En Costa Rica, las conversaciones sobre finanzas personales suelen girar en torno a un mismo término: “ahorrar”. La palabra funciona como un comodín emocional que transmite responsabilidad, prudencia y estabilidad. Sin embargo, esa aparente virtud ha ocultado durante décadas una confusión peligrosa: creer que ahorrar es suficiente para sostener el futuro financiero de un hogar. En una economía donde el costo de vida crece más rápido que los salarios, y donde los ciclos económicos se han vuelto más volátiles y globales, reducir las decisiones financieras a la acumulación pasiva de dinero es, en el mejor de los casos, insuficiente, y en el peor, un espejismo que posterga problemas estructurales.
Ahorrar es únicamente el acto de retener dinero hoy. Es una acción necesaria, pero incapaz por sí sola de proteger a una familia frente a la erosión del poder adquisitivo causada por la inflación. La mayoría de costarricenses que “ahorran” en certificados o cuentas de ahorro sienten que están tomando una decisión conservadora y segura, cuando en realidad están aceptando rendimientos reales negativos año tras año. El país ha normalizado esta práctica hasta volverla casi un mandato cultural, aun cuando los datos muestran que los ahorros tradicionales pierden valor de manera sistemática. Esta confusión no es menor: determina la estabilidad futura de miles de hogares.
Invertir, por otro lado, implica asignar capital de forma estratégica con la expectativa de obtener un retorno. Pero incluso aquí existe un malentendido recurrente: muchos asumen que invertir es simplemente buscar un rendimiento mayor, cuando en realidad se trata de gestionar riesgos, horizontes temporales y objetivos patrimoniales concretos. Invertir no es apostar, ni perseguir intuiciones de mercado, ni seguir modas financieras. Es comprender que el capital es una herramienta viva, que debe adaptarse a ciclos económicos, tasas de interés, oportunidades sectoriales y condiciones regulatorias. La inversión exige método, información y disciplina; cualidades que, en Costa Rica, no siempre acompañan el entusiasmo por “entrar a los mercados”.
Construir patrimonio es un concepto distinto y mucho más profundo. No se limita a acumular dinero ni a escoger instrumentos financieros. Es el proceso de crear una arquitectura integral de protección, crecimiento y transmisión generacional del capital. Implica comprender cómo interactúan activos líquidos, inversiones de largo plazo, estructuras legales, seguros, deuda y flujos de ingreso presentes y futuros. Construir patrimonio es planificar no solo para uno mismo, sino para quienes vendrán después; es diseñar resiliencia, continuidad y propósito dentro de un esquema financiero que sobreviva a crisis, cambios regulatorios y ciclos económicos adversos. Es la diferencia entre simplemente “tener dinero” y tener un sistema patrimonial.
Costa Rica suele mezclar estos tres niveles como si fueran equivalentes, y ese error tiene consecuencias. Una familia que solo ahorra está perdiendo terreno. Una que invierte sin estrategia puede quedar expuesta. Y una que construye patrimonio entiende que el objetivo no es solo acumular riqueza, sino estructurarla para que trabaje más allá de un ciclo económico o una generación. El país necesita avanzar hacia esta última mentalidad. Porque el futuro no se improvisa: se diseña, se protege y se hereda. Es ahí donde está la verdadera diferencia.
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