En la novela “Del amor y otros demonios” de Gabriel García Marquez, a Sierva María de Todos los Ángeles la muerde un perro rabioso. La recluyen en un convento ya que muchos creen que está poseída por el mismísimo demonio. La sociedad actual costarricense y mundial es mordida a diario por el populismo y muchas veces actúa como si estuviera poseída por un demonio mucho peor que ninguno que haya descrito el realismo mágico latinoamericano.
El brutalismo comunicacional en el que vivimos, como lo denomina Gonzalo Sarasqueta especialista en narrativas políticas, genera en los ciudadanos apatía, exclusión, cancelación e intolerancia.
A solo dos meses de comenzar la campaña presidencial en Costa Rica, es muy importante entender este fenómeno y combatirlo para poder salir adelante como país.
En política prácticamente ningún acto de comunicación es espontáneo. Cuando vemos políticos insultando, poniendo apodos y creando frases descalificadoras para luego poner a sus adeptos a repetirlas, no es solo una metodología para defenestrar al que piensa diferente, es el libro de marca del populismo en acción. Etiquetar a adversarios y librepensadores como zurdos, fachos, progres (peyorativamente) o mojigatos construye identidad desde lo negativo, desde lo que rechazamos. Estimula el odio, pero no aporta absolutamente nada a las soluciones que necesita la Costa Rica del siglo XXI.
Si es notoriamente destructivo ¿Por qué ese brutalismo, esa rabia, es efectiva en grandes segmentos de la población?
La historia latinoamericana, incluida la de Costa Rica, demuestra que nuestras sociedades no han sido exitosas en establecer una igualdad real ante la ley, ni justicia para todas las personas. Los privilegios económicos para funcionarios públicos, para sindicatos y muchas veces para empresas específicas generan crecimiento en la desigualdad y el descontento social.
La pandemia, profundizó y aceleró una crisis fuerte para la autoridad del Estado, porque las medidas tomadas generaron un alto resentimiento contra el sistema.
En este contexto, los candidatos populistas extienden sus narrativas más rápido que la rabia en la Cartagena de Indias de la novela. Utilizan una misma estrategia de comunicación política como si se tratará de un manual de estilo. Basan su narrativa en construir un enemigo interno, el “antipueblo”.
En cada discurso, cada intervención pública, cada posteo, el populista busca insertar odio a su construcción de antipueblo, que normalmente está armada en base a sus adversarios políticos y no necesariamente a los que se han beneficiado de privilegios y pago de favores. En oposición a “esa casta” el populista se declara el único vocero real del pueblo, se dice defensor de “el soberano”, que es siempre honrado, siempre desinteresado y nunca se equivoca. Visualmente el pueblo observa a una persona que tiene las mismas emociones que nosotros, el descontento, la ira, la decepción y la frustración. Una persona que insulta constantemente a la gente que quiere señalar como culpable. Todo aquello que salga mal, en su narrativa será siempre culpa del “antipueblo”.
Necesitamos buscar una cura para no morir en soledad de rabia, rodeados de nuestros demonios.
Elecciones y comunicación política
La campaña política 2026 puede liberarnos de esta enfermedad o terminar de hundirnos en ella. Los candidatos a la presidencia se ven en la encrucijada de diseñar su comunicación política en este contexto. La estrategia populista no es nueva, tiene más de 80 años de utilizarse con resultados catastróficos, pero en nuestra sociedad actual se ve amplificada por una caja de resonancia de dimensiones inéditas. Las redes sociales están saturadas de usuarios reales y falsos dispuestos a defender con fanatismo inflexible las posturas de sus líderes. La inteligencia artificial es una nueva variable para 2026 que, así como aportará enormes posibilidades para análisis de propuestas, sin duda podrá ser utilizada como una gigantesca maquinaria de producción propagandística.
Es importante que cuando los candidatos y sus equipos de campaña busquen generar una conexión emocional con sus audiencias no caigan en la tentación de expandir la rabia. Aunque múltiples asesores insistan en buscar la polarización de los votantes, necesitamos como país que sepan encontrar esa conexión sin ignorar que la democracia liberal se basa en los consensos y la negociación política.
Por nuestra parte, la de los votantes, nuestras herramientas contra el populismo serán tener una posición crítica pero abierta, que combata la pérdida de identidad e individualidad frente a una masa uniforme. No caigamos en una conformidad pasiva ante una narrativa predominante para que nos curemos de la rabia en vez de morir por ella, como le sucede a Sierva María mientras se cuestionaba por qué quién cuidaba de ella (Cayetano Delaura) no regresó nunca más.
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