El pasado 1 de septiembre, en Tianjin, el presidente chino Xi Jinping presentó la Iniciativa de Gobernanza Global, en el marco de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Con esta propuesta se suman otras tres iniciativas lanzadas en los últimos años, la primera sobre Desarrollo Global, la segunda en cuanto a Seguridad Global y la tercera vinculada a la Civilización Global. Todas estas conforman un cuerpo doctrinario que proyecta a China como el arquitecto de un nuevo orden internacional en sustitución del modelo occidental”.
En este sentido, el mensaje es directo pareciera ser claro, cooperación, igualdad soberana y multilateralismo, lo cual debería reemplazar el modelo de hegemonismo y la política de poder que, de acuerdo con China, caracterizan al sistema dominado por Occidente durante siglos. El presidente Xi incluso recurrió a la tradición filosófica del Tianxia (“todo bajo el cielo”) para presentar la iniciativa como una contribución moral a la armonía internacional.
Como idea, la narrativa china suena atractiva e innovadora, en especial para los países que forman parte del Sur Global, el cual ha estado históricamente marginado de la toma de decisiones internacionales. Sin duda China ha trascendido su rol de potencia emergente y es actualmente un actor estructural del siglo XXI. Pero, la pregunta central es inevitable: ¿realmente estamos frente a una ruptura auténtica con el viejo orden o simplemente ante una versión sinocéntrica de los mismos patrones de poder?
Es imposible ignorar que China ya ocupa un lugar central en la definición de la política global. La OCS, que inició como un mecanismo de seguridad regional, se ha transformado en una plataforma diplomática de primer orden donde confluyen potencias tales como Rusia, la India e incluso Irán, junto a varios países asiáticos y observadores de otras zonas del planeta.
A esto se suma la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el mayor plan de infraestructura global de la historia reciente, que conecta las regiones de Asia, África y América Latina a través de puertos, trenes, carreteras y telecomunicaciones. Las inversiones realizadas por China no solo redefinen corredores comerciales, sino que generan nuevas redes de dependencia e influencia colocándolos como un socio estratégico sin comparación.
China se ha vendido en los últimos años como el contraste al mundo Occidental, de ese modo, mientras Washington y Bruselas se han visto envueltos en crisis internas, guerras interminables o políticas de sanciones, Pekín ofrece un relato de cooperación inclusiva, estabilidad y desarrollo compartido. Esa narrativa resuena con fuerza en países que han experimentado más frustraciones que beneficios bajo el orden liberal internacional.
Sin embargo, más allá de la retórica, el proyecto chino también reproduce dinámicas que se podrían equiparar a las que generalmente se critica de Occidente. En primer lugar, la dependencia financiera, donde si bien el proyecto de la Franja y la Ruta plantea cooperación de alta calidad, varios países se han visto atrapados en deudas impagables, como lo son los casos de Sri Lanka, Pakistán, Kenia, Laos, entre otros, generando modelos similares a las trampas crediticias del Fondo Monetario Internacional de décadas pasadas.
En segundo lugar, se encuentra la soberanía selectiva, donde China apoya en el principio de no injerencia, pero su comportamiento en el Mar del Sur de China o incluso en su política de aislamiento y confrontación frente a Taiwán contradice esa postura. En estas zonas prima la lógica de la fuerza y la presión militar, más que el respeto al derecho internacional.
Lo siguiente es el modelo político, donde la idea de colocar “a las personas en el centro” resulta difícil de conciliar con un sistema que restringe libertades civiles, la censura de medios y la represión hacia minorías como acontece contra los uigures o como ha pasado en su momento contra los tibetanos. Hay un doble rasero chino al cuestionar el hegemonismo occidental mientras internamente reprimen a grupos nacionales en su propio territorio.
Mientras tanto también se encuentra la universalidad sin pluralismo, ya que, al recurrir al ideal del Tianxia, Pekín plantea un orden moral que busca diferenciarse del individualismo liberal, esto con el riesgo de convertirse en una narrativa legitimadora de una nueva centralidad jerárquica con epicentro en China, en lugar de una democratización genuina de las relaciones internacionales.
Esto podría incluso tener un complemento importante en el concepto de realismo moral que plantean académicos chinos como Yan Xuetong, donde se plantea que el poder de una gran potencia no solo depende de recursos materiales (económicos, militares), sino también de su capacidad para liderar mediante normas morales, lo que le brinda legitimidad y atrae aliados aumentando su poder relativo.
Ciertamente China está construyendo una arquitectura internacional distinta, pero no necesariamente quiere decir que sea más equitativa. Sus planteamientos sobre innovación narrativa - multilateralismo real, inclusión del Sur Global, cooperación sostenible–, pero mantienen continuidades estratégicas con los viejos modelos imperiales a través de la proyección del poder, la creación de dependencias y la legitimación ideológica de su papel central, es decir, Pekín parece aspirar a sustituir la hegemonía occidental más que a superarla.
El reto mayor está en que los países en desarrollo, que han sido subordinados, no confundan el cambio de actor dominante con una auténtica redistribución del poder inexistente. El declive relativo de Occidente no significa automáticamente que China garantice un orden más justo, los países del Sur Global necesitan asegurar más equidad, no cambiar de “jefe”.
El ascenso chino es un hito histórico, empujando el centro del poder a las zonas asiáticas no para dominarla, sino para ser dominantes. Pero se encuentra sobre la mesa la posibilidad de transformar realmente el orden mundial, versus a un cambio simbólico.
Será que la propuesta de gobernanza global china se traducirá en instituciones más equitativas, relaciones económicas menos asimétricas y un multilateralismo genuino, seguiremos en los mismos vicios heredados del orden occidental.
La gran incógnita es si esto terminará como un simple espejo de lo que ya existía, o como una oportunidad de construir un orden internacional verdaderamente plural y democrático.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.