El pasado jueves 23 de octubre se inauguró la exposición “Francisco Zúñiga. Cuerpo y permanencia” en el Museo de Arte Costarricense (MAC). Hacía cuarenta años dicho museo no exhibía obra del laureado artista Francisco Zúñiga Chavarría (Costa Rica, 1912 - México, 1998), aparte de la que conserva en su colección y en su jardín escultórico. Don Paco, como se le conoce acá en el terruño, es el escultor mexicano más importante de nuestro país y uno de los productores artísticos más notables de Latinoamérica. Es paradójico, pero Zúñiga se consolidó como escultor en su patria de adopción y así se le reconoce desde que abandonara nuestro país en 1936.
Por cierto, algunos discursos contemporáneos pretenden lavar la discusión que se genera alrededor de dicha partida; aducen que la misma ha sido superada por la trascendencia de la misma obra del artista. Es cierto, la obra trascendió nuestras fronteras y se posicionó en América, Europa y Japón, entre otras latitudes, gracias, precisamente, a la decisión de incorporarse al complejo mundo artístico mexicano. Sin embargo, ello no debe ocultar el hecho de que acá, las “autoridades culturales” del momento, la crítica y muchos de sus colegas artistas, menospreciaron y ridiculizaron esa obra, al punto de vandalizarla simbólicamente, casi obligando al artista a marcharse avergonzado, puesto que, ciertamente –como Eunice Odio, Yolanda Oreamuno o Chavela Vargas, para poner otros ejemplos mexicanos– no fue profeta en su tierra.
La exposición del MAC, con una disposición y curaduría estupendas, selecciona una diversidad de piezas procedentes de colecciones públicas y privadas costarricenses en variadas técnicas: en escultura talla directa en madera, modelado en terracota, y bronce; en obra gráfica –tinta, grafito, crayón, lápiz, carboncillo y tiza pastel– y estampa –litografía, xilografía, aguatinta y punta seca–; pero también pintura al óleo y acuarela. Todas esas técnicas –muestra del amplio y multifacético oficio del maestro y de su notable búsqueda expresiva con diferentes lenguajes– están centradas en la figura humana, especialmente en la femenina y, en específico, de las diversas etnias mexicanas (¿mesoamericanas?) y sus múltiples cruces e historias. La monumentalidad es la síntesis de las indagaciones del escultor/pintor –y viceversa– puesto que, en forma magnificente y excepcional, captura y transmite la gestualidad humana –en una quietud movilizadora con ese inquietante silencio que comunica diversos estados y fracturas psíquicas– con mirada propia (autóctona, digamos, en términos del diálogo con el entorno, lo telúrico/materno y el campo popular), misma que le confiere contemporaneidad, grandeza y, por ende, universalidad a su prolífica obra.
Mientras contemplaba la exquisita exhibición no podía dejar de pensar en la monumental pieza mutilada que se encuentra en el mismo museo, atrás, en el jardín escultórico. Componente del conjunto escultórico del Monumento al Agricultor, instalado en el parque del mismo nombre en la ciudad de Alajuela, frente al aeropuerto internacional Juan Santamaría, fue brutalmente mutilada por vándalos que hurtaron trozos de bronce (brazos, manos) para fundirlos y hacer negocio. Símbolo de la desidia y desinterés de nuestros gobiernos neoliberales por la cosa pública, en especial por el arte público, es un auténtico “monumento” a la decadencia moral y espiritual que padecemos. Ya desde el principio se había expresado esa displicencia, puesto que se había colocado sin seguir el modelo original que contemplaba un largo espejo de agua donde se reflejaría, tanto el conjunto en bronce, como la grandiosa semilla de concreto detrás de este. Hoy solamente la semilla queda abandonada a su suerte, dado que, por fortuna, el mismo museo se había encargado de trasladar el conjunto de bronce a sus instalaciones en San José para restaurarla y protegerla.
Dicho conjunto sigue exhibiéndose en el exterior del museo, pero sin que todavía haya sido restaurado. Nos muestra sus heridas y mutilaciones. Me informan que el hijo de don Paco –director de la Fundación Zúñiga– don Ariel Zúñiga, ha manifestado su conformidad para que la misma se mantenga en el estado descrito, como ejemplo, tanto del crimen artístico perpetrado, como de la desidia estatal ante la protección del patrimonio artístico e histórico. Así las cosas, Don Paco y su obra continúan siendo expulsados de esta suiza cada vez más centroamericana, de esta nuestra –también vilipendiada y desfigurada– Costa Risa.
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