El Hogar San Agustín, localizado en San José, Coronado, Cascajal, fue cerrado de forma abrupta y arbitraria en 2023 por el Patronato Nacional de la Infancia (PANI), esgrimiendo graves acusaciones, totalmente infundadas y carentes de fundamento científico.

En el momento del injustificable cierre, 42 menores entre 12 y 17 años eran acogidos en ese hogar, siendo atendidos por un equipo profesional multidisciplinario que incluía administradores y especialistas en psiquiatría, psicología, orientación, pedagogía y asistentes de cuido. Además, era supervisado por el mismo PANI, pues había surgido en diciembre de 2012 gracias a un convenio de esa institución con la Asociación para el Desarrollo de la Educación Integral.

La atención interdisciplinaria era necesaria ya que los menores que allí se albergaban habían sido abandonados varias veces: por sus familias, por la sociedad y por otros hogares y albergues que no tenían las condiciones para atenderles adecuadamente. Debido a esas y otras circunstancias, presentaban trastornos de personalidad y mentales, problemas de conducta y estados de agitación y agresividad.

En el año 2019 se había construido en el hogar, supervisado y costeado por el PANI, un aposento con características especiales para atender situaciones de crisis de los menores en estado de emoción violenta. En ese cuarto de contención se aplicaba el protocolo denominado Técnicas para el manejo de residentes con crisis conductuales y trastornos mentales en estado de agitación y/o agresividad, elaborado con el asesoramiento de personal médico del Hospital Psiquiátrico.

El PANI, al ordenar el cierre, dejó a su contraparte en el convenio enfrentando altísimas deudas que deberían haber sido honradas entre ambas instituciones; y al personal administrativo, médico y asistencial, sin salario, prestaciones y trabajo. Eso sí, elevó una acusación contra la dirección del hogar, que finalmente fue sobreseída de forma definitiva por una jueza del Fiscalía Adjunta II Circuito Judicial de San José, el 28 de julio de 2025, después de comprobar que todas los señalamientos eran infundados, arbitrarios y faltos de conocimiento.

Y lo más preocupante: reubicó a los 42 muchachos, en ese momento menores de edad, muchos de ellos necesitados de medicación; todos necesitados de atención, comprensión y cuido.

¿Cuál fue el camino de esos 42 chicos, entonces menores de edad? Es hora de que el PANI dé cuentas de su destino.

El Hogar San Agustín, además de basarse en sólidos fundamentos teóricos y científicos sobre las necesidades de poblaciones tan vulnerables como las que hemos explicado, tenía el sentimiento de uno de sus fundadores: Otto Silesky Agüero. A lo largo de su extensa carrera profesional, Otto ha demostrado que es extraordinario: siempre mira a aquellos que la sociedad menos quiere ver y los abraza. Por eso, los muchachos en el hogar se sentían contenidos, seguros, esperanzados. Cada vez había menos deserciones y una lista de espera más larga solicitando ingreso.

El educador que vive en Otto sabía que además de la contención de la conducta era necesario formarlos de manera particular. Se les ofrecía el currículo oficial con adecuaciones específicas para cada caso. De manera paralela, había una oferta de 16 oficios de manera que al salir del hogar, al cumplir los 18 años, tuvieran habilidades para conseguir un empleo, que incluía por ejemplo, ebanistería, informática, administración de Pyme, gastronomía y cocina.

El énfasis era en aprender haciendo, lo cual los exponía a públicos variados, ayudándolos con sus habilidades sociales. Al salir, todos los muchachos tenían una alternativa de trabajo o de continuar sus estudios. De los egresados, en la actualidad, varios son asistentes de cocina y uno de ellos tiene su pequeña empresa y es proveedor de verduras; otros están a punto de obtener sus grados universitarios en Educación Física y en Contaduría Pública.

Pero los 42 menores que estaban siendo atendidos cuando el PANI los reubicó, ¿qué fue de ellos? ¿Acaso se les continuó con la atención médica, psiquiátrica y psicológica que necesitaban? ¿Terminaron su educación formal o lograron aprender un oficio antes de llegar a los 18 años?

Algunos regresaron brevemente al lugar, ahora cerrado, donde estuvo el hogar, queriendo volver. Pero actualmente no hay noticias ni de esos ni de ningún otro.

La contraparte en el convenio, establecido por iniciativa del PANI para fundar el Hogar San Agustín, aún está acarreando con las deudas y con el dolor de verse acusados injustamente y de atestiguar cómo se abandonaba a estos chicos una vez más.

Es difícil aquilatar las consecuencias de esta acción irreflexiva y atropellada del PANI. Pero sabemos que están siendo negativas para todas las partes, especialmente para esos 42 chicos.

Por eso, es hora de que el PANI dé cuentas. Debe saldar la deuda económica que dejó por un arrebato sin sentido.
Debe dar cuentas de las condiciones que tuvo que pasar cada uno de los 42 muchachos que fueron sacados del Hogar San Agustín.

Y más allá, sabiendo que existen en el país cada vez más menores abandonados, con necesidades especiales, psicológicas, pedagógicas y médicas, ¿qué propuesta alternativa al Hogar San Agustín ha propuesto el PANI para la contención de esta población?

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