonta a 1963, cuando tuvo lugar la visita oficial de John Fitzgerald Kennedy, el primer mandatario estadounidense en ejercicio que viajó a Costa Rica. El encuentro se desarrolló del lunes 18 al miércoles 20 de marzo de 1963, durante la administración del presidente Francisco J. Orlich, con Raymond Telles como embajador de los Estados Unidos en el país. De manera coincidente, en marzo de 2022 su hija Cynthia Ann Telles presentaría sus Cartas Credenciales como embajadora de los Estados Unidos ante Costa Rica.
Pocos días antes de aquel acontecimiento, el 13 de marzo del mismo año, una inmensa nube gris comenzó a elevarse sobre el Valle Central. El volcán Irazú, tras décadas de silencio, había despertado y su erupción, visible desde San José, parecía anunciar que la naturaleza también sería testigo de ese encuentro. Durante esos días, mientras la ceniza caía suavemente sobre la capital, Costa Rica recibía a Kennedy y a los presidentes de Centroamérica en un escenario que combinaba la solemnidad diplomática con la fuerza imprevisible de la tierra costarricense, expresión del espíritu firme y resiliente del país.
El propósito principal de la visita era dialogar con los presidentes centroamericanos sobre el progreso económico y el fortalecimiento democrático en el istmo, dentro del marco de la Alianza para el Progreso, un ambicioso programa de cooperación impulsado por Washington. Esta iniciativa, lanzada en 1961, se convirtió en uno de los ejes de la política exterior estadounidense hacia América Latina durante la década de los sesenta, al promover un nuevo modelo de colaboración interamericana en los ámbitos económico, social y político, destinado a estimular el desarrollo, en un momento marcado por la influencia creciente de la Revolución Cubana.
En ese contexto tuvo lugar en el Teatro Nacional una reunión entre Kennedy y los presidentes de Centroamérica, un encuentro emblemático para la integración regional. Ante el desafío protocolario de reunir en un mismo espacio a varios jefes de Estado sin conferir preeminencia a ninguno, el entonces director general de Asuntos Exteriores de Cancillería, Álvar Antillón Salazar, concibió una mesa que representara igualdad, equilibrio y diálogo, una mesa ovalada sin cabecera ni jerarquías.

“El problema que se me presentaba era cómo hacer que no existiera la preminencia de alguien. El único modo de hacerlo era mediante una mesa ovalada, en la que todos los presidentes estuvieran en el mismo estatus sin ningún puesto especial; así fue como la mandé a diseñar”, recuerda con lucidez el hoy embajador emérito Álvar Antillón Salazar, quien fue protagonista directo de aquel memorable encuentro.
Fabricada en madera de alta calidad y diseñada para desmontarse con facilidad, la mesa fue trasladada posteriormente al salón inferior de la Casa Amarilla, donde permanece hasta hoy como símbolo material de la diplomacia costarricense. Allí ha sido escenario de innumerables reuniones de trabajo, conferencias y momentos decisivos de la política exterior nacional.

Más allá de su valor material, esta mesa representa el poder del símbolo en la diplomacia. Es un objeto que trasciende su función práctica y que se convierte en testimonio tangible de una forma particular de entender las relaciones internacionales. Su forma ovalada proyecta una filosofía de diálogo, respeto y horizontalidad entre los Estados, donde cada interlocutor tiene voz y dignidad, y donde las jerarquías ceden ante el propósito común de construir entendimiento.
La diplomacia, en su esencia más pura, se nutre de gestos que comunican tanto como las palabras, y esta mesa encarna valores políticos y éticos como la igualdad soberana, la cooperación y la búsqueda de la paz.
Esa continuidad simbólica volvió a manifestarse medio siglo después, en mayo de 2013, cuando el presidente Barack Obama visitó Costa Rica y fue recibido por la presidenta Laura Chinchilla Miranda en la Cancillería. Durante su recorrido se le mostró la fotografía del encuentro de 1963 entre John F. Kennedy y los presidentes centroamericanos en el Teatro Nacional, así como la mesa original en el Salón Azul, la misma que había servido de escenario para aquel gesto paradigmático de igualdad diplomática y en la que, en esa ocasión, sostuvo una reunión. En ese instante la historia pareció cerrar un círculo: dos presidentes estadounidenses, separados por medio siglo, unidos por un mismo símbolo del diálogo interamericano.

El entonces director de Protocolo de Cancillería, embajador Marco Vinicio Vargas Pereira, recuerda que, siguiendo instrucciones de la presidenta Chinchilla, relató al mandatario estadounidense la historia de la mesa: “El presidente Obama escuchó con gran interés y, en tono distendido, comentó entre risas que él también quería una”, recuerda, subrayando la cercanía y espontaneidad del momento.
Seis décadas después de su elaboración, la presencia de esta mesa en la Casa Amarilla continúa cumpliendo su propósito original. Nos recuerda que el diálogo entre iguales constituye el fundamento más duradero de la convivencia internacional y que la historia diplomática de Costa Rica sigue escribiéndose, en buena parte, alrededor de ella.
Un agradecimiento especial al embajador Álvar Antillón Salazar, quien hoy, a sus 94 años de edad, compartió generosamente estos valiosos recuerdos que no deben olvidarse, porque forman parte viva de la memoria diplomática de Costa Rica y de la identidad histórica de la Casa Amarilla.
Su testimonio recuerda que detrás de cada decisión, de cada símbolo y de cada encuentro internacional existen personas que, con visión y vocación de servicio, han dejado una huella perdurable en nuestra política exterior.
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