En la decimosexta edición de nuestra Encuesta Perspectivas Empresariales 2025 de la Cámara de Industrias de Costa Rica, dos factores han llamado particularmente la atención: las dificultades para encontrar y retener talento humano  y el flagelo de la inseguridad ciudadana. Ambos escalan posiciones respecto a 2024: la inseguridad sube del puesto 9 al 6 como factor negativo más mencionado por las empresas, mientras que las dificultades en la disponibilidad y calidad del talento humano escala del puesto 8 al 5.

Más allá de los factores  que vienen limitando la competitividad de forma sostenida en el tiempo (tipo de cambio, cargas sociales elevadas o infraestructura deficiente), la coyuntura actual suma a la lista estos dos factores que, lamentablemente, son tendencia más allá de la afectación que producen en las empresas. No es casual que se hayan convertido en los más consultados por la prensa al conocerse los resultados de la Encuesta.

Según la encuesta de la CICR, casi la mitad de los empresarios indicó conocer colaboradores afectados directamente por hechos de inseguridad, y 1 de cada 10 empresas ya reporta haber postergado o reducido sus planes de expansión debido a este problema. En paralelo, 8 de cada 10 compañías contrataron nuevo personal en los últimos 18 meses, pero 3 de cada 4 de ellas ya vieron salir a una parte de esos trabajadores. Este fenómeno se concentra sobre todo en los más jóvenes: en un 62,3% de los casos, las entradas y salidas de personal corresponden a personas de entre 18 y 28 años.

No es casualidad que el  informe del Estado de la Educación recientemente publicado refleja retrocesos alarmantes en áreas clave como matemática y lectura, con jóvenes de 15 años que tienen comprensión lectora y razonamiento matemático equivalentes a tercer grado de primaria. En cuanto a la ola de inseguridad en la que estamos inmersos, hay un dato extremadamente preocupante: 60% de víctimas de homicidios tienen entre 15 y 29 años y la mayoría no terminó el colegio.

Estos datos nos muestran un círculo vicioso: mientras la inseguridad desalienta el desarrollo empresarial y personal, a los jóvenes con baja escolaridad les es más difícil insertarse en el mercado formal de trabajo, pasando a engrosar un creciente grupo de “ninis” (ni trabajan, ni estudian) y en algunos casos, caen en la tentación del “dinero fácil”, alimentando así la misma inseguridad que limita el empleo formal. Por su parte, nuestra educación está lejos de aportar su valor indispensable para revertir esta espiral.  Pero no estamos hablando de formación técnica, ni universitaria ni mucho menos especializada, sino de la más elemental, sin la cual no podemos acceder a ninguna otra.

La gravedad de estos factores en ascenso que se refleja en nuestra Encuesta, van más allá de la afectación a la competitividad de las empresas, si no que afecta el desarrollo mismo de nuestro país  y nos plantean un reto mayúsculo que solo puede enfrentarse de manera integrada e intersectorial. Estado, instituciones públicas y sector privado debemos sumar esfuerzos en torno a un enfoque integral y preventivo de la seguridad, donde el principal factor a mediano y largo plazo es la educación de nuestra juventud.

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